No es algo demasiado importante y, quizá por eso, apenas hay páginas escritas sobre el tema. Con toda probabilidad es un punto menos digno de sesuda y religiosa consideración, superficial y hasta frívolo. Pero, en una época en que “la imagen” ocupa tanto lugar en la vida social e individual, puede que no sea del todo irrelevante dedicar unos minutos a pensar sobre la que dan los eclesiásticos en su aspecto externo, especialmente cuando tiene algunas características un tanto, por decir poco, curiosas y puede revelar algo más profundo.
Hay dos campos: el más típicamente litúrgico y el de la indumentaria para “andar por la calle”. Me voy a referir sobre todo al segundo de ellos. Pero antes un par de reflexiones sobre el primero.
En las funciones litúrgicas públicas y ceremonias vaticanas (recuérdese vg. la fotografía del hoy cardenal Cañizares con una cola púrpura de varios metros) es claro que no han desaparecido por lo general casullas, albas, roquetes, sobrepellices, capas pluviales, mitras y demás ornamentos “sagrados”, aunque en algunas celebraciones se prescinde de ellos y algunos hayan desaparecido (tiara, capisayos etc.) y muchos se hayan simplificado.
La antropología muestra que es muy común en las sociedades antiguas que quienes tenían funciones especiales, sobre todo sagradas, se vistieran de forma especial. Por poner un ejemplo un tanto cercano, basta leer el capítulo 28 del Éxodo sobre los ornamentos sacerdotales judíos. Y en otras culturas y sociedades ocurre algo parecido. En el culto de manera particular, pero con extensión a la vida en general fuera de las reuniones cultuales.
Está fuera de lugar entrar en la complejísima cuestión de la función simbólica de la indumentaria, pero vale la pena destacar el anacronismo de los atuendos litúrgicos, sin parangón en occidente ni en la sociedad moderna. Algunas prendas resultan romanas, bizantinas, medievales y aun más antiguas, con el agravante de que ya no significan para los espectadores nada de su sentido inicial. Y ello algunas veces por fortuna. Por ejemplo, la mitra es de origen persa y servía para aumentar la estatura de quien la llevaba. Con ello se pretendía aumentar la dignidad del portador. Pero en nuestros ambientes pueden hasta producir un efecto contraproducente. ¿Qué varón moderno se cubre con tantas puntillas, ropas talares o doradas? Y no es que se carezca de derecho para vestirse como se quiera o que la costumbre nos haga perder la perspectiva. La cuestión es preguntarse por el sentido y la utilidad actuales de esas prácticas.
Y en cuanto a la “ropa de calle”, es un hecho que hasta hace relativamente bien poco tiempo los eclesiásticos, tanto hombres como mujeres, se vestían para la vida de todos los días de una forma muy especial. Muchos han seguido haciéndolo y hasta se nota un retorno a esas particulares indumentarias en círculos no pequeños del clero, que aparecen – muchas veces por la tele- con tal parafernalia (alzacuello, traje negro o gris…). Naturalmente menos que antaño; muchos más sacerdotes que religiosas y en proporción más o menos directa con el escalafón eclesiástico de los protagonistas (a mayor grado o supuestas pretensiones de ascenso en el mismo, más vestimenta particular, vg. obispos, monseñores “prelados domésticos” otros cargos, etc.). Dentro de los monasterios y conventos de clausura no ha habido muchos cambios.
Este hecho me lleva a pensar algunas cosas. Una es su extraña supervivencia. En la vida cotidiana de nuestro mundo, en la calle y el ámbito público, las formas peculiares de vestir especiales y los signos externos de oficios etc. han ido desapareciendo. Se conservan las de índole práctica (uniformes de militares, bomberos, policías) pero sólo esas. Y, además, se han adecuado a los tiempos. Basta comparar los uniformes actuales con los de hace un siglo.
Por lo que toca a nuestro punto, a partir del Concilio, muchos clérigos y religiosas han descartado la indumentaria especial para ponerse de acuerdo con los tiempos y las sensibilidades modernas. Sobre todo en esa vida cotidiana que acabo de señalar. Algunos rasgos han desaparecido del todo, por ejemplo la clásica sotana. Pero otros continúan y aun resucitan. Así el clergyman, indumento ajeno a nuestra tradición.
¿Qué ocurre para ir tan a contracorriente? ¿Deseo de singularizarse y distinguirse de los demás, de autoafirmarse o de “llamar la atención”, de “dar un testimonio” que casi nadie menor de cincuenta años entiende?; ¿o es fruto de una tendencia conservadora en éste como en otros muchos aspectos de la Iglesia católica? Hay quien dice que el vestirse de forma especial se debe a que la dedicación por entero a lo religioso se refleja también en lo externo.
Sea de ello lo que fuere, una observación: no parece desacertado decir que los miembros del clero más cercanos al Concilio, más progresistas por decirlo con una sola palabra y más abiertos a los signos de los tiempos, se visten de manera corriente y los de talante más conservador aparecen con negros trajes y alzacuellos. Ese hecho es casi una pista segura para conocer la mentalidad del sujeto en cuestión.
Quizá los puntos más importantes de estas reflexiones sean los siguientes:
Jesús no usó, aconsejó y mucho menos impuso a sus seguidores -grandes y pequeños- una forma de vestir especial y diferente. Más bien al contrario; en este punto, como en tantos otros, fue un laico, un seglar más en una sociedad muy clerical. La vestimenta vino luego y tiene no poco que ver con los imperios romano y bizantino, de donde, por cierto, proviene no poco de ella.
Si se quiere presentar el Evangelio a las mujeres y hombres de nuestros días conviene estar cerca de su sensibilidad.
Y la historia. No puede ignorarse o pasarse por alto el significado de que, para muchas personas, se han cargado tales prendas y que llegan a generar rechazo. No es que esté justificado, pero es conveniente tenerlo en cuenta para no suscitar más dificultades que las inherentes al mensaje.
Indumentarias eclesiásticas
Me ha parecido muy interesante el artículo y estoy muy de acuerdo con su contenido. No es fácil separar la imagen externa del mensaje y, como feminista, me molesta cualquier indumentaria femenina que incluya velo, en la cultura islámica y en cualquier cultura.
Indumentarias eclesiásticas
Sois una panda de incultos que destruis nuestra iglesia, no entendeis que si un sacerdote lleva el cleriman por la calle da testimonio, no entendeis que si una persona esta a punto del suicidio o la desesperacion y ve por la calle a un sacerdote con cleriman puede hablar con el, confesarse o lo que fuera?. Dejar de meteros con nuestra iglesia, enteraros mejor de todo lo que sucede y dejar de criticar con lo que veis en la television, esto lo unico que hace es que las personas ajenas al cristianismo se crean otro tipo de iglesia. NO OS INMENTEIS UN NUEVA RELIGION.
Indumentarias eclesiásticas
no me ha gutsado nada, porque sois malos.
Indumentarias eclesiásticas
Yo cuando sea cura llevare un camisa multicolor no te fastidia, claro que un cura es recomendable que vista de negro. Por cierto vuestros argumentos telógicos para defender vuestra opinión son más bien pobre, leed un poco más anda.
Indumentarias eclesiásticas Mercedes Moratinos Garcia
El hábito hace al fraile, dice un refrán castellano. Y tanto se lo han creido algunos miembros de la m isma que son sólo eso, hábito.
Jesús dijo:»por vuestros hechos os conocerán» No habló de vestimentas.
Aplíquenselo los que se aferran al aspecto esterior.