Imposible vivir sin energía. Pero la electricidad, la más usada en esta parte del mundo, está por las nubes, y subiendo. En los 12 primeros días del año el precio del megavatio hora (MWh) subió un 156% respecto al mismo periodo de 2021. El Gobierno implementa tímidos remiendos, pero con unos sueldos que crecen –si crecen- a una velocidad de tortuga, imposible dar alcance a la de unas facturas que son la envidia de los guepardos.

Un factor importante del problema es que algo tan ligado a la vida doméstica, a cada vivienda, a la vida de cada persona, dependa de decisiones de un oligopolio, de cinco grande compañías (Endesa, Iberdrola, EDP, Repsol y Naturgy, maquillaje verdoso de Gas Natural) que dictan sus reglas, en plan trágala, imponiéndonos precios y procedimientos, sin tener en cuenta nuestras necesidades ni derechos. Y los poderes públicos -cuya función es garantizar los derechos de todos los ciudadanos- se ponen demasiado a menudo del lado del oligopolio, no siempre de manera desinteresada, como las puertas giratorias nos muestran.
Hablamos de energía para calentarnos, para cocinar, para ver de noche. Es decir, de derechos básicos: vivienda, alimentación, salud, etc. ¿Qué pintan aquí palabras como ‘oligopolio’ o ’mercado’? ¿Acaso es lícito, incluso razonable, especular con derechos? No deberían pintar nada, pero son los “artistas” principales. El típico vicio capitalista de convertir todo –incluidas las personas y sus derechos- en mercancía.
Entre las mentiras con que pretenden enredarnos está la de que no hay nada que hacer. Pero es eso: una mentira. Las varias alternativas que existen se resumen en una: desconectar; es decir, abandonar los opresivos brazos de las grandes compañías. Es tan posible que estas gigantes llevan años perdiendo clientes, que se pasan a compañías independientes. Por ejemplo, en 2018 de Endesa, Iberdrola y Naturgy marcharon casi medio millón de clientes de luz y gas, según la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia.
Frente al «no hay nada que hacer» se impone abandonar los opresivos brazos de las grandes compañías
Otras personas optan por tomar las riendas de su consumo energético, por ejemplo, poniéndose la placa por montera -más bien, por tejado-, autoproducción colectiva, compra colectiva. Y una alternativa que va más allá del ahorro: las comunidades energéticas, una forma de autoorganización ciudadana cuyo objetivo es implementar un modelo energético 100% renovable y sostenible desde la transformación social democrática.
El objetivo de las comunidades energéticas es implementar un modelo energético 100% renovable y sostenible
La iniciativa puede surgir de un grupo de personas particulares, entidades, administraciones públicas locales y pequeñas y medianas empresas que se organizan principalmente en cooperativas o asociaciones. Muchas de ellas se plantean actuar en un ámbito estrictamente local, otras van más allá y desarrollan su acción energética y comunitaria a nivel regional o, incluso, estatal.
Por supuesto, las hay muy diversas. Incluso alguna de las grandes, como Repsol, se han apuntado al carro aunque, en este caso, cuesta creer que se trate de organizaciones democráticas, horizontales, participativas y transformadoras. Esa fue precisamente una de las motivaciones de un grupo de personas de Som Energia https://www.somenergia.coop/es/ para poner en marcha la comunidad energética del barcelonés. “Cuando vimos que se ponían en marcha en otros países –explica Ferrán Marín, miembro de esta cooperativa-, que la Unión Europea empezaba a legislar –aunque esta legislación no se ha trasladado a España-, tuvimos el convencimiento de que o poníamos nosotros en marcha comunidades energéticas más cooperativas, en las que el lucro no fuera la prioridad, o se comerían el pastel las de siempre: Repsol, Endesa, Naturgy…”.
La motivación de quienes se involucran en estos proyectos va más allá de mejorar las propias condiciones de vida. “Si queremos que las cosas pasen –dice contundente Ferrán-, tenemos que hacer que pasen, y eso implica arremangarse y dedicarle horas. Quizás no consigas todo lo que quieres, pero conseguirás que algunas cosas se muevan. Y desde un punto de vista personal, es muy enriquecedor conocer otros proyectos, otra gente”.
Si queremos que las cosas pasen tenemos que hacer que pasen
El nombre no hace la cosa
Ni es transformador todo lo que así luce. Que un colectivo se autodenomine “comunidad energética” no garantiza que lo sea. En la reciente Feria de economía solidaria de Cataluña (FESC), Guifré Bombila, de la Xarxa per la sobirania energètica (red por la soberanía energética), aclaraba las cosas. “Cuando hablamos de las comunidades energéticas –explica- es interesante hablar de formas participativas; los retos tienen que estar vinculados con la democracia y la justicia social y ambiental, así como con el territorio”.

Como su propio nombre indica, tienen un doble objetivo: el comunitario y el energético. “Por un lado –explica la guía “Qué son las comunidades energéticas”-, generar, consolidar, incrementar y cuidar a una comunidad; y, por otra parte, desarrollar toda una serie de acciones y servicios para transformar el modelo energético de su entorno hacia otro que sea 100% renovable y distribuido, a la vez que conseguir un ahorro económico para las personas o entidades integrantes”.
«Las comunidades energéticas tienen un doble objetivo: el comunitario y el energético»
El propio Bombila citaba tres requisitos básicos: horizontalidad “que dificulta que la comunidad pase a ser un engranaje más de la acumulación de capital”; en cuanto al funcionamiento interno, “tiene que buscar espacios de resolución de conflictos, espacios de cuidados, también de reproducción de la vida, de manera que la comunidad energética no sea solo compartir energía, sino que nos compartimos nosotros mismos, nos compartimos como colectivo y nos cuidamos”, y “articular democracia participativa y justicia social, que es evitar las trabas de tipo económico, de formación, simbólicas o culturales”.
¿Son la solución a todos nuestros problemas energéticos? Para Guifré Bombila, “es un modelo súper interesante, súper valioso y muy necesario porque tiene también este potencial de articulación de todas las esferas de la vida, además de una escuela de aprendizaje para superar las limitaciones que impone un sistema que aísla, estigmatiza, que infantiliza, que nos hace ignorantes. Pero tenemos que asumir que eso no es suficiente”. Por eso, uno de los retos más importantes a los que se enfrentan es, precisamente, asumir las limitaciones.
“La transición ecosocial –concreta-, la transición energética justa no puede conseguirse solo extendiendo una amplia red de comunidades energéticas. Por varios motivos: nunca seremos capaces de producir toda la energía que la sociedad necesita; hay poderes fácticos que las comunidades energéticas no son capaces de confrontar y, finalmente, porque hay una serie de actores a escala global y estatal que están malbaratando la energía, produciendo mucha más de la que necesitamos, con todos los efectos adversos que eso genera (contaminación, destrucción de comunidades locales)”.
«La transición ecosocial, la transición energética justa no puede conseguirse solo extendiendo una amplia red de comunidades energéticas»
Esto significa que constituir comunidades energéticas está muy bien. Además, «necesitamos construir, pero también confrontar y resistir. Por eso tenemos que articularnos con las organizaciones que están luchando en el territorio contra la masificación de instalaciones de energía, las autopistas eléctricas; desde la lucha antinuclear hasta las nuevas luchas contra la masificación de instalaciones eólicas y fotovoltaicas, sin olvidar articulamos con las luchas del Sur global».
Una manera práctica de empezar es localizar las comunidades energéticas que tenemos cerca en el buscador que ya existe: https://www.joinenergy.eu/es/buscador-de-comunidades/