El sistema penitenciario de un país no deja de ser un reflejo de la sociedad que lo crea, aunque no quiera mirarse en él. Hoy , en España contamos con una población envejecida, dentro y fuera de las cárceles, y con un sistema penitenciario que necesita renovarse en sus profesionales y en sus prácticas.
A Eugenio, 52 años, volvieron a apresarlo por un atraco tras un permiso. Con los ojos vidriosos nos contaba que, en retrospectiva, llevaba “32 años en el talego”. Desde los 20 años. Toda una vida. Saliendo y entrando en prisión en una plena institucionalización. Y así una vez y otra y otra.
Con esa edad, Eugenio, al igual que tantos otros, configura bien el envejecimiento que la población penitenciaria está evidenciando y que no solo se refleja en los internos, sino también en el funcionariado que les atiende.
Comparemos las cifras de los últimos años. Según la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, en abril de 2010 España contaba con 16.963 personas internas entre 41 y 60 años y 1.524 de más de 60 años (de una población penitenciaria de 60.331); 10 años después, con un total de 46.729 personas presas, había 19.635 de 41 a 60 años y 2.371 de más de 60 años (el 7,6% mujeres). Cifras porcentualmente mayores en un contexto de reducción de la población penitenciaria.

En su mayor parte, la cárcel no es ajena al devenir de la sociedad y es un reflejo de esta. Por ello, un aspecto destacable y que genera una mayor exclusión social en el preso es la pérdida de referencias cuando, con más de 50 años, sale en libertad después de condenas largas (o sucesivas) y la incapacidad de muchos, si no tienen redes sociolaborales y familiares estables, de sostener una vida en libertad que en muchos casos han perdido.
Eso supone un añadido a la condena que no dictaminó el juez en su momento y también numerosas reincidencias: esas fallas del sistema penitenciario revierten luego en la sociedad. Porque, pese a lo que diga cualquier noticiario, España tiene uno de los sistemas penitenciarios más duros de la UE con una media de 18 meses de penas de privación de libertad, frente a la media europea de 7 meses, según revela el Informe ROSEP sobre la realidad penal y penitenciaria (2016).
España tiene uno de los sistemas penitenciarios más duros de la UE con una media de 18 meses de penas de privación de libertad, frente a la media europea de 7
El funcionariado, la otra parte fundamental del sistema penitenciario junto con los internos e internas, también muestra un significativo envejecimiento: en marzo de 2020, la Asociación Profesional de Funcionarios de Prisiones señaló que más de 10.753 funcionarios superaban los 50 años de edad, lo que suponía un 48,5% de la plantilla total; el 7,72% tenía más de 60 años; el 75,30% se encontraba entre los 41 y los 60 años, y sólo el 17% tenía menos de 40 años. Estos datos ponen de manifiesto que los funcionarios entre 30-35 son una clara minoría y que, además, no son suficientes para compensar el progresivo envejecimiento de unas plantillas que cualquiera que trabaja en un centro penitenciario puede experimentar.
A escala social y demográfica esto tiene múltiples repercusiones, pero en el día a día del centro nos encontramos con unos servidores públicos con amplia experiencia, pero quizás algo cansados, con dinámicas ya asentadas y difíciles de modificar y, sobre todo, incapaces de soportar el trabajo diario por falta de suplentes.
Sin embargo, dentro de este envejecimiento penitenciario, existe otra problemática para la que aún creemos que no está preparada la institución y que además va a suponer un reto mayúsculo en los próximos años: la atención a los mayores de 65 años.

Cualquiera podría pensar que un “adorable ancianito” de 70 años estaría eximido de cumplir pena privativa de libertad; parece creíble el mito de que el delincuente, cuando llega a una determinada edad, ha de ser excarcelado y, si cometiera un acto punible en plena senectud, no responderá penalmente de sus actos: “¡no puede ir a prisión!, ¿cómo va a hacerlo? ¡si es muy mayor!”. El subconsciente también nos indica (no sabemos por qué en otros perfiles no lo hace…) que la cárcel es un ambiente diametralmente opuesto al entorno familiar, amigable y cálido que una persona mayor necesitaría para los últimos días de su vida.
La realidad es tozuda y según la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, el número de internos e internas con más de 70 años ha aumentado considerablemente en los últimos años, y se prevé que continúe creciendo. Concretamente, en el primer trimestre de 2021 había 1122 internos mayores de esta edad (siendo mujeres, solo el 6,3%
Las causas de este nuevo fenómeno no nos deben ser ajenas, ya que, si bien se ven condicionadas por el país en el que nos encontramos, con una alta esperanza de vida, no podemos obviar otras causas:
- Las políticas de endurecimiento penal, que conllevan unas penas más largas (Informe ROSEP, 2016).
- El aumento de la edad de los delincuentes que están y que entran en prisión. (Human Rights Watch, 2012; págs. 24-39).
El perfil más frecuente entre los mayores de 60 años es autores primarios de delitos graves que conllevan condenas largas. En el caso de los hombres los delitos cometidos suelen ser contra la salud pública, homicidios y sus formas, o abusos sexuales. En el caso de las mujeres, delitos contra la salud pública.
Debemos repensar el modelo penitenciario para caminar hacia una estructura más integral y flexible
Muchos de ellos saldrán directamente desde la cárcel al cementerio por la gravedad de sus delitos y las condenas tan largas que recaen sobre ellos. Delitos execrables, de una gran violencia y con un gran componente de destrucción familiar y comunitaria. Por ello, más de un 16% no recibe comunicación con nadie del exterior y residen en las enfermerías de los centros penitenciarios, puesto que no hay otros espacios preparados para acogerlos.
Entendemos que la cárcel no es el lugar indicado para una persona mayor de 80 años (tarea sencilla: no es su hogar ni tampoco una residencia especializada en el trato a personas mayores) y la misma institución penitenciaria, al igual que en otros órdenes, debe suplir atenciones para las que no está preparada.
La reflexión y el debate colectivo que debemos comenzar es repensar el modelo penitenciario para caminar hacia un modelo más integral, flexible y sobre todo, responsabilizar a otros órdenes de la sociedad a acoger a personas mayores dependientes que, de lo contrario, pasarán los últimos días de su vida en una cárcel, sin posibilidad de un trato profesional, cercano y sobre todo, humano. El que todos, en nuestros últimos días, merecemos.
CON LOS PIES POR DELANTE
Gloria Fuertes
Y ahora,
a envejecer bien como el jerez.
Ser también útil de viejo,
ser oloroso,
ser fino,
no ser vinagre,
ser vino.