Queridos suscriptores y amigos ‘alandariegos’: espero que al recibo de la presente os encontréis bien. Por aquí seguimos bien, gracias a Dios. Soy Lentilla, la tortuga. Aunque nos conocemos de sobra de vernos todos los meses, nunca hasta ahora me había dirigido personalmente a vosotros. Lo mío es ‘alandar’, no escribir. Pero esta ocasión es especial y lo merece, sin duda.
Como sabéis, el mes que viene cumplimos, vosotros y yo, 25 años. ¡Ahí es nada! Y lo celebramos, como también sabéis, el pasado junio, en la ya tradicional entrega de premios, que esta vez tuvo lugar en el colegio mayor Jaime del Amo, de Madrid. El premio de 2008, por cierto, os ha tocado justamente a vosotros: a todos los suscriptores y suscriptoras, que habéis hecho posible que todavía hoy estemos aquí. Este año, por eso, la fiesta era más vuestra que nunca. Y aunque estuvimos muchos, me entristeció que algunos, como es lógico, no pudieseis venir. Eso es lo que me ha animado a escribiros esta carta: compartir con vosotros cómo lo pasamos en vuestra fiesta. Creo que os gustará saberlo de primera mano y, sobre todo, de boca de alguien fiable…
Antes de nada, tengo que decir que fue un día de reencuentros y saludos, de remembranzas y anécdotas comunes, de citas bíblicas y cantos de Guitarra (don Luis). Que tuvimos una nueva oportunidad de ver rostros y sonrisas conocidos, de oír voces ya escuchadas, de notar la sensación de compartir una misma longitud de onda. Que no hubo nostalgia, pero sí emoción y mucha, mucha alegría. Y que disfruté de lo lindo haciendo de anfitriona.
Vinieron muchos viejos amigos y conocidos, que irán salpicando poco a poco esta carta. Y nos llegaron –a vosotros y a mí- felicitaciones de todos los rincones del mundo, de otros amigos como Martín, desde Guatemala; Ruth, desde Perú; Nicolás, desde Bolivia; Pedro, desde Brasil; Juan, desde Japón; Araceli, desde Barcelona… Amigos y amigas del alma que se alegraban y, al tiempo, lamentaban no poder estar allí…