
El tiempo que nos toca vivir está marcado por la democracia –con todas sus limitaciones– y por una separación cada vez mayor entre la Iglesia y el Estado. El modelo de sociedades democráticamente desarrolladas sigue esos pasos, hacia una laicidad cada vez mayor. Y, aunque hemos hablado muchas veces de laicidad en la revista, no es este el tema de portada que hemos elegido para este mes de septiembre. Queremos, en este contexto democrático, acercarnos a las personas que –como parte de su compromiso de vida y de fe– se implican en política con el objetivo de construir una sociedad y un mundo mejores.
Políticos católicos, hombres y mujeres, los hay en todos los partidos. De izquierdas y de derechas. El tópico de que solo hay espacio para las personas creyentes en los partidos conservadores quedó lejos. Esa visión reduccionista se va alejando cada vez más a medida que nos separamos históricamente de los tiempos del nacionalcatolicismo franquista. Paradójicamente, los dos partidos españoles que se declaran cristianos en sus estatutos –formaciones minoritarias ambas–, están en los extremos del espectro político. Son Solidaridad y Autogestión Internacionalista (SAIn), con origen en el mundo obrero y Alternativa Española (AES), que en su sobrenombre se identifica como “la alternativa social cristiana” y que está vinculado a la ultraderecha. “No hay una política católica, homogénea, obligatoria”, afirmaba monseñor Sebastián Aguilar. “Con los mismos principios morales puede haber formas diferentes de interpretar una situación determinada o de conseguir unos mismos objetivos”.
Creyentes hay en el PP, en el PSOE –que cuenta incluso con un Grupo Federal de Cristianos Socialistas–, en Ciudadanos, en UPyD, en Podemos… Muchos de ellos y ellas realizan su labor de manera callada, sin hacer alardes de su fe, sin utilizarla como arma arrojadiza para herir o para mostrar superioridad moral. Es el motor silencioso y personal de su vocación política, entendida como servicio público que la comunidad les encomienda.
En algunos casos esta vocación emerge de un compromiso previo. Personas que hoy están contribuyendo a la regeneración ética de la vida política llevan ya años “mojándose” en tareas de voluntariado, en movimientos sociales, denunciando las violaciones de derechos humanos, señalando públicamente las injusticias… Es el caso de Javier Barbero, hoy concejal de Seguridad, Salud y Emergencias del Ayuntamiento de Madrid. En los años 90 firmaba un folleto alandar titulado Cárcel y Sida, fruto de sus años de escucha y acompañamiento a personas privadas de libertad. El camino le llevó a ser psicólogo clínico en la sanidad pública, concretamente en el madrileño Hospital de La Paz. Pero abandonó ese puesto cuando “la comunidad le pidió que asumiera esta responsabilidad como concejal”.
Javier es uno de esos cristianos que han respondido a una llamada concreta de servicio público, a esta forma particular de construir el Reino de Dios desde la política y en colaboración con otras personas, no necesariamente creyentes o cristianas. En ellos y ellas hemos querido fijarnos en el tema de portada de la revista, para buscar su aportación a una política más ética, más honesta y más humana.