Sin encarnación no hay redención

José Pachón, en noviembre del pasado año

El pasado 25 de junio, José Pachón Zúñiga, sacerdote de la diócesis de Valladolid, falleció a la edad de 88 años, después de una intensa vida entregada a la acción pastoral. Esta semblanza quiere ser un reconocimiento a una irrepetible generación de sacerdotes, comprometidos, como él, con la aplicación del Vaticano II y ejemplares en su respeto al protagonismo de los laicos.

“Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas! ¿A dónde el camino irá!” Este texto machadiano inundaba mi cabeza cuando una tarde de junio de 1978, recién elegido presidente de la JEC (Juventud Estudiante Católica), tomaba el tren de Valladolid a Madrid después de haber ido a confirmar que José Pachón, consiliario entonces de la JEC en Valladolid, asumía ser consiliario del equipo general. “¿A dónde el camino irá?”: me quedaba enganchado a la pregunta, contemplando desde el tren el infinito atardecer de la meseta castellana.

Yo le conocía muy poco, pero Pachón era una persona muy accesible. Sabía que tenía muchas dudas en desplazarse a Madrid para la nueva tarea y que estaba encantado de seguir en Valladolid, donde se había reencontrado también con su familia después de un período de actividad en Perú, con gente muy cercana a la Teología de la Liberación.  En Valladolid estaba acompañando, junto con otro sacerdote (Jesús Pascual), a un activo equipo de militantes de la JEC, de secundaria y universidad, además de otras tareas pastorales. Durante nuestra conversación, con un ejemplar sentido del compromiso, aceptó, con todas sus dudas, asumir el encargo de consiliario del equipo general ante el único argumento que yo pude esgrimir: te necesitamos, le dije. Y esta fue la primera lección que aprendí de él: tomar las decisiones más por fidelidad a una llamada que por una opción personal planeada. Me consta que, cuando luego, en 1983, asumió las tareas de consiliario de la JEC Internacional, la secuencia no fue muy diferente.

Pasos pausados, constante compromiso

Cuando falleció el pasado 25 de junio, hablé con Paco Sevillano, sacerdote de Valladolid que estaba muy pendiente de él en los últimos años, visitándole periódicamente en la casa parroquial de San Juan Bautista, donde vivió los últimos años junto con su hermano Mateo, también sacerdote. Me decía Paco Sevillano que en el funeral hablaría de su andar pausado, pero continuo, como una imagen de su quehacer pastoral. Recordé también su pausado caminar junto a personas como yo, que siempre nos movíamos como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, compulsivamente de un lugar a otro. Y ahora pienso que esta fue la segunda lección que aprendí de él: caminar con más sosiego, manteniendo un intenso y continuado compromiso con el destino de la acción. Caminar pausado, como pasando desapercibido, sin pretender dejar estela alguna del recorrido, pero sí huellas que fueran significativas para otros.

Quizás para él dejar huella era convertirse en un rostro significativo para la gente que le rodeaba. De hecho, en una entrevista en la revista Ecclesia que apareció el 3 de noviembre de 1979, respondía a la pregunta sobre su preocupación principal en ese momento: “Además de acompañar en el proceso de maduración del Vaticano II, realizarnos en la tarea de ser rostros significativos y servidores de la Palabra para los militantes”. Esa es mi sensación: su andar pausado reflejaba el compromiso con ser rostro significativo para todos nosotros.

Una de sus más relevantes aportaciones al movimiento de la JEC fue el impulso que dio a lo que, entonces, comenzamos a llamar la “lectura creyente de la realidad”. Recuerdo que, cuando le entregué una síntesis de un borrador sobre el tema, me dijo que estaba bien pero que tendría que leer la “Evangelii Nuntiandi” de Pablo VI, que casi nos puso como tarea obligatoria a los miembros del equipo. En la entrevista que le hicimos en noviembre del pasado año, le planteamos qué significó para él la lectura creyente de la realidad. Y nos dijo: “Lectura creyente de la realidad es lo que hace ahora el papa Francisco”. Reconozco que, en aquellos momentos, fundamentar la necesidad de la lectura creyente de la realidad fue una de las mayores aportaciones del movimiento en un documento que se aprobó en la Asamblea de Castellón de 1980. Le pedimos que recordara lo que esto había significado. Y decía: “La lectura creyente de la realidad es la traducción del compromiso ligado al planteamiento evangélico”. En este sentido, destacaba que la gran aportación de movimientos como la JEC ha sido y es “la fidelidad al evangelio a través de la encarnación en la masa, es decir, no hacer como dos mundos (la Iglesia y la sociedad) que nunca se encuentran”. Y concluye en una afirmación que quizás resume, mejor que ninguna otra, su motivación pastoral a lo largo de tantos años y su visión del recorrido de la propia JEC: “Sin encarnación, no hay redención”. Ojalá esta afirmación estuviera impresa en muchos de los centros de la Iglesia que, a veces, se preocupan más por el rigor de la doctrina que por los compromisos derivados de lo que él denominaba el “planteamiento evangélico”.

Paciencia y esperanza

Una vida, un estilo de presencia. Me viene a la cabeza al concluir estas líneas, algunos de los viajes de extensión que hacíamos en aquella época, mientras yo intentaba acabar mis estudios universitarios. Recuerdo especialmente un viaje por Logroño y Soria, lugares donde entonces no existía prácticamente ninguna actividad jecista, un accidentado viaje en autobús por el puerto de Piqueras, con una nevada sobrecogedora. Yo estaba envuelto en la frustración por la escasa respuesta recibida. Y él me decía: “Ya irá saliendo algo”. Y claro que salía. Este sentido de la templanza, mezcla de paciencia y esperanza, le ha acompañado a lo largo de su vida. Es una lección más que nos deja José Pachón Zúñiga. Ahora me doy cuenta de que su vida es un testimonio continuado de que, en efecto, sin encarnación no hay redención.

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