Le pedimos a Enrique Pérez Guerra, quien ya se ha asomado en otras ocasiones a las páginas de Alandar, un texto sobre el sistema de Justicia de Menores, que él conoce bien, pues ha sido parte del mismo -como educador social- durante 37 años. Atendió nuestra petición generosamente, pero dándole un giro, porque «el texto iba a ser muy aburrido, escrito de adulto experto a adulto interesado».
En lugar de ello, lo enfocó desde el «imaginario plano narrativo» de un grupo de menores que asiste a una charla sobre el sistema de Justicia de Menores.

-¿Qué idea tenéis de lo que ocurre en un Juzgado de Menores?
-Cuando has dado un palo la policía te lleva allí, te hacen el juicio y te chapan.
-Agradezco que hayas roto el silencio. Llevas razón, aunque solo en parte.
-Bueno, primero te tienen que pillar y tiene que ser un palo muy gordo.
-Ya hemos dado otro pasito. Cuando me dijeron de venir, tuve claro que plantarme aquí para soltaros el rollo serviría de poco. ¿De qué queréis hablar?
-¡De lo que le hicieron a la niña…! ¡Del grupo de guiris…! ¡De las fotos que…!
-Llegaremos a eso si hace falta. Permitidme viajar unos cuantos años atrás. Cuando yo empecé a trabajar en esto tenía 37 años menos que ahora y me vi más perdido que una mona en un museo. ¿Por qué creéis que me encontré sin saber qué decir, cómo responder?
-No te lo habían explicado… La universidad no vale para nada…
-Efectivamente, la formación en este ámbito deja mucho que desear. Sin embargo, el problema central para mí no eran las técnicas o protocolos con los que guiarme. La cuestión era que tenía delante de mí seres humanos. Yo iba con la idea rígida de que me iba a enfrentar a chorizos, chaperos, tironeros y jovenzuelos con los que nunca hubiese querido compartir pupitre en el colegio.
-Son muy divertidos. Te lo pasas de puta madre con ellos. Siempre se enrollan.
-Os aseguro que al lado de ese rostro desenfadado, ocurrente y jovial hay otro cansado y sin confianza en la vida. Esa imagen que os transmiten es una careta para ocultar, a vosotros y a ellos mismos, una tristeza profunda. A los pocos años les encontraréis -si quedan atrapados en el sistema delictivo- agriados y envejecidos. Veo que el profesor se preocupa. No os estoy explicando la Justicia de Menores. Esta afecta a aquellas personas que tienen entre 14 y 18 años, teniendo en cuenta la edad en que se cometió el delito.
-Entonces, con 12 o 13, ¿se puede hacer de todo?
-¡Cuántas veces me han hecho esa pregunta! Al Fiscal de Menores le llegará la denuncia y, al comprobar que el denunciado no alcanza los 14, lo pone en conocimiento de los Servicios de Protección de Menores de la Comunidad Autónoma, que han de iniciar una intervención no judicial.
Por mi mesa han pasado denuncias de muchísimos menores que antes de los 14 ya habían tenido denuncias. Mosqueante, pero no debemos dejarnos llevar y considerarlo una evidencia de culpabilidad. En esta realidad humana, como en tantas, hay que pensar en relativo y evitar el absoluto.
Voy ahora a diferenciar entre menores de Protección y menores de Reforma. Antes de la actual Constitución, los dos ámbitos estaban muy mezclados. En el año 1983, mi mujer y yo (entonces ni siquiera novia), empezamos a hacer voluntariado en una residencia de monjas en donde se mezclaban huérfanos, ladroncillos, hijos de prostitutas, discapacitados intelectuales, víctimas de abuso… Por fortuna, esto sería impensable hoy.
