Juan Carlos Prieto Torres
El Reino de los cielos se parece a un hombre o a una mujer que tenía una caldera de gas. Bien podría empezar así una de las parábolas actuales de Jesús de Nazaret.
Se preguntarán a qué viene esta comparación con elementos de la vida cotidiana. El motivo es que un día, hace unos meses al fijarme en la pantalla de la caldera había un número y una letra parpadeando. No indicaban la temperatura sino un error. Después de consultar el manual, con la intención de poder solucionarlo, un asterisco me advertía de que debía llamar a un profesional pues había una obstrucción. Mi gozo en un pozo por no poder resolverlo de inmediato y porque cuando puedo arreglar algo evito que alguien tenga que invertir tiempo y energías en ello.

Probé el famoso “truco” de apagar y encender que tanto utilizamos y, a veces, es como algo mágico que soluciona lo que está estropeado. El fallo persistía. Llamé a la compañía y me dijeron que enviarían a un técnico al día siguiente y que además la reparación la cubría el seguro.
El hombre vino, desmontó la carcasa de la caldera, ajustó un par de conductos, apretó el botón de resetear (reiniciar) y dijo: “Ya está”. Yo no salía de mi asombro pues en cuestión de unos minutos la caldera estaba funcionando con normalidad. Le agradecí la reparación y me disculpé por hacerle venir tan solo para eso. Por otra parte, intentando sacar el lado positivo, le dije que así estaría más holgado para otras reparaciones a lo largo del día.
Muchos no tienen ni la capacidad de poder quejarse o pedir cuentas de por qué viven así
Una vez que el técnico se marchó me quedé pensando que soy dichoso por poder tener una caldera y lo que eso conlleva. Significa que vivo en una casa, que dispongo de gas a diario, lo cual me permite lavar y ducharme con agua caliente. Todo un lujo pensando en los millones de personas que en el mundo carecen de ello o que por no tener no tienen ni casa. Personas que no disponen de agua corriente ni de la capacidad para poder quejarse o pedir cuentas de por qué viven así.
Soy afortunado y privilegiado por tener trabajo y dinero para poder costear un seguro que atienda las necesidades con tanta inmediatez. A pesar de ello, somos muchos los usuarios que nos enfadamos porque los técnicos no vienen tan rápido como quisiéramos. Hasta para eso somos quejicas y nos olvidamos de que hay millones de seres humanos que tienen que andar decenas de kilómetros para encontrar un pozo. Ya no digo nada respecto a llegar a una tienda de electrodomésticos.
En los acontecimientos cotidianos podemos descubrir el lenguaje de lo trascendente
Al poco tiempo ya estaba duchándome con agua caliente. A mi mente venían imágenes de personas que se tienen que lavar con cubos de agua o bañarse en los ríos. Reflexionaba sobre la importancia de asearnos por dentro y por fuera, limpiando también las impurezas de las quejas y enjabonándonos con el aprecio de lo que disponemos. Toda una limpieza de cuerpo, alma y corazón.
El Reino de los Cielos tiene muchas dimensiones ocultas que descubrimos cuando ahondamos en los acontecimientos cotidianos donde los problemas se pueden convertir en oportunidades para descubrir el lenguaje de lo trascendente.
Tal vez todo es tan sencillo y tan complejo como apretar el botón de resetear para reajustarnos de nuevo en los parámetros de Dios y así vivir sin anomalías ni obstrucciones en los conductos del agradecimiento.
