Una ocasión más aprovecho estas líneas para reflexionar en voz alta sobre impresiones, sentimientos o aspiraciones personales que surgen de un complejo y entretenido día a día.
Lo hago así, pues valoro mucho la oportunidad (mientras me dejen hacerlo) de aportar un testimonio más de joven cristiana que se cuestiona a sí misma y al mundo que le rodea, que se intenta poner al servicio del Reino, que se equivoca, que duda, que aprende y sueña, que se derrumba y que deja que la levanten cuando no puede o quiere hacerlo sola…
Pero me temo que esta vez me va a resultar más complicado que otras veces, pues no se trata exactamente de trasladar alguna de mis reflexiones, retomar lecturas que me hayan interpelado al respecto e intentar recogerlo, sacar alguna conclusión (algo muy terapéutico). Hoy quiero hablaros de la reciente celebración de mi matrimonio… de cómo, como cristianos, hemos vivido mi esposo y yo la preparación y celebración de nuestro compromiso, en un contexto que no ayuda mucho a encontrar, vivir y privilegiar su sentido.
A lo largo de casi un año de preparación (o, al menos, de tener la fecha), son muchas las cuestiones que surgen, a veces de donde menos te lo esperas, preguntas o dudas que al intentar responder nos fueron llevando a reafirmarnos y vivir con mayor conciencia e intensidad el camino emprendido.
Unos cuantos meses antes del señalado día me reencontré con un sacerdote amigo y querido, y tras comunicarle la buena nueva y felicitarme por ello, me preguntó en confianza y sin juicio añadido: “Silvia, ¿por qué vivir juntos antes del matrimonio?” pues era una pregunta que le venía rondando en la cabeza -al ser cada vez más común- y quería una respuesta en primera persona.
Hay muchas otras razones que daría a cualquier pareja, pero la mía, la nuestra, fue algo natural: Nuestro proyecto de vida en común ya estaba iniciado. Todos los proyectos tienen distintas etapas y la primera para nosotros era esa, crecer y madurar como pareja y asentar las bases de nuestra familia. Así que, tras dos años de relación, ambos sentimos que era nuestro momento. No veíamos necesario ni queríamos esperar a casarnos para hacerlo y aplazar nuestra vida, pues para eso sí era pronto.
Avanzando así en nuestro proyecto, construyendo juntos un hogar -emocional y no sólo físico- el siguiente paso no tardó en llegar con la satisfacción de corroborar que caminábamos en la misma dirección. Así que pocos meses después fijamos fecha y la lista infinita de tareas que vino detrás.
Eran tantas cosas que no perder el norte entre lo banal, social y tanta parafernalia se convirtió en nuestro principal objetivo. Por eso, antes incluso de decidirnos, ya pensábamos en nuestra ceremonia en la parroquia de Kike, con Antonio, amigo, en el altar. Pensábamos en los cantos, en las personas que participarían, en la canción que para nosotros recogía el significado de nuestra opción, “Sólo el amor” (…convierte en milagro el barro) de Silvio, que utilizamos en distintos momentos. Grabada en el cáliz y patena de barro que nos regalaron para la ocasión, fue el canto más emotivo que se escuchó ese día en la preciosa voz de una de nuestras mejores amigas tras ser proclamados esposos… Nuestra boda era la ceremonia y al resto no sabíamos por dónde meterle mano.
Y era lógico cuestionarnos: ¿tanto dinero invertido en un día? ¿Cómo hacer para reducirlo a algo más sencillo pero compartido con nuestra gente más cercana? Pues muy difícil, le dimos mil vueltas, buscamos, encontramos algunas opciones, se nos ocurrieron otras y, finalmente, reconozco que en parte nos resignamos: éramos 200 y el margen de maniobra no era alto, pero bastante conseguimos, cabe decir. Sin entrar en detalles, que fue precisamente en lo que nos detuvimos, tratamos de hacer de nuestra boda algo muy personal. Sin embargo, como bien se dice, lo urgente no deja ver lo importante y, con la dinámica de los preparativos se fue difuminando recordar el porqué de dar este paso, pues pensábamos (y en realidad así ha sido), que cambio en nuestra vida como tal no iba a haber.
Ambos somos cristianos comprometidos (lo intentamos), vivimos nuestra fe y deseábamos casarnos y celebrar nuestro amor ante el Señor, reconociéndole el gran regalo que nos había hecho eligiéndonos el uno para el otro. Ese era el verdadero motivo por el que desde bastante al principio supimos que nos casaríamos llegado el momento, porque sentíamos muy presente al Señor en nuestra relación, como que algo tan maravilloso no puede ser si no es de Dios. Dado que éramos relativamente jóvenes, primero había que lograr cierta estabilidad laboral y económica, un hogar, de alquiler pero hogar igual. Como decía antes, un proceso muy natural, pues lo teníamos tan claro…
Pero eso tan claro se fue quedando en el fondo cubierto por todo lo que gira alrededor de una boda (logística, decorado y atrezo), que, aunque también nos ilusionaba, nos requería mucho tiempo.
Sentíamos que nos faltaba algo y nos lo fuimos a encontrar donde menos lo esperábamos, en los cursillos prematrimoniales. Los dos teníamos cierta prevención, por suerte nos habían recomendado una opción no tan al uso, el Fin de Semana de Novios. Fue una experiencia de contrastes, pero en su conjunto muy positiva. Nos pesó a Kike y a mí el machismo no disimulado por lo normalizado, que permanece anclado en la “naturaleza” de muchos matrimonios y que protagonizaba los testimonios de las parejas que nos acompañaron y que con mucho cariño y valentía (hay que decir) se abren a un grupo desconocido.
Por el contrario el programa y la dinámica sí fue muy destacable, trabajamos por parejas temas fundamentales para cualquier relación de futuro que, aun ya habiéndolos dialogado, fue estupendo retomar para parar y recordar por qué tenía tanto sentido nuestro proyecto de familia.
Pero, sin duda, el mejor regalo del FdS fue que nos puso delante el sentido propio del sacramento, descubriendo juntos nuestra vocación al matrimonio, a ser Iglesia doméstica, a sabernos enviados de dos en dos, convertirnos en un instrumento de Dios para llevar su amor al mundo, porque de la mano es más fácil. También asumimos la importancia del gesto de hacer público a la comunidad cristiana nuestro compromiso de esponsales, que nos uníamos con Dios…
Llegó el 28 de mayo y, en la parroquia del Pilar se celebró el amor de Dios; no el nuestro, sino la muestra de su amor entre nosotros y tanto esfuerzo parecía poco. La respuesta de quienes nos acompañaron fue reflejo de ello, así nos lo expresaron.
(Por supuesto, la celebración social también estuvo muy bien y se disfrutó hasta altas horas de la madrugada como manda la tradición.)
Sí, quiero, pero ¿por qué?
Y no estaría de más tocar el tema de por qué en los templos se dice sí quiero a organizar este tipo de eventos. Es un sí quiero en el que va incluido un no quiero una celebración de los esposos sino un más de lo mismo de todos, no es una celebración del matrimonio sino que es una misa en la que dos se casan…