Para ser menor de Protección solo hay tener de 0 a 18 años y que los servicios de Protección de Menores establezcan que vives en unas condiciones inadecuadas para tu edad. Ahí entra una amplia gama de problemas: pobreza económica, insalubridad, abandono afectivo, maltrato, abusos sexuales, desnutrición, consumo de drogas en casa, padres en prisión…
¿Hay casos de Protección y que a su vez sean también de Reforma? Sí. Es el caso de muchos chicos o chicas que lo están pasando mal en casa por cualquiera de esas circunstancias y que participa o es acusado de un delito. ¿Qué pasa entonces? Las cosas aquí no funcionan como debieran, lo confieso con dolor. La condena (medida) judicial dura un cierto tiempo (seis meses, un año, dos…) Después, se acabó. Sin embargo, la atención desde Protección de Menores debería continuar mientras perdure el problema. Se crean así ritmos desajustados. Además, puede intervenir una Administración y luego otra. Ahora unos técnicos, luego otros… La continuidad brilla por su ausencia y, a esta edad, vuestra edad, es por completo necesaria.
Os devuelvo la palabra.
-Yo conozco a más de uno que las ha hecho muy gordas y no le han chapado.
-Me encanta hablar con vosotros porque las cosas las decís tal cual. Llevas razón. Para que la justicia actúe hace falta que la justicia se entere, bien porque la policía le pille o porque alguien le denuncie. El caso es que la denuncia o el informe de la policía ha de llegar a la Fiscalía de Menores.
Aquí da comienzo otro problema y es la acumulación de plazos. Desde que el delito ocurre hasta que tiene conocimiento la Fiscalía de Menores pueden pasar dos semanas o dos meses. El fiscal ha de establecer si la denuncia tiene indicios de ser cierta y si figura en el catálogo de delitos descritos en el Código Penal. Si no es así, el proceso se detiene. Si sigue delante, se inicia un largo trámite llamado Procedimiento Penal. Acabamos de sumar por lo menos un mes y a veces casi un año más.
De allí pasaba el caso hasta mí y mis compañeras. Citar al menor para que venga con sus padres; hacer un informe sobre cómo es su familia, su evolución en el colegio o instituto, su salud… Vaya, su vida. Acabamos de sumar de tres a cinco meses. Todo eso se traslada al Juzgado de Menores. Cita para el juicio… Unas semanitas más.
Siempre me sorprendió la enorme diferencia que hay entre el tiempo de la justicia y el vuestro. En la justicia todo es mucho más lento. Para explicarme, tres meses para quienes trabajan en los juzgados son un instante. Esos mismos tres meses para un chico o chica que está internado son una eternidad.
-¿A todos les chapan o se queda en eso de las horas?
-Pasar por juicio no significa obligatoriamente ser declarado culpable. Puede ser que no haya pruebas suficientes, que los testigos hablen a tu favor. Eso sí, tened en cuenta que no es lo mismo responsabilidad judicial que moral. La justicia puede declararte inocente y tú puedes ser un canalla. O lo contrario.
Llegamos a la condena, o medida judicial, según dice la Ley Orgánica Penal del Menor 4/2000 -¡vaya palabrería la de los jueces!-.
Los adolescentes que pasan a centros de internamiento son una minoría. De los que pasan por juicio y son sentenciados, la gran mayoría, cumplen medidas de medio abierto, en las que siguen yendo a clase y a dormir a su casa.
Prestación en Beneficio de la Comunidad, eso que llamas “hacer horas”, es una de las condenas más comunes. También las Tareas Socioeducativas y la Libertad Vigilada. Yo la proponía a menudo porque permite muchas líneas de intervención a la vez: asistencia a consulta psicológica, estudio de F.P. básica, grupos de prevención de violencia de género…
-Trabajaste como educador social durante 37 años. ¿Qué diferencia hay en el modo de proceder del estamento judicial de entonces y del de ahora?
-Se suponía que quienes iban a lanzarme las preguntas eran tus alumnos. Voy a intentar ser lo más esquemático posible.
Antes de la Constitución de 1978, la franja de edad de la Justicia de Menores era de 12 a 16 años y, en los años inmediatamente posteriores, la distinción entre Protección y Reforma era a efectos prácticos muy escasa. La guía moral que orientaba el trabajo con aquellos menores era sobre todo la piedad cristiana. Casi todas las residencias de menores tutelados estaban a cargo de órdenes católicas. Monjas, sobre todo. Con la Constitución, la ley de 1992 y la actual del 2000 esa frontera entre Reforma y Protección quedó definitivamente levantada.
