Hace cuatro años comencé mi colaboración con alandar compartiendo mi experiencia de voluntariado internacional en Bolivia de la mano de InteRed, donde trabajo desde entonces. Este verano, durante dos meses, ha sido mi hermano, también educador y voluntario del Comité de InteRed Valencia, quien ha tenido la fortuna de vivir una experiencia de dos meses en República Dominicana. Esta vivencia, a los 28 años, le ha transformado y comprometido más si cabe y yo le cedo mi turno de palabra, compartiendo con vosotros y vosotras un correo en el que nos llevó línea a línea hasta Haití.
En silencio…
Sergio Ferrandis, agosto de 2012
Recorriendo el país, el silencio fue nuestro compañero de viaje. No podíamos decir nada, todavía diez días después me faltan palabras. Un pueblo, el haitiano, que se niega a arrodillarse ante el colonialismo extranjero que quiere exprimirlo, gobernado por unos ladrones pobres de espíritu. Tras 17 horas de coche recorriendo Haití, queda una sensación de agobio, incomprensión, rabia (cuando comprendes todos los factores que intervienen) y de cansancio, cansancio de mirar… Alguien que tenga el corazón vivo, no puede mirar mucho rato por la ventanilla, necesita coger aire, cerrar los ojos para volver a mirar.
El viaje comenzó un jueves, mis compañeros y yo nos levantamos pronto para cruzar la frontera lo antes posible junto a la coordinadora del centro donde trabajamos como voluntarios y un chofer haitiano. La coordinadora es una autoridad en la frontera, lleva trabajando por la convivencia de estos dos países más de 40 años, luchando por los derechos humanos y por la educación intercultural, muchos proyectos a la espalda y muchas experiencias e injusticias vividas. A lo largo de todo el viaje nos fue informando, enseñando, resolviendo los porqués de esta situación. ¿Cómo ahogar a un pueblo sin dejar que muera? volviéndolo pobre y esclavo. Un dicho local dice: «el que no come, no piensa» ¡Muy duro!
Cruzamos la frontera, un lugar terrible, el caos absoluto, donde detrás de un bonito intercambio cultural, social y económico entre ciudadanos del mundo, que no piensan en razas ni condiciones, sino en convivir y progresar, se halla el infierno (si existe, muchos de allí irán).
Los siguientes pueblos son muy rurales, sin urbanizar, pero con mucha vida: identidad, dignidad, garra y pensamiento positivo para seguir caminando. La construcción de las escuelas en las que trabaja nuestro centro dan fe de estos calificativos: la comunidad coopera junto con los maestros para construir su escuela. Personas que no comen hasta terminar la jornada después de ocho horas, personas que no llevan más de 50 gourdes (1 euro) a casa para dar de comer a su familia, pero saben qué es lo importante, quieren un futuro mejor para sus hijas e hijos y la solución, aún sin haberla recibido, la saben: la educación, motor del desarrollo humano.
Recorrimos en la primera jornada todo el norte del país, pasando por parajes naturales espectaculares, de alto valor ecológico, que conforman un paisaje envidiable. En Cabo Haitiano, primera gran ciudad que veíamos, nos impresionaron las casas, la suciedad, la mezcla de todo, también las caras, por lo general tristes. En contraste, empezamos a adivinar el arte haitiano, la habilidad de sus manos y la creatividad que en ellos rebosa, las guaguas estaban pintadas multicolores, adornadas con metales trabajados.
La última parada del día fue Gonaïves, una ciudad bastante particular, afectada duramente por dos inundaciones (2004 y 2008). Al contrario que el resto del camino, era una zona árida, pues su bosque de caobas no pudo salvarse de la codicia humana. Llegamos a casa de un dominico, que coordina un proyecto maravilloso de desarrollo agrícola que lucha por la soberanía alimentaria de la población. Nos esperaba una cena muy rica -bastante picante- y por primera vez en mi vida me sentí privilegiado por cenar, pensando lo que había detrás de los muros de nuestra casa. Fue una sensación rara, mirar por aquel balcón, hacia el exterior, ver la vida que se desarrollaba después de lo mirado a través de la ventanilla del coche, un campo de futbol lleno, jugándose un partidito, música por los altavoces… ¡les gusta el fútbol!
Nos levantamos de noche, nos esperaba un día duro, no imaginábamos cuánto. Nos invadía una sensación rara, como si el cuerpo se preparara para lo que venía, aún no habíamos entrado en la zona de impacto del terremoto: Puerto Príncipe. A varios kilómetros de la capital, nos lo encontramos de cara, infinidad de tiendas de campaña expuestas a un sol abrasador. Entrando a la ciudad por una gran avenida circulan personas, motoconchos, carros, guaguas y camiones de gran tonelaje, adelantándose unos a otros, sin división de carriles y rodeados de un mercado continuo. La gente está en la calle, en este país la gente vive en la calle… No me imagino pasar el tiempo en una casa de metal, que debe arder, sin un metro de respiración entre una y otra, cocinan fuera de la casa por supuesto y comparten todo o nada de lo que tienen.
