Por Mª Luisa Paret
“Quien acoja a la que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado”
Juan 13,20
La entrevista realizada a Luz Galilea* tuvo lugar hace dos meses escasos. Quedamos un domingo y en un ámbito sereno y, a la vez, festivo, de celebración, fue desgranando parte de un itinerario largo, laborioso y, como ella misma afirma, en solitario. Una vocación temprana, que responde a una «llamada», una misión o un «hacer memoria», una búsqueda en la que va contactando con movimientos de mujeres en la Iglesia como WOW (Women’s Ordination Worldwide), la RCWP (Roman Catholic Women Priests) y la ARCWP (Association of Roman Catholic Women Priest, en su apelación castellana). Una actividad eclesial comprometida, estudios, formación intensa y trabajo pastoral.
Ahora que se va a publicar esta entrevista sólo puedo constatar el revuelo de las noticias que han surgido estos últimos días acerca de la creación de una comisión para estudiar el tema de las diaconisas de larga tradición en la Iglesia primitiva.
Creemos que es un asunto de vital importancia para la propia subsistencia de la Iglesia católica. Negar la evidencia no conduce a nada, máxime cuando hay comunidades cristianas que apenas pueden ser atendidas en el ámbito sacramental y pastoral.
Valoramos muy positivamente las palabras del papa Francisco, que han generado una gran esperanza, un camino que se percibe cercano aunque no dudamos de su complejidad y con obstáculos provenientes de sectores muy conservadores. Sin embargo confiamos en que el Espíritu de Pentecostés abra corazones, combata actitudes temerosas e injustas y sople con fuerza para hacer realidad el Reino que inauguró Jesús.
En este sentido, testimonios como el de Luz son aún más necesarios y oportunos. Una luz que se percibe nítida y fuerte al final del túnel. Y una palabra sentida y vivida: felicidad. «Hágase su voluntad».
¿En qué momento siente su vocación?
Mi vocación nace de una experiencia espiritual de “llamada”, con 17 años; resulta de un encuentro, un diálogo con el Señor. Fue madurando conforme maduré yo hasta, como San Pablo, poder verbalizar: “Soy apóstol del Señor por expreso deseo suyo, me llama a su servicio en medio de su pueblo”. Dentro de mi Iglesia, a la que amo, la función del presbiterado era la única que me permitiría realizarlo. De haber sido varón, habría encontrado rápidamente el camino del seminario y no habrían faltado apoyos pero mi anatomía me llevó a un proceso largo, lento y, sobre todo, solitario.
¿Cómo definiría su misión?
Mi misión es referida primero y siempre como un “hacer memoria”; hunde sus raíces en la Eucaristía en el sentido más amplio. Me definiría como guardiana de la memoria, partera de la memoria de la Encarnación que conserva el mundo en su seno, en los seres creados, en el momento presente. Partera de la presencia; algo así como una centinela con una lámpara en la mano por si a alguien se le apaga. Es hacerme presente donde se da el olvido, el hambre, la sed, la desesperación de la separación de la fuente y traer esa memoria a la luz. ¡Y celebrarla, dar gracias, ponerla sobre la mesa y compartirla! Concretamente, se materializa en múltiples formas como múltiples son las necesidades de la gente. El ministerio presbiteral es el que más me permite realizarlo, aquí y ahora, en mi Iglesia. Se trata de acompañar, escuchar, hacerme presente, compartir y compartirme dondequiera que se me necesite y no solo donde se me pida un testimonio expreso del Dios de los cristianos y cristianas, de Cristo como hermano universal, sino también donde falta aire para respirar, donde la exclusión social oscurece la dignidad humana, donde la pobreza ensombrece hasta la alegría de vivir, donde las exclusiones por causas morales, culturales y sociales no permiten el crecimiento sano de la persona, cuando no amenazan su supervivencia. Estoy hablando de los colectivos leprosos de hoy día, LGBT, personas en situación de pobreza extrema, maltratadas de toda índole. La Iglesia que busco servir tiene que ser inclusiva y abierta, solo así entiendo la fidelidad al Evangelio.
¿Cómo canaliza su búsqueda para llegar al presbiterado?
Durante años no busco el presbiterado o meramente en sueños imposibles. Después de mucho tiempo, cuando ya tenía cerca de 40 años, supe que no era la única mujer en esa búsqueda con final infeliz decretado. Gracias a Internet descubrí movimientos de mujeres en Iglesia como WOW (Women Ordination Worldwide), asistí a su encuentro mundial en Dublín, donde pude ver en carne y hueso a compañeras de pasaje, habitadas por el mismo sueño ya no tan imposible. Entonces inicié un camino interior que por fin alguien aceptó acompañar. Otras veces había pedido ayuda llegando a escuchar, de boca de un sacerdote : “Tu historia suena auténtica, puede que tengas auténtica vocación sacerdotal, esto me desconcierta pero te pido que no vuelvas a hablar de esto con nadie más, nunca más, te dañarías tú y podrías perjudicar a quien te escuchara”. Cuando, por fin, alguien me escuchó y acogió, me fue posible crear el lenguaje, definir los contornos de lo que vivía en mí, traerlo a flote y buscarle cauce. Entonces supe de las primeras ordenaciones en el Danubio de las que se llamarían RCWP y me puse a buscarlas. Tiempo después acerté el primer contacto, vinieron los primeros e-mails, los primeros rostros, el discernimiento en serio con acompañamiento al proceso de formación y, por fin, la ordenación diaconal (en la RCWP), presbiteral (ARCWP), hace un año ahora.
