Los desafíos del nuevo arzobispo de Madrid

José Cobo, nuevo arzobispo de Madrid, es un hombre de compromiso y escucha cuya postura social y pastoral se inscriben plenamente en la línea de la Iglesia y en la del papa Francisco. Su lema episcopal habla por él: «En tu Misericordia, creer y servir»

Momento de la homilía del  nuevo arzobispo de Madrid, en la Eucaristía con la que comienza su ministerio episcopal, el pasado 8 de julio. Fuente. Arzobispado de Madrid.

José Cobo ha sido “instalado” como decimotercer arzobispo de la diócesis de Madrid el sábado 8 de julio, en una eucaristía solemne que se celebrará en la catedral de la Almudena. Mucho se ha dicho estos días sobre él y las repercusiones que su nombramiento tendrá o está llamado a tener en el futuro de la Iglesia española.

Siendo considerada Madrid, por su población y su situación capitalina, la “principal” diócesis española y, como tal, “punto de destino” y probable sede cardenalicia en eso que el papa Francisco llama “carrerismo clerical”, algunos evaluarán su toma de posesión por el número y la importancia de las mitras que acudan a acompañarle. Otros diseccionarán, palabra por palabra, su primera homilía en el cargo para discernir tendencias y colgar etiquetas.

Él, probablemente, tendrá su prioridad en las eucaristías del pueblo de Aoslos, la parroquia más pequeña de la archidiócesis, compuesta por 76 personas, en la sierra norte de Madrid. O en la siguiente, que será en el sur de la capital. Estas dos elecciones dicen tanto o más de lo que dirá su sermón inaugural. Porque José Cobo está a otra cosa. Y no lo ha ocultado: su pontificado tendrá un marcado cariz social, dando prioridad a los pobres y a las periferias que tanto le marcaron en sus años de sacerdote.

Compromiso y escucha

Lo cierto es que, casi un mes después de su anuncio y, tras haber pasado por diversos medios de comunicación, aún hay quien anda escudriñando si se trata de un obispo fiel a la doctrina “ortodoxa” o un “progre” que sabe ocultarlo de manera inteligente. Lo que está claro es que se trata de un hombre de compromiso y escucha, y sus posturas social y pastoral se inscriben plenamente en la línea de la Iglesia. Y de Francisco. Su lema episcopal habla por él: “En tu Misericordia, creer y servir”.

Cobo sabe que asume un cargo particularmente expuesto y, en ocasiones, eminentemente político. Y, si no busca la luz de los focos, ha demostrado que sabe mantener el tipo ante ellos. Pero también sabe que, un nombramiento como el suyo, el de un obispo auxiliar criado en la propia diócesis, supone una ruptura con los métodos tradicionales. Esta designación no es única. En los últimos tiempos, Francisco ha hecho lo mismo promocionando como nuevo arzobispo de Santiago de Compostela al auxiliar Francisco José Prieto. Y designando como arzobispo de Buenos Aires a Jorge García Cuerva, conocido cura villero de un asentamiento popular de la capital argentina.

Es decir, el papa ha ido situando en grandes diócesis representativas a personas de talante social con un largo mandato por delante. Y con la tarea de transformar su gobierno en línea con los cambios llevados a cabo el año pasado en la curia vaticana, que forman parte esencial del programa de Francisco, y con la reciente elección del nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel Fernández: el Evangelio por encima de la vigilancia de la doctrina.

Clero conservador y poco flexible

Cobo tiene por delante una misión a la vez ardua y prestigiosa. La dimensión mastodóntica -y, por ello, rica- de la diócesis que va a asumir da vértigo. En recursos, en propiedades inmobiliarias, en trabajadores asalariados, en estructura. Más de 2.000 curas; miles de religiosos y religiosas; y cerca de 500 parroquias, que son casi otros tantos rostros de la iglesia: desde la tradicional y saturada Santa María de Caná, en el noroeste de la capital, a la comunidad vallecana de San Carlos Borromeo o Nuestra Señora de las Maravillas, en pleno barrio de Malasaña, cedida a la Comunidad de San Egidio para acoger a la gente que vive en la calle.

Asuntos calientes aparte -abuso de menores, caso fundaciones…- el primer desafío que tendrá que enfrentar será el de la sinodalidad. Es consciente de que Madrid es una diócesis más bien conservadora, con un clero formado y forjado fundamentalmente en los años de los cardenales Suquía y Rouco. Un clero, en general, poco flexible, que se ha resistido a los intentos de renovación de Osoro. Algunas voces creen que la resistencia contra Cobo podría ser aún más fuerte o numerosa y que tendrá más que complicado restaurar la comunión entre las diferentes tendencias de la iglesia madrileña.

Apreciado por su cercanía con los fieles en sus visitas pastorales -doy fe-, tendrá que cambiar el modelo de “párroco omnipresente” en parroquias donde los laicos son poco más que figurantes. Y evitar la tentación de repliegue entre los cada vez más escasos practicantes, enmascarados por los nuevos movimientos. En algunas zonas, sobre todo en el centro, los templos están hoy medio desiertos, mientras en otros barrios las parroquias tienen tal dimensión que corren el peligro, y la tentación, de la autosuficiencia. El desafío es encontrar una verdadera dinámica madrileña en forma de solidaridad inter parroquial, que desarrolle una conciencia diocesana con las parroquias más favorecidas e inviertan en las que lo son menos.

Una imagen mucho más amable

Pero, como decíamos al principio, el puesto de arzobispo de Madrid supone, se quiera o no, un añadido en clave de representación de la Iglesia española en clave nacional, aunque no ostente ningún cargo de relieve en la Conferencia Episcopal. Cobo tendrá, así, una responsabilidad extra en el debate público, en este tiempo de confrontación en el que vivimos. A la vista está que no la rehuirá. Antes, al contrario, ya ha hablado de la necesaria apertura pastoral a “un mundo cada vez más hostil y ausente de la fe”. Y se ha marcado un objetivo: dar una imagen de una Iglesia mucho más amable.

De momento, pues, bastante tiene con Madrid. Sin duda, al nuevo arzobispo le esperan también responsabilidades más altas. Pero tiempo habrá, incluso más allá del pontificado de Francisco, para construir puentes en la iglesia española. Habrá que esperar a ver cómo le acogen los halcones episcopales que siguen pensando que esto del papa porteño será flor de un día. Y, sobre todo, los candidatos “carreristas” que pensaban que ya habían hecho méritos para dar el salto a la capital y, con ella, al cardenalato.

Más de uno augura que la diócesis le vendrá grande, por su juventud y por su inexperiencia. Joven, según se mire. Rouco tenía la misma edad, 58 años, cuando llegó a Madrid. Y en cuanto a lo otro, dejemos que responda el propio Cobo: “Como obispo no tengo experiencia como dicen algunos, sobre todo cuando los obispos llevan años ejerciendo y son muy doctos, pero como pastor y cura sí tengo experiencia. No tengo ni títulos ni saberes, pero me he currado la diócesis madrileña. Conozco a los drogatas, inmigrantes, comunidades de laicos. ¿Experiencia o no? Depende de quién lo mire”. Yo diría que no es precisamente mal currículum para un guía cristiano.  

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