Se han sucedido las concentraciones en homenaje a las personas asesinadas brutalmente en el deleznable ataque a Charlie Hebdo por ejercer el humor y la sátira, tan saludables para las sociedades democráticas.
En recuerdo de los otros asesinados también en París. Son días para honrar, además, a todos los periodistas asesinados en todo el mundo (más de una docena el verano pasado en Gaza, precisamente, de reporteros ejecutados por terroristas en los últimos meses) por ejercer la libertad de expresión y hacer posible el derecho a la información. Un buen momento también para honrar la memoria de todas las víctimas de atentados y masacres en todo el mundo (32 en un atentado en Yemen el mismo día de los acontecimientos en Francia). De toda clase de terrorismo, de terror, incluido el terrorismo de Estado. Un buen momento para recordar a las víctimas de violencia terrorista «de grupos armados», de fanáticos extremistas, de masacres, de ejércitos asesinos, de invasiones «aliadas», de bombardeos, de decapitaciones, de drones, de paramilitares… Un buen momento para recordar a iraquíes, sirios, yemeníes, afganos, palestinos, libios, pakistaníes… Lo que no se nombra sí existe, pero al nombrarlo se hace presente. Quizá deberíamos aprovechar y tener presentes a quienes habitualmente tenemos olvidados. Es un buen momento.
Víctimas desiguales
Muchas personas seguimos preguntándonos (quizá no sea más que una pregunta retórica) por qué el mundo ignora a las dos mil víctimas de la masacre de Boko Haram en Boga (Nigeria) en las últimas semanas. Por qué no fueron portada de los grandes medios.
De repente ocurre que aparecen conclusiones indignas que, probablemente, no habrían de darse a estas alturas de la historia, pero en el siglo XXI hay víctimas de primera y se segunda. Sí, uno de los dolorosos resultados (más allá del gran daño de la matanza de seres humanos) es comprobar una vez más que, todavía, unas vidas valen más que otras. Dicho de otro modo, algunas vidas, como las de los seres humanos en África: pareciera que apenas valen.
Llamen naíf, utópico, a quien ello sostenga… que no sabe cómo funciona el mundo. Quizá sí sepa cómo funciona y le asquea. Quizá haga falta que comiencen a repugnarnos, a soliviantarnos, estas disfunciones y mostremos la indignación ante todo acto de terror. Quizá haga falta que las víctimas en Nigeria, en Siria, también ocupen las portadas de los grandes medios occidentales. Para ello, antes que nada, habremos de reconocer el valor de la vida, de todas las vidas. Pero cuán difícil es deshacerse del etnocentrismo y del punto de racismo -reconozcámoslo- que lleva implícito, para colocar la vida en el centro. Vocablo, el de “vida”, que para otras cuestiones algunos bien manosean…
Honrar con respeto
Otra de las cuestiones que son como una llaga es la desagradable imagen de ver al responsable del aniquilamiento de más de 2.000 vidas en la invasión de Gaza el pasado verano, el señor Netanyahu, en un lugar destacado en la manifestación de París, junto a otros políticos (bien escasas las mujeres políticas) de los cuales algunos tampoco demasiado honorables. ¿No todas las víctimas merecen ser honradas de igual manera? No. Y no solo eso. Incluso las que tienen la suerte de ser honradas han de aguantar que en su merecido homenaje haya verdugos en primer plano. Culpables de otras víctimas, pero con las manos manchadas, al fin y al cabo.
Quizá no solo haya que replantearse la necesidad de recordar, honrar, homenajear, hacer presentes de algún modo, a todas las víctimas, sino además cómo hacerlo. Sin insultarlas. De manera que los protagonistas sean los muertos a quienes acompaña la ciudadanía. Personas que les recuerdan y muestran su indignación por esos asesinatos, por esa injusticia. Muertos cuyo homenaje merecería no ser ensuciado por el protagonismo de responsables de graves violencias e injusticias. Por responsables, asimismo, de que en sus propios países las libertades y derechos sean vulnerados. Libertades como la libertad de expresión, de la que tantos de esos líderes han hecho y hacen un uso hipócrita. Derechos como el derecho a la información. Y ya sabemos que si se calla el cantor calla la vida, como decía Víctor Jara. A diario, en este mismo momento y en demasiados países, profesionales de la fotografía o el periodismo, inlcluso bloggers, ven amenazado el ejercicio de su oficio (o, incluso, ya se han quedado en el camino) y, al mismo tiempo, con ello se amenaza nuestro derecho a saber.
Hoy más que nunca hacen falta esas personas valientes, testigos de lo que ocurre y hacedores de ese cuarto poder que incomoda, que cuenta lo que a algunos, por todas partes, no les interesa que se sepa. Ahora hay mucha gente que, ante lo que parece una callada general, espera escuchar voces audaces que den luz a otros detalles borrosos. Las armas y el dinero no caen del cielo. Habría que señalar con el dedo y culpar también a quienes hacen posible que las armas estén donde están, a quienes reparten billetes sabiendo a quién pero no importa. Pero no les importa. Las vidas tampoco.
Pienso en quienes, quizá, mueran esta misma noche, cualquier noche, por ataques de aviones. En aquellos cuya aldea tal vez sea atacada por un grupo de fanáticos extremistas. En voces silenciadas… Y me aterra. Me asusta que podamos volvernos de convivencia difícil y que, en la situación actual, eso nos haga más frágiles y más maleables.
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