La ley actual repite hasta la saciedad cuatro palabras: “bien supremo del menor”. Quiere decir que, por encima del sentido sancionador (el que la hace la paga), ha de ser más importante en la decisión del juez aquello que sea mejor para ese menor que ha sido juzgado. Al decir “mejor” no refiero a aquello que resulta más cómodo o divertido para vosotros.
-¿Son iguales los que pillan ahora que los que pillaban entonces?
-Una pregunta con sustancia. La cantidad de casos que llegan a Justicia de Menores es hoy inmensamente mayor que hace tres o cuatro décadas. ¿Se delinque más o se denuncia más? Es difícil saberlo. Mi impresión es que la incidencia del delito en menores ha aumentado y se da a edades más tempranas. Además, hay delitos más graves. Hace 37 lo normal eran los juicios por robar coches o ciclomotores y dar tirones de bolso. Los delitos por palizas muy violentas, asesinatos o violaciones llegaban, pero eran muy pocos. Desgraciadamente, esos delitos tan graves ya no sorprenden.
Al lado de este aumento hay que destacar la diversificación. No llegaban denuncias por bullying, captación de chicas menores de edad para la prostitución, tráfico de cocaína, violaciones en grupo, delitos en las redes sociales. También hay una diversificación de delincuentes. Antes nos llegaban chicos menores y muy pocas chicas, de los barrios pobres. Como minoría étnica solo nos encontrábamos con gitanos. Ahora nos pueden venir de cualquier lugar del mundo y de cualquier estrato social.
Hay menores extranjeros no acompañados (los que han venido en patera), transexuales, menores que en Centroamérica han formado parte de maras, hijos adoptados y luego abandonados… Entre la población con la que actualmente se trabaja en Justicia de Menores quiero destacar un grupo que no hace más que aumentar: los adolescentes que padecen cuadros psicológicos graves, incluso psiquiátricos.
-Vamos, que están como una chota.
-No me hace ninguna gracia. No hablamos de un episodio de una serie. La atención psicológica y psiquiátrica será o debería ser pronto el gran caballo de batalla en reforma de menores.
-¿Alguno se arregla?
-¿Alguno de los chavales que he conocido ha salido del circuito delictivo?
Mira, ayer salíamos Merce y yo de Ikea y nos encontramos con un joven que conocí en un centro de reforma. Llevábamos meses sin verle. Hasta entonces nos encontrábamos cuando volvíamos al coche y él empujaba las ristras de carros. La sonrisa que intercambiábamos era de esas que llenan una vida entera. Estaba preocupado porque hubiera perdido su trabajo, pero no: sigue empleado en Ikea y le han destinado al almacén.
Una cursilada de las muchas que empleamos los especialistas en menores es la profecía autocumplida. Un ejemplo clarito: te dicen y repiten que no vas aprobar el examen. Se te quitan las ganas de estudiar y, al final, suspendes. ¿Qué hubiese pasado si el mensaje hubiera sido el contrario? Muchos jóvenes reciben desde pequeños mensajes pesimistas, aterradores y culpabilizantes: «vas a acabar en la cárcel o la prostitución», «vas a ser un heroinómano»… El caso de este joven no es el único que conozco. Sin embargo, la sociedad les olvida y pone toda su atención en aquellos casos en los que se confirma la negra profecía.
Para mí, ejemplos como el del joven de Ikea dan cuenta de un milagro al que nadie ha puesto nombre. ¿Os parece que hoy, aquí mismo, lo bauticemos? Es el milagro de la Profecía AutoINcumplida.
- Francisco, el primer milagro de Bergoglio - 10 de marzo de 2023
- Naufragio evitable en Calabria; decenas de muertes derivadas de la política migratoria de la UE - 27 de febrero de 2023
- Control y represión, único lenguaje del gobierno de Nicaragua - 21 de febrero de 2023