San Juan y el solsticio de verano

Hay un dicho popular que reza de la siguiente manera “Cristo crece y San Juan mengua”. Como todo o la mayoría de las veces que dice algo el vulgo respecto a la vida, suele encerrar una enjundia tal que acostumbra a no tener el más mínimo desperdicio. En este caso se está refiriendo al solsticio de verano en contraposición al del invierno. No es ahora el momento de comentar el hecho de que estas dos realidades del año solar fueron cristianizadas en su momento, poniendo como centro de las mismas a los dos natalicios más importantes que aparecen en el Evangelio: el de invierno que correspondería a Jesús, y el de verano, a San Juan Bautista que, per boca del propio Jesús, se dice que “Es el hombre más grande nacido de mujer”. Si nos atenemos al tiempo en cuanto tal, no hace falta decir que, a partir del solsticio de verano, coincidente más o menos con la festividad de San Juan, los días van decreciendo (en cuanto a la duración del sol, claro está); mientras que es a partir del inicio del solsticio de invierno que la duración de los días va creciendo.

Y, con todo esto, ¿a dónde queremos ir a parar? Es evidente que no quiero llegar a nada, por lo que a cuestiones astronómicas se refiere; sino, sencillamente, a lo que San Juan representa relacionado con la vida de Jesús y aplicable perfectamente a muchas de nuestras situaciones de la vida cotidiana. Por otra parte, a todo lo que de luz y de fuego acompaña dicha festividad.

Hoguera de San Juan, FOTO RICGONMEN

La figura de Juan Bautista en el Evangelio aparece como la de la persona encargada de abrir rutas y allanar el camino por donde más tarde va a pasar una persona considerada como más importante: Jesús en este caso. No voy a citar ningún texto, pero así lo podemos encontrar en el principio de cualquiera de los Evangelios, con unas u otras matizaciones propias de cada uno de ellos. Tengo la impresión de que esta manerade actuar no ha acostumbrado a estilarse en general nunca y, por supuesto, hoy tampoco. Por la sencilla razón, que es considerado como algo de segundo nivel y, por lo mismo, propio de personas de un rango inferior. Digo esto porque el ser los números “uno” está tan incrustado en nuestra sociedad del momento que, como decía alguien, si eres el número dos, ya no eres nadie o eres el primer fracasado. Por ello, esta era una de las razones por las cuales pretendía sacar a colación la figura de Juan Bautista; con la que, si me apuráis, lo que pretendo decir, aunque sea de manera indirecta, es que el servicio y la disponibilidad hacia el otro no cuadra en absoluto con los aires de superioridad y de grandeza personales que reinan en la actualidad.

La segunda cuestión que me hace pensar en esta festividad es todo lo que de manera exterior la caracteriza, como es el caso del fuego, fundamentalmente, con todas peculiaridades que lo hacen visible tan próximas a la espectacularidad y a la admiración que provoca en grandes y pequeños. Es una noche, en unos lugares más que en otros ciertamente, donde la pirotecnia alcanza sus máximos. Una pirotecnia rápida e inmediata, pero capaz de dejarnos con la boca abierta por unos instantes, provocando al mismo tiempo unas expresiones de admiración a cada cual más curiosa.

Y todo esto, ¿a qué viene? Pues sencillamente a la similitud que tiene tantas veces con nuestra vida. ¿No os parece que con demasiada frecuencia nos movemos más por el artificio momentáneo y fugaz que por la consistencia de unos principios sólidos, serios y fuertes? El problema está precisamente en que lo que se estila es el sobresalir y el aparentar frente a la acción muchas veces silenciosa y oculta pero, en cambio, efectiva para los demás y consecuente con uno/a mismo/a. ¡Y así nos va, tanto a nivel personal como social en muchas ocasiones! Se dice también que muchas veces las apariencias engañan; pues sí, nada que decir en contra de ello, porque es la verdad pura y dura. Semejantes fuegos de artificio no llevan más que momentaneidad y espectáculo pasajero, dejando en un segundo plano la consistencia y la profundidad interior que, al fin y al cabo, es lo que de verdad le hace a alguien verdadera persona.

 

Joan Zapatero
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