Más de uno hubiera tenido la tentación de describir aquella gélida noche usando imágenes más propias del Londres de Dickens que del Madrid de Ana Botella. La escena, por el contrario, no daba para demasiada literatura: a la gente del Consejo de redacción de alandar se nos había ocurrido apañar una cita nocturna, en plenas fechas navideñas, con el fin de compartir comida y reflexiones. Enseguida alguien lanzó una propuesta con la que abrir boca.
«No sé si os habréis dado cuenta», dijo uno de los veteranos del grupo pese a su aspecto juvenil, «pero mucha gente va a recordar esta Navidad de 2012 por ser la primera en la cientos de miles de currantes no van a cobrar paga extra». Las miradas cómplices de las y los comensales se tornaron sombrías, quizá recriminando al provocador que hubiera puesto sobre una mesa tan festiva un tema de conversación tan poco amable.
“Siendo tan importante el dinero como lo es, quizá ésta es también una oportunidad para echar mano de la creatividad y la solidaridad. ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Cómo colaborar a que, en estas navidades, ningún hogar de los que estaban viviendo las apreturas de la crisis se quedasen sin su fiesta y sin sus regalos?”, planteó bonachonamente una ex directora de la revista. Nos quedamos mirándonos en silencio. La polémica no tardó en prenderse, calentándonos.
“Bueno”, bramó una voz femenina, al fondo de la mesa, mientras se afanaba por llevar la contraria. “La fiesta de Navidad no necesita mucho gasto. Solo algo sencillo y estar juntos para compartir ¿No?”, dijo. “¿Regalos? Qué mejor regalo que ese. Cuántos años, cuando llegan estas fechas, hemos defendido en la revista que el consumismo que se genera ahora resulta contradictorio con el sentido original de la celebración. Con esto no pretendo justificar ni aplaudir que se quite la paga extra. Ni mucho menos. Pero yo lo veo como una muestra más de los derechos que estamos perdiendo: la sanidad, la educación, el apoyo a la dependencia, el derecho al trabajo… ¿Qué podemos hacer como colectivo, como alandar?”, espetó la polemista.
Se quedó por un momento mirando al resto en silencio y soltó con entusiasmo: “Podemos publicar en las páginas de la revista lo que ya se está construyendo desde abajo, para que la solidaridad y la creatividad y el espíritu emprendedor crezcan como una gran bola de nieve”, sugirió.
“La felicidad no la da un millón de euros. Así que menos la dará una caja de langostinos”, se descolgó con cierto soniquete de sorna otra de las comensales. Hasta el momento, la transgresora había permanecido en silencio, al parecer contemplativo, pero sin parar un instante de comer peladillas. Conseguido el objetivo de despertar la atención de la concurrencia, relató que un amigo suyo joyero le había contado que hay quienes compran regalos ostentosos en su tienda, el día 23 de diciembre y los devuelven el 26. Eso quiere decir que una pareja pacta un regalo ficticio para quedar bien ante la familia o los amigos, y después lo devuelve.
“¿Puede haber Navidad más triste que ésa?”, denunció. “Compartamos una ensalada ilustrada, hagamos regalos de amigo invisible hechos a mano, cantemos a voz en cuello villancicos con la letra cambiada para incluirnos en ellos como personajes, sentémonos en el suelo a jugar con los peques de la casa, compartamos el mejor chiste del año. Riamos, riamos, riamos…”, propuso, por fin, llevada por una emoción que iba calando como el relente de la noche en el resto.
“Sé que no es fácil ponerse en el lugar del otro cuando te están apretando por todos lados”, reivindicó un joven recién llegado a la reunión y que cumplía su primera Navidad como miembro del Consejo de alandar. “Se nos plantea la posibilidad de pensar en los cientos de millones de personas -de cerca y de lejos- que no saben lo que es una paga extra. Tal vez así uno, o muchos, se den cuenta de que aún son privilegiados, de que no les falta de nada…”. No le faltaba razón, aunque él mismo hizo la salvedad: “Eso sí, llegado a este punto, preferiría no oír la letanía que se ha impuesto en los últimos tiempos: todo me va de pena, pero no me puedo quejar». En el Consejo de redacción de alandar lo tenemos claro, que sí, ahora ha llegado el momento de quejarse. De protestar por la injusticia social y económica, por la falta de solidaridad, por la hipocresía, el despilfarro, el cuanto más mejor…
“¡Eh, eh!”, llamó la atención la última en llegar a la cena que se reincorporaba a la reunión tras haber llegado con retraso el vuelo que la traía desde Barcelona. “Solo me gustaría poner de manifiesto que este año no podemos olvidar que el Dios-con-nosotros es un sin techo”, apuntó. “¡Y habrá que ver en misa a inmobiliarios y banqueros, henchidos sus corazones piadosos después de anunciar a bombo y platillo que perdonarán a algunas familias que se han quedado sin las casas que ellos revenderán en unos años a buen precio!”, exclamó con rabia. Una rabia que dejó un conocido sabor a amargura en la boca del grupo que no pudo endulzar ni con los turrones de praliné.
¡Cuántas historias de desesperación habrá esta Navidad! El Niño que nació en un pesebre vino para que todos y todas sin excepción pudiéramos compartir el chocolatillo que se canta en un villancico: «Hacia Belén va una burra, rin, rin…», tararearon varias voces al unísono. La probabilidad de que aquello desbarrara por senderos incontrolables subía enteros por minutos. En ese instante, la directora se vio en la obligación de retomar las riendas del encuentro y así impedir que el sentimiento de hermandad convirtiera la cena en un concurso de villancicos desafinados. “A ver, a ver”, dijo firme, “no perdamos el hilo que el debate estaba muy interesante y seguro que de esto podemos sacar algo que aportarles a los lectores y lectoras de la revista… ¿qué sentido tiene celebrar la Navidad en medio de este panorama?”.
Otro de los veteranos del Consejo se apresuró a responder: “Tal vez sea eso lo que conviene plantearse. ¿Qué celebramos? ¿Y cómo? ¿Podemos quejarnos de no tener paga extra cuando hay familias que se han quedado sin casa, hogares en los que no entra un céntimo desde hace meses, hombres y mujeres que buscan y rebuscan entre los cubos de basura? ¿Es una tragedia de verdad una Navidad sin regalos o sin marisco en la mesa? ¿O es una oportunidad para ver las cosas de otro modo? De enseñárselas a nuestros hijos e hijas. De comenzar a vivirlas. De compartir lo poco que tenemos con quienes tienen todavía mucho menos. De volver a la Navidad que realmente preconizaba Dickens: la celebración de la fraternidad humana se desahogó apoyando con su batería incisiva la línea crítica y cañera de alandar. “En nuestras manos está mostrar otra manera de celebrar las fiestas y ser capaces de poner en el centro de las celebraciones a quienes sufren”. ¡Feliz Navidad!