“La santidad primordial” de Jon Sobrino

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Jon Sobrino durante una entrevista sobre su trayectoria. Debo aclarar que no soy lector habitual de Jon Sobrino pero, al hojear el Nº 211 de Selecciones de teología (www.seleccionesdeteologia.net), recién llegado, di con un artículo de con el titular que figura arriba (la “selección” ha reducido a siete páginas las doce del original, publicado en Concilium nº 351) y me conmovió. Las barbaridades que esos días se agolpaban en la pequeña pantalla –bombardeos, guerras, ébola…– me tenían atormentado tratando de buscarles algún sentido. De su lectura, bien pronto deduje que había equivocado el punto de mira. “Orienta tu mirada hacia las víctimas”, oí en mi interior. Y así lo hice.

Busco sus imágenes y me dejo penetrar por el espanto y horror que produce la visión en su conjunto, desciendo luego a sus caras y sostengo en silencio la mirada. La meditación se prolonga un cierto rato con las ideas de la lectura rondándome sin cesar; eso me hace volver a la lectura sosegada y me lleva, insensiblemente, a reflexionar sobre el misterio de Dios en las víctimas, los pobres, los pueblos crucificados y a reconocer en ellos la “excelencia” de los hijos de Dios y el “mysterium salutis”. Me sentía en el buen camino. Por estas fechas del año anterior, Sobrino se expresaba así: “De cárceles y campos de refugiados nos llegan relatos de increíble miseria y crueldad que hacen presente el enigma de la iniquidad. Y, simultáneamente, se hace presente el anhelo y la voluntad de vivir –y convivir– en medio de estos grandes sufrimientos, con resistencia y fortaleza. Aquí hace su aparición la dignidad de las víctimas y la solidaridad entre ellas”. A esto “hemos llamado santidad primordial”, una mayoría humana como estas que viven cada día compartiendo su resistencia, su opresión, sus carencias. Poco más adelante leía: “En situaciones límites de seres humanos se deja ver la realidad y una dimensión de la gracia”. ¿Será ese el infierno al que descendió Jesús?

En forma menos cruel se da esta “santidad primordial” en la vida habitual de cada día, de gentes empobrecidas y sencillas, entre las cuales cerca de 900 millones pasan hambre y alrededor de once millones de niños menores de cinco años, mueren al año. Muy poco se ha preguntado la teología por la excelencia de estas mayorías. Son los pobres del mundo, los oprimidos, los marginados, los despreciados…mientras “una minoría que, dada su eficacia histórica, debe estimarse como ‘pecado” (Ellacuría) les oprimen.

Ciertamente, es una apreciación subjetiva y de la teología de la liberación que tiene su fundamento doctrinal en la Asamblea de Obispos en Puebla (1979). Esta Asamblea proclama: “Hechos a semejanza de Dios para ser sus hijos, hoy esa imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama, cualquiera que sea su condición moral o personal”. Ellos tienen un “potencial evangelizador” y “muchos de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios”. Asentado esto, Sobrino deduce que “por lo que son (amados por Dios sin condiciones), por lo que tienen (valores evangélicos), por lo que hacen (evangelizan), en los pobres se puede hacer presente una santidad primordial en grado notable”.

Sin embargo, ¿en qué consiste esta “santidad primordial”? Tradicionalmente se ha concebido la santidad en la línea de la perfección (“sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”). “Vivir desde Dios representa acaso la mejor definición de la santidad cristiana”, escribe Torres Queiruga (Selecciones de teología nº 210, p.90) y añade esta expresión de San Agustín: “Vivir bajo Dios, vida con Dios, vida desde Dios, vida el mismo Dios” (Idem). Sin embargo, sin excluir esto, “la santidad primordial va más en la línea de responder y corresponder a un Dios de la vida, un Dios de los pobres y de las víctimas, un Dios de crucificados; un Dios de la creación que se va consumando en medio de las atrocidades y catástrofes sin pactar con ellas”. Al decidir aceptar vivir y luchar en esta creación, en esta vida, de hecho, puede darse una forma de expresar esa santidad primordial en la mayoría de seres humanos.

Y completa esta idea de este modo: “No tiene porqué ir acompañada la santidad de virtudes heroicas, también se expresa en una vida cotidianamente heroica. No sabemos si los pobres y las víctimas son santos intercesores para mover a Dios, pero tienen fuerza para mover el corazón. No hacen milagros que violen las leyes de la naturaleza, pero sí hacen milagros que violan las leyes de la historia: el milagro de sobrevivir en un mundo hostil. Con ello remiten a ‘un Dios con espíritu, capaz de mantener el anhelo de vivir’ y también a ‘un Dios sin poder, a merced de la voluntad de los hombres”. Seguramente que nadie solicitará su canonización ni lograrán quizá que a estos “santos” se les imite. No obstante, en aquellos que tengan bondad de corazón, provocarán veneración y deseo de vivir en comunión con ellos. Y eso bastará para que así se manifieste la excelencia de su santidad primordial.

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