Pasamos por lo que podríamos llamar los barrios más pobres de la ciudad, que toda es un barrio pobre con casi cuatro millones de habitantes. En él se intercalan los campamentos de tiendas donadas por las organizaciones internacionales, lo único que debió llegar. Al adentrarnos pudimos observar los edificios derruidos sin apenas tocar desde el terremoto, otros a punto del colapso. Eran castillos de arena en vilo, esperando a la ola que llegara para derribarlos.
De nuevo el silencio se había adueñado del todoterreno desde hacía rato, no comentábamos prácticamente nada, no había mucho que decir. Por fin nos dimos un respiro y entramos a un mercado artesanal reconstruido por completo por Caritas Alemania. Dentro pudimos observar todo lo maravilloso que antes os comentaba, compramos algo, regateamos, nos reímos con los comerciantes, tocamos un poquito más este país.
Después fuimos al centro donde trabaja desde hace mucho una pareja haitiana amiga de nuestra coordinadora. Él, periodista, trabaja denunciando todo tipo de abusos, para que no queden en el olvido y su gente se entere de lo que pasa. Ella, también periodista, dirige GARR (Grupo de Ayuda a Repatriados y Refugiados), una organización que trabaja por los derechos de las personas refugiadas y que en los dos últimos años también se encarga del campamento que rodea su centro (4.000 personas). ¡Admirables!
Fuimos a su casa y nos contaron un poco más de la situación vivida los días del terremoto. No lo quise imaginar, egoístamente ya tenía suficiente. Un amigo suyo uruguayo nos hizo caer en algo, la seguridad, no habíamos tenido ningún problema, nos dijo que en Uruguay era impensable viajar con las maletas en el remolque sin ser robadas en la primera esquina y a nosotros no se nos había acercado nadie, no habíamos visto conflictos -que los habrá, sin duda- pero no en la proporción ni con la magnitud que muestran los medios internacionales. Es un país más bien tranquilo, al menos todavía, no hay nadie con metralletas o pistolas en la calle atracando a todo el que pasa. Las únicas metralletas son las de los policías locales o las de la Minustah (ONU) que hacen parecer que estás en un país en guerra y esa imagen interesada, sesgada, es la que sale por la televisión.
A la mañana siguiente nos despertamos, sin pasar muy buena noche, debíamos salir pronto de vuelta a República Dominicana. Nuestra anfitriona durante el desayuno nos contó cómo su casa fue la única del vecindario que se había salvado; cómo los días posteriores fueron averiguando dónde se encontraban sus amigos y compañeros, los que estaban bien, los desaparecidos, los que se habían quedado sin nada; cómo las personas se ayudaron unas a otras; y cómo los vendedores no aprovecharon para subir los precios de sus alimentos (un pueblo no contaminado por la ley del mercado).
El camino desde Puerto Príncipe hasta la frontera fue corto. De nuevo todas las casas estaban en el suelo, pese a haber transcurrido dos años. Eran las 6:30h y el trajín del día comenzaba. Seguíamos callados, una repetición del día anterior. Sin embargo, nos despedíamos de un país que le hacía falta lo contrario, que no lo abandonaran… Me pregunté qué podía hacer yo para no hacerlo, la repuesta es este texto. Compartiendo con mis amigos y amigas una realidad que espero que llegue, que nos haga esforzarnos por ser mejores. No nos conformemos con este sistema, ¡hagamos desde lo local, para cambiar lo global!
Haití tiene mucho y debe mirarse a sí mismo para quererse más, no es bueno compadecerlo, es mejor acompañarlo, es mejor contar lo precioso que tiene; sus gentes, su arte, su colorido, su cultura, sus danzas, su imponente naturaleza, su sentimiento de identidad propia, su dignidad que lucha para no ser un pueblo maniatado, en definitiva, su riqueza. ¡Fantástico pueblo, bello lugar, que debe empezar a caminar!»
Ceder el turno de palabra
Qué suerte he tenido yo de poder acompañarte-los en éste recorrido por Haití, vivir juntos sus silencios, en algún momento ver los ojos cargados de lágrimas, compartir las inquietudes y rabias…, pero también ver brotar la sonrisa ante las cosas bonitas que nos brinda éste extraordinario país. Llevo más de 30 años acompañando ésta otra parte de la isla de Quisqueya y tampoco me acostumbro a ver ésta realidad que cada año que pasa se deteriora más. Muchas veces siento y pienso, que yo no lo acompaño, es Haití que me acompaña a mí; como me dicen algunos amigos-as: ¨Cuando regresas de Haití, parece que vienes resucitada¨. Es verdad, la lucha de Haití para que triunfe la VIDA, me inyecta energías nuevas.
Gracias por tu artículo, Sergio. Con tu puedo, y mi quiero, vamos juntos compañero! Otro mundo será posible!
Máxima
Ceder el turno de palabra
Gracias Sergio por este recorrido tan impactante y a la vez tan emocionante que sin duda has vivido.
Seguimos caminando juntos, y como dice Máxima, juntos es posible.
Un abrazo