Por Beatriz Blanco
El maltrato dentro de la pareja no es exclusivo de una determinada edad. Muchas veces se prolonga durante años y las estadísticas demuestran que las mujeres más mayores son las que menos denuncian.
“Me llamo Lucía y he sido maltratada desde que nací. Ahora tengo setenta años, pero mi vida empezó a los cincuenta, cuando el hombre con el que me casé salió de mi casa y de mi vida”.
Estrella tiene 73 años y lleva diez separada. “He convivido más de 40 años con mi maltratador, pero la mayor parte de ese tiempo ni siquiera sabía que sufría maltrato. Aunque yo tenía dos trabajos, él siempre me hacía sentir que no valía para nada, que todo lo hacía mal y eso poco a poco va calando en una”.
Cecilia, a sus 75 años, asegura que “mi vida no ha sido fácil. La verdad es que yo no nunca me sentí maltratada por mi marido. Aunque, eso sí, él achuchaba mis hijos para que se portaran mal conmigo. A mí nunca me tocó, pero echó a perder mi casa”.
De las 254 mujeres asesinadas entre 2012 y 2016, tan solo 56 (24%) habían presentado denuncia contra su pareja o expareja según datos del Observatorio de Violencia contra las Mujeres. En el caso de las mayores, este problema es mucho mayor. Según datos del Consejo General de Poder Judicial, de las 54.209 denuncias interpuestas por malos tratos en España, solo 1.042 (1,9%) fueron interpuestas por mujeres mayores de 65 años.
Precisamente enfocado a este grupo la Fundación Luz Casanova ha puesto en marcha un programa específico con el que se pretende que estas mujeres puedan identificar si sufren algún tipo de violencia de género y ayudarlas.
No existen suficientes estudios para conocer realmente cuál es la realidad de estas mujeres, aunque sí hay algunos datos. Por ejemplo, según el Consejo General del Poder Judicial, entre los años 2009, 2010 y 2011 las mujeres mayores de 65 años son el grupo que menos denuncia.
Pero esto no debe confundirse con una menor incidencia. “La denuncia no siempre es fácil. Muchas de ellas dependen económicamente del agresor, suelen estar aisladas y, en ocasiones, les falta apoyo de su entorno. Además, su edad les dificulta el rehacer su vida libres de violencia”, explica Elena Valverde, coordinadora del área de Igualdad de la Fundación Luz Casanova.
El primer golpe
“Cuando se jubiló mi exmarido la cosa empeoró –explica Estrella. Ya no podía hacer ni mis actividades, tenía que dar explicaciones de cada movimiento, de cada cosa que hacía y entonces ocurrió. Tras una discusión me agredió físicamente. Yo me quedé en shock y salí a la calle como una zombi. Entonces le vi en el coche y tuve la sensación de que quería atropellarme. Iba perdida. Entonces una señora me vio como deambulando y con la cara hinchada del golpe. Ella fue quien me acompañó a una comisaría. Allí puse la denuncia. Después inicié el proceso de separación”.
“El golpe fue el detonante, pero esas heridas se curaron mucho antes que las que me había hecho en el alma. Hoy estoy mucho mejor que con él, aunque he pagado un peaje muy alto”, señala Estrella.
Apoyo familiar
Y es que, según señalan desde el equipo que trabaja en el proyecto “Hazte visible, hazme visible”, el entorno de la víctima no siempre es consciente de la situación de violencia que vive la mujer. Y a ello hay que unir el aislamiento que suelen sufrir estas mujeres.
“Mis hijos nunca han entendido mi separación –explica Estrella-, supongo que estaban acostumbrados a ver como normal sus desprecios y humillaciones y han cortado el contacto conmigo. No veo a mis nietos y eso me duele muchísimo”.
En el caso de Cecilia, “mis dos hijos varones se metieron en algunos líos y en drogas. El pequeño murió a los cuarenta. Era muy bueno, pero cayó y enfermó. Estuve con él siempre. Mi hija me quiere mucho pero, yo lo entiendo, su padre era su padre”.
Llevar las cuentas
Existe una idea generalizada sobre la dependencia económica que tienen estas mujeres de sus parejas y suele ser verdad, pero no porque ellas no hayan trabajado fuera de la casa y tengan ingresos propios.
“Empecé a trabajar a los siete años, de recadera y no paré hasta la jubilación -señala Lucía. En una familia con nueve hermanos y mucho miedo, nada era fácil. A mi padre jamás le llamé así, ni siquiera lo nombraba. En cuanto pude me independicé. Mi madre se vino conmigo y cuando parecía que todo se había enderezado me casé con un mal hombre. La primera vez que supe en realidad como era fue en el cuarto mes de embarazo, cuando me puso un cuchillo en el cuello”, recuerda Lucía.
“Él llevaba todas las cuentas –explica Estrella- yo no sabía nada de mis cosas, porque él era quién gestionaba todo el dinero que yo ingresaba y yo lo veía normal. El maltrato psicológico es difícil de detectar, tú y los demás”.
“No fui consciente del daño que había sufrido hasta que me separé –continua Estrella. Cuando fui la primera vez al banco a informarme, me puse tan nerviosa pensando que iba a hacerlo todo mal, que no sabía ni explicarme. Me había quedado indefensa. Poco a poco he ido recuperando las fuerzas y he aprendido a defenderme, porque cuando estás tan débil como lo estaba yo, hay gente que intenta abusar de ti”.

El maltrato es una realidad que muchas veces se vive en la sombra
El silencio en común
Otra de las cosas que suelen tener en común estas mujeres es el aislamiento y el silencio de su situación.
“Yo jamás dije nada a nadie y menos a los míos, lo que menos quería era que intervinieran. Siempre me callé todo. Sólo empecé a hablar de ello ya separada, cuando empecé a visitar a una psicóloga. Ella me dio un folleto sobre maltrato y ahí me di cuenta de que yo había vivido casi todo lo que allí ponía”, asegura Lucía.
“A mi familia la echó de mi lado, a mi madre, a mis hermanos. No me dejaba tener teléfono porque decía que lo usaba solo para hablar con ellos y eso que vivíamos en una urbanización alejada, ni siquiera cuando era mi hijo pequeño. Siempre tuve miedo de que le pasase algo al niño y no pudiera avisar”, continua Lucía.
“Nunca había contado nada a nadie. Es más, no me hablaba con casi nadie de mi familia. Cuando me di cuenta me había