Acabo de terminar mi segunda vuelta a la obra de Mons. Gaillot, obispo de Évreux, Una iglesia que no sirve, no sirve para nada. Y no puedo contener la necesidad que siento de invitaros a repetir la misma experiencia que yo. Cinco años después, me sentí impulsado a su relectura, y no ha sido en vano: ha resucitado ecos semejantes, pero nuevos. Más que haceros un comentario poco útil, quiero haceros la propuesta de volver sobre ella si ya la conocéis, y de su lectura si es la primera vez. Para estos últimos, vaya una pequeña orientación. Se trata de una figura que toma notoriedad en la época en la que el entonces Cardenal Ratzinger propiciaba para la Iglesia, a juicio de un periodista, la “restauración” o, en palabras cardenalicias, “renovación” o la “búsqueda de un nuevo equilibrio”. En pluma de los teólogos, estas palabras son, a menudo, circunloquios para evitar que otros coloquen lo que todo el mundo entiende: una vuelta atrás. Como sabemos hoy con más claridad, es la época de enterrar el Vaticano II, y este hombre se resiste con la humildad libre del evangelio y el convencimiento de un hombre de acción. Cualquier lector de la obra diría de él: un hombre sensato y coherente, un hombre con la libertad evangélica de los años ochenta-noventa (pongo estos límites por exigencia de la lectura a la que me refiero, porque este hombre está en la brecha, felizmente), alguien comprometido con la marginalidad del hombre de la calle. Pero no dejéis de leer también la parte final, la documentación.
Y tú ¿quién eres?
Ubicada así su figura, veamos la oferta que nos hace la periodista Catherine Guigon al presentar, elaborar y entrevistar al protagonista del libro. En su función de presentadora, nos dice: “Yo esperaba un tipo “duro de pelar”, y descubrí a un émulo del Cándido de Voltaire”. Síntesis de ingenuidad sabia. En 116 páginas le deja hablar solo, como si le hubiera preguntado antes «Y Ud. ¿quién es?». Y en primera persona, ya adulto, comienza a contarnos su vida, como quien da un testimonio de sí mismo, un Cándido optimista descubriendo el mundo y relatando su apuesta por el servicio más que por el oficio de obispo. Es refrescante, comprometido, evangélico, controlando sus obras en ese espejo de Jesús de Nazaret; “conciliar”, vanguardista y firme al responder a los principios cristianos a ras del suelo… -¿demasiado terrenal?. Seguidle hasta el final y preguntaos ¿quién puede hacer esto si no lleva a Dios en lo profundo? ¡Probadlo!
¿No se siente un obispo marginado?
En la segunda parte es la periodista la que manda y la que va directa al problema: “Sus posiciones contrastan claramente con las del episcopado. ¿No se siente un obispo marginado? Esta pregunta abre y cierra la entrevista, porque toda ella, en el fondo, gira en torno a este problema: tradición-Vaticano II, muy vivo en ese momento (¿sólo en ese momento?) y enfrentados. Salen los pecados de la tradición cercana, la de Vichy: la de los judíos, y la reacción disidente de la “Resistencia” (de Suhard, Liénart, Riobé…). Pero sobre todo los de la actual: el Cardenal Lustigier (el poder religioso), la Conferencia de Lourdes (a favor de la disuasión atómica), el miedo a la modernidad, la nostalgia por “la cristiandad perdida”. Y la rebeldía de los disidentes que no tienen miedo a lo moderno, a la laicidad, los que resisten con el Vaticano II por bandera (“la verdad es que –su herencia- ha sido maltratada”…”el periodo invernal que sacude a la Iglesia no impedirá la llegada incontenible de la primavera”).
Una Iglesia polémica y dialogante
La periodista repasa una a una, las preguntas que, como portadora de las voces críticas y comentarios polémicos de la prensa y las tertulias, tiene preparadas: el hombre de fe como nuevo reconquistador del poder religioso; ahí va una…“Reconquista no rima con el evangelio…Me gusta ver a Jesús pidiendo de beber…y cuando haya bebido del agua que le da la samaritana, hablará del agua viva”…Y en otro momento, democracia y dogma: -“un poco de subversión democrática (en la Iglesia) sería muy útil. Porque la Iglesia no se basa en el dogma, sino en la persona de Jesús y sus apóstoles”. Se le pregunta por el intento de Juan Pablo II de “restaurar la cristiandad en el Tercer Mundo”: “Es la imagen de la restauración la que me molesta. Restaurar la cristiandad no tiene futuro”. Y también por sus posiciones políticas “que le hacen pasar por compañero de viaje del partido comunista”: “Yo no dudo en ensuciarme las manos para alinearme con los que no tienen voz, combatir las injusticias y defender los derechos humanos”.
Una Iglesia comprensiva y denunciante
Tampoco podían faltar las preguntas sobre la sexualidad… “Eso es mucho menos comprometido (hoy, la cosa, el escándalo de la pederastia, marca un cambio) que si denunciara las injusticias clamando: ¡Ay de vosotros, los ricos”. Pero, ¿y el celibato, el que las parejas vivan juntas, el divorcio, los divorciados en la Iglesia, el aborto, la homosexualidad, los preservativos para prevenir el sida…? Y la respuesta lleva su propia experiencia por delante impregnada en la realidad para poder razonar luego su actitud. “He casado muchas veces a parejas que vivían juntas. Yo parto de esa realidad sin tratar de juzgar o condenar”. “Me preocupan los hijos. Pero no intento hacer un juicio. En la nueva situación en que se encuentran los divorciados, es posible iniciar un camino de vida y de santidad. La Iglesia debe acogerlos, tienen algo que decir y enseñar”. “El respeto a las normas no dispensa nunca de la comprensión de las personas”. “El aborto es un acto contra la vida… La ley no sustituye a la conciencia: hay que iluminar las conciencias sobre este grave problema…” “Los homosexuales se sienten excluidos. He sido testigo de su sufrimiento, y en el reportaje, quise dirigirme a los homosexuales creyentes para decirles que Dios los ama, que están llamados a la santidad en su situación, que el evangelio es también para ellos”. “Visité a un enfermo de sida…el preservativo es un medio necesario… Hacer lo contrario sería no prestar asistencia a una persona en peligro”.
Una Iglesia servicial y pobre
No parece terminar con las preguntas, porque siguen los temas del pacifismo, el desarme nuclear, la “vuelta de lo religioso” (los “carismáticos”), la fe emocional, los musulmanes, el ecumenismo, cultura religiosa y catequesis, la Iglesia “servicial y pobre”… “A nuestra Iglesia le falta la pobreza del riesgo. La Iglesia es servicial cuando se sitúa realmente del lado de los inmigrantes, los parados, los pobres, los excluidos, las minorías… Si la Iglesia no sirve, no sirve para nada”.
Y finaliza el reportaje con 23 páginas de documentos del “Dossier Gaillot”, sin desperdicio. ¡No es fácil la vida del disidente! En su 75º aniversario, y como homenaje a su trayectoria de servicio, vuelvo a invitaros a hablar con él a través de esta obra a la que podríamos titular también: “Si la sal se vuelve insípida…”