Presentes en la región de la encarnación hace más de dos mil años, los cristianos de Oriente Medio viven un drama al que nadie parece querer dar solución. En los últimos años, cientos de miles de mujeres y hombres –sólo en Irak y Siria supera el millón y medio- han tenido que abandonar sus raíces ante el acoso y la violencia de los grupos islamistas más radicales.
En un interesante y largo reportaje de hace casi seis años, publicado por Giani Valente en la revista 30 Giorni, titulado Cristianos en Oriente: llevados por Jesús por caminos inescrutables, se podía leer el siguiente párrafo: “Hace decenios que no hay en Siria ninguna restricción a la expresión libre y pública de las prácticas y las devociones de quienes confiesan a Jesús Hijo unigénito de Dios. La última procesión de fieles atravesó las calles de Bab Touma sólo hace algunas semanas, entre rezos y cantos en árabe. Misas, peregrinaciones, colonias de verano, conferencias, cursos de catecismo, campos de scouts tienen lugar en la ciudad y en los pueblos sin problemas. Las solemnidades de Navidad y Pascua –tanto la católico-latina como la cristiano-oriental– son días de fiesta en todo el país. Incluso el librito impreso en árabe sobre los mártires de Damasco es una señal pequeña pero elocuente de los meandros imprevisibles y repentinos que la historia toma a veces por estos lares”.

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Efectivamente, los recodos de ese río de libertad han cambiado mucho en los últimos tiempos. Bab Touma –la Puerta de Tomás- es un símbolo para la comunidad cristiana de Siria. Dos años después de este artículo explotaba el primer coche bomba que sacudió la Ciudad Vieja de Damasco y que marcaba el inicio de un conflicto que ya dura cinco años y que se ha cobrado cerca de 400.000 vidas, además de causar el desplazamiento y el refugio de alrededor de cinco millones de personas. Y en todo Oriente Medio la vida de los cristianos –y de los musulmanes- ha mutado completamente: la paz parece difícil entres israelíes y palestinos, Irak está asolado, Líbano no levanta cabeza desde la guerra civil, Egipto se mueve en una incertidumbre total y Jordania continúa recibiendo desplazados, no se sabe muy bien hasta cuándo y a qué precio.
Crímenes contra la humanidad
Lo cierto es que el pasado 4 de febrero, el pleno del Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que asegura que el grupo terrorista Estado Islámico –o Daesh- “está perpetrando un genocidio contra cristianos, yazidíes y otras minorías religiosas y étnicas” en Siria e Irak. Todos los grupos parlamentarios expresan la “rotunda condena del denominado Daesh y de sus atroces violaciones de los derechos humanos, que constituyen crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, con arreglo al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debe tomar medidas para que estos crímenes sean reconocidos como genocidio”.
En el documento se recuerda que los Estados miembros de la ONU tienen la obligación de prohibir todo tipo de ayuda a Daesh, en particular el suministro de armas, la ayuda financiera y el comercio ilegal de petróleo. Asimismo, pide a los países de la comunidad internacional que “garanticen las condiciones necesarias y las perspectivas de todas aquellas personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares o han sido desplazadas por la fuerza, que hagan efectivo lo antes posible su derecho a regresar a sus países de origen y a preservar sus casas, tierras, propiedades y pertenencias, así como sus iglesias, lugares religiosos y culturales”.
En estos momentos, según distintas fuentes se calcula que el número de cristianos –coptos, caldeos, armenios, católicos, ortodoxos, maronitas…- en Oriente Medio oscila entre diez y trece millones de personas. El Vaticano aumenta este número hasta los 20 millones, sobre una población total de 550 millones de habitantes.
Irak y Siria son, ahora, los países de la zona en donde los cristianos tienen más problemas para vivir públicamente su fe. En el primero, caído el régimen de Saddam Hussein, se desarrolla una guerra civil entre distintas facciones musulmanas. En los últimos años se ha pasado de una práctica libertad de culto a una auténtica persecución por parte de Daesh, especialmente en el norte del país, donde son forzados a convertirse o son asesinados. En estos momentos no habrá más de 400.000 fieles de distintos ritos ya que, tras la guerra del Golfo de 2003, salieron del país otros tantos y otros 150.000 han ido abandonando sus hogares ante la violencia sectaria.
Siria es el otro gran foco donde la diáspora está disminuyendo la presencia de los cristianos. Según el informe Los cristianos de Oriente, de Ignacio Fuente Cobo, coronel del Instituto Español de Estudios Estratégicos, los cristianos –griegos ortodoxos, siríacos, melquitas, jacobitas, armenios y latinos- representaban del 4 al 9% sobre una población de 20 millones de habitantes, repartidos sobre todo en las grandes ciudades, como Damasco y Aleppo. Calcula que unos 400.000 cristianos sirios han dejado sus localidades, dirigiéndose sobre todo a Líbano, pero también a Jordania y Egipto.
Cuestión de identidad
Antoine Audo, obispo caldeo de la diócesis siria de Aleppo, quien recientemente ha estado en España, asegura que “la fe para nosotros es una cuestión de identidad y eso no se puede cambiar como quien cambia de ropa. La fe no son ideas o ideologías es una cuestión de vida o muerte. Es también una cuestión de historia y de geografía. Nuestra fe es la fe de la encarnación, que está enraizada en tradiciones y liturgias. Estamos enraizados en el lugar en que se produjo la revelación”.
Para este jesuita, responsable también de Caritas Siria, “aunque la situación es peligrosa y muy triste, como cristianos tenemos que quedarnos, porque es nuestro país y es el testimonio que tenemos que dar. Es importante nuestra presencia inculturada en el mundo árabe. Si no estamos ahí, no hay nada frente al islam y continuarán los enfrentamientos entre sunitas y chiitas”.
Dentro de este testimonio que pretenden dar los cristianos, Antoine Audo asegura que “tenemos el deber de ayudar al Islam en la modernidad, llevarlo por un camino de desarrollo, de cultura y de diálogo”. En esta línea deja un mensaje muy claro: “El único camino es la paz y, para llegar a ella, hay que dejar de proporcionar armas a los grupos violentos”.
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Es urgente que la comunidad internacional tome cartas en el asunto permitiendo que en Oriente Medio tanto cristianos como musulmanes puedan vivir en libertad en un mismo territorio. La Declaración de los Derechos Humanos consagra la libertad de credo y debe ser respetada.