[quote_right]»Se trata de acompañar, escuchar, hacerme presente, compartir y compartirme dondequiera que se me necesite»[/quote_right]
Momentos de luz, momentos de oscuridad en ese largo camino.
Durante largos años asisto a la maduración de una identidad que busca configurarse y tomar cuerpo, mis únicos momentos de luz consisten en vivenciar íntimamente y en profundidad la cercanía del Dios Trino y siempre presente como sabiduría envolvente que da sentido a toda mi vida pase lo que pase, aunque no se diera el cauce para responder a la llamada. Esa intimidad con la ternura divina, su cercanía de cada momento, fue lo que me mantenía en pie. Sé que el barro de que me sentía hecha pugnaba por tomar la forma prevista, por moldear los contornos en el tiempo y el espacio para esa identidad, ese afán testimonial del que hablaba en una pregunta anterior, con la tensión que esto suponía a medida que pasaba el tiempo y cada encíclica de Juan Pablo II y luego de Benedicto XVI buscaban abortar lo que había brotado en mí. Pero las semillas no pueden abortar. Hoy sé que mi trabajo todo este tiempo consistió en proteger esa semilla aguardando el tiempo propicio para dejarla germinar. Entonces, cada texto, cada motu proprio y, finalmente, la promulgación en el Código de Derecho Canónico de las Delicta Graviorum me golpeaban despertando dolor, un dolor con el que no sabía qué hacer. Hoy no me tiembla la voz cuando digo que prescindir de las mujeres y obviar las llamadas que Cristo les regala es un grave pecado contra ellas y contra el pueblo privado de sus servicios. Mantuve todo este tiempo (30 años) actividad eclesial comprometida, con la certeza de que hacer lo posible era la meta, hasta donde se pudiera. Entonces, por momentos, crecía la frustración ante los límites, no poder compartir los dones que sentía crecer en mí y la certeza de que la culpa no estaba de mi parte. Decía antes que la Bendita Ruah nunca me abandonó, tampoco se callaba, ni se mostraba parca… pero el barro decía: “Olvida todo eso y céntrate en lo posible”. Quien entienda lo que es una vocación sabe que eso es como ponerle puertas al viento. Intentar canalizar, sublimar, reconducir una vocación es una labor prometeica y destructiva. Una llamada a la totalidad del don solo se puede contestar con la totalidad del ser. Eso hice y no me arrepiento. Se llama, para mucha gente, desobediencia. Para mí se llama obediencia radical al estilo de aquella que respondió con más prontitud que yo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, al estilo de aquellos que “dejando su barca y sus redes, lo siguieron”. No inventé nada nuevo.
¿Cómo se plantean las mujeres ejercer el ministerio hoy?
No puedo contestar por todas, sé que me uní a la asociación RCWP-ARCWP -a la que hoy pertenezco- y me dio, junto con mi comunidad, la ordenación presbiteral dentro de la sucesión apostólica, precisamente por su teología evolutiva, totalmente inclusiva con su lema “todxs son bienvenidxs” y una teología que pregona una Divinidad cercana y amante, consoladora de comunidades y personas, procurando la construcción de un nuevo paradigma de Iglesia circular, no jerárquica, donde todos los dones sean acogidos en beneficio de todos y todas. Tejemos un nuevo modelo de relaciones no fundadas en la opresión-sumisión sino en la horizontalidad. También nos acompañan varones en este empeño. No solo es un reto para las mujeres, necesitamos que se implique toda la prole divina al completo. No podemos hacer Iglesia de mujeres para mujeres, tampoco podemos acomodarnos sin más en el modelo patriarcal que existe. Ya no. Urge la construcción conjunta de una nueva casa, una nueva forma de entenderla y relacionarnos, urge volcar el sistema caduco que clasifica al Pueblo de Dios en clero y personas laicas. Pero destaco que la herencia de tantos siglos no se ha de desechar sin más, hay muchos tesoros en la Iglesia, un patrimonio que también nos pertenece –historia, liturgia, tradición… Por eso abogo por la existencia de ministerios, donde nadie esté por encima de nadie y cada cual realizándose sin trabas, por el bien de la comunidad y la venida del Reino.
[quote_right]»Tejemos un nuevo modelo de relaciones no fundadas en la opresión-sumisión sino en la horizontalidad»[/quote_right]
¿Cómo se siente en este momento, cuando echa la vista atrás?
Sé que todo ha merecido la pena, todo encaja y bendigo cada piedra del camino, cada tropiezo y cada caída que me ha traído hasta aquí, a mi sitio. Aunque últimamente me apasiona más la vista del horizonte que se me ha abierto y el gozo que trae cada momento presente que la observación del pasado. Puedo poner luz y color a la palabra “felicidad”.
¿Cuáles son sus apoyos espirituales, familiares, comunitarios…?
Mis apoyos hoy se están ensanchando a la gran familia de las personas de buena voluntad, a quienes me reciben y acogen mi ministerio con alegría. Ante todo, mis comunidades y un gran número de personas que me apoyan desde muy lejos aún sin verme nunca, dentro y fuera de la Iglesia. El apoyo espiritual no ha flaqueado nunca. Sé que no fallará jamás. ¿Qué más se puede pedir? Hágase su voluntad.
Gracias Luz por tu valentía, tu profetismo y tu compromiso.
(*) El nombre ha sido cambiado para preservar la intimidad de la entrevistada y el ejercicio de su labor.
Para más información: https://lashomiliasdeluz.wordpress.com/
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