Por Jesús Fernández Pacheco-Caba*
La degradación de las condiciones laborales amenaza con pervertir el sentido del trabajo. El Día de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), que se celebra en mayo en las distintas diócesis del país en el marco de su campaña «Trabajo digno para una sociedad decente», es una invitación urgente a recuperar «la dignidad del trabajo y el trabajo digno». El sufrimiento de miles de trabajadores y trabajadoras nos emplaza a ello.
El trabajo ha pasado de ser un bien para la vida a ser un bien para la producción debido a su mercantilización y, consecuentemente, su deshumanización. Para que el trabajo -no sólo lo que se entiende como empleo, que es sólo una manifestación particular de él- sirva al bien común, no hay más que un camino: la medida del trabajo, como de todo lo creado, ha de ser la persona (CDSI 271).
El trabajo debe respetar a la persona teniendo en cuenta todas sus dimensiones, porque siendo «la “clave esencial” de toda la cuestión social, condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de la familia, de la sociedad y de todo el género humano» (CDSI 269). Es crucial respetar las relaciones donde se manifiesta la vocación de la persona a vivir en coherencia con su propia naturaleza, que lo llama a la donación y a la gratuidad.
En las relaciones trabajo-persona, la justicia no se mide sólo en términos de acceso a la propiedad. Ha de respetarse la vocación profesional y, en relación con ella, fomentar la formación y la creatividad. El trabajador debe ser consciente de la donación que con su trabajo hace a las personas y a la sociedad.
Las relaciones trabajo-familia deben basarse en la salvaguarda de los derechos familiares de las personas. Es imperioso resolver la fuerte contradicción que se ha creado entre trabajo y familia, que no se solucionará con la conciliación entre vida laboral y familiar, por otra parte tan necesaria. El problema a resolver es la contradicción entre un trabajo movido por el beneficio propio, la competitividad… y un trabajo movido por la donación, la gratuidad, el sacrificio, el servicio a los otros… etc. Y también es importante tomar en consideración otros argumentos: para las economistas feministas la razón de este desencuentro hay que buscarla en la creación de una ciencia económica con una racionalidad masculina y controlada por hombres, que ha dejado fuera de su ámbito el proceder y sensibilidad femeninos y su mundo de actitudes y valores.
Las relaciones trabajo-sociedad deben basarse en la salvaguarda de los derechos sociales de las familias. Hay que responder a la situación social de emergencia producida por la crisis que padecemos. Cada vez más el trabajo es precario y sin derechos, implica una precariedad de ingresos y una precariedad de la vida, contraria a la dignidad de la persona y al bien común.
Las relaciones trabajo-espiritualidad deben ayudar a que la persona se encuentre con su propia identidad humana, porque sólo desde ella puede romper la falsa identidad que le han endosado como un ser egoísta, guiado por su propio interés, manifestado como productor-consumidor.
Todo trabajo se hace con alguien y para alguien. En todo trabajo se establecen relaciones humanas, que pueden ser de colaboración o de conflicto. Estas relaciones están condicionadas por la concepción que cada cual tenga de sí mismo y de su misión en este mundo, por la finalidad del trabajo, por las condiciones en que se realiza, por la participación en sus frutos. El pensamiento social de la Iglesia nos dice que «hay que hacer todo lo posible para que el hombre, incluso dentro de este sistema, pueda conservar la conciencia de trabajar en “algo propio”. En caso contrario, en todo el proceso económico surgen necesariamente daños incalculables; daños no sólo económicos sino, ante todo, daños para el hombre» (LE, 15).
En el actual sistema económico, que tiene una gran capacidad de segregación y exclusión, es imprescindible y urgente reconsiderar el papel del trabajo, la empresa y la economía para la inclusión de los «descartados». La obligación moral que todos tenemos de cargar con los arrojados a las cunetas de los caminos y de curar sus heridas prefigura una concepción de la empresa lejana de la hoy dominante, a modo de «incubadora social» en la que los excluidos puedan regenerar su identidad y recuperar su autonomía como ciudadano de valor.
Conviene no olvidar la importancia de los sindicatos en todo este proceso y la necesidad de renovar la concepción y quehacer de los mismos recreando, actualizando y asumiendo lo que significa hoy salvaguardar los derechos y dignidad de la persona.
Toda la actividad creadora del ser humano, como expresión del amor que lo constituye y que se concreta en la realización de la justicia, no tiene otra finalidad que la construcción de sí mismo y de su felicidad. El ser humano es un ser inacabado que tiene que hacerse a sí mismo.
Este hacerse a sí mismo, este «proyecto de humanización» para las personas creyentes, es el proceso mediante el cual el ser humano se descubre como hijo de Dios -creado a su imagen y semejanza- y se decide a vivir su vida en coherencia con la nueva identidad personal y comunitaria que le ha sido revelada en Jesucristo. Este proyecto debe ser compartido con personas no son creyentes que están empeñadas en una lucha justa y noble para crear una humanidad nueva.
También nos lo ha recordado el papa Francisco: «Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación… El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal» (LS 128).
El trabajo, por tanto, actúa como un gran «modelador» y «configurador» del ser persona, de su humanización. Es personalista y personalizante y su norma es que permita al hombre y a la mujer, como individuos y como miembros de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación.
Revestirnos de la «humanidad nueva»
Además de las enormes implicaciones económicas, sociales y políticas de la lectura que acabamos de hacer, en el plano personal es imprescindible cultivar algunas actitudes básicas para rescatar el trabajo de la mercantilización en la que está preso.
Ser un poco pobres para que los otros puedan ser. «Como toda planta creada por Dios absorbe del terreno sólo el agua necesaria, también nosotros tratemos de tener sólo lo necesario. Es mejor que de vez en cuando veamos que falta algo. Es mejor ser un poco pobres que un poco ricos» (Lubich, 1987).
Vivir el poder revolucionario del sacrificio. «Sufrir con el otro, por los otros; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (SRS 39).
Sustituir el «utilitarismo» por el amor para construir la justicia. El amor es la culminación de la justicia. La justicia da a cada uno lo suyo. El amor lleva a dar al otro de lo mío. En una sociedad que no reconoce los derechos, la justicia no es suficiente, es necesario el amor, «dar de lo mío», sabiendo que no es lícito dar de lo mío sin luchar para que reciba lo que le pertenece .
En el año de la misericordia, en comunión con nuestra «Iglesia, servidora de los pobres», no podemos sino exclamar «¡cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención» (MV 15).
*Jesús Fernández Pacheco-Caba es responsable general de difusión de la HOAC
1 En todas las diócesis se celebran actividades de reflexión, reivindicativas y lúdicas abiertas a nuestros amigos y nuestras amigas. Más info en www.hoac.es
2 La dignidad del trabajo y el trabajo digno. Cuaderno nº 12. Ediciones HOAC. Abril 2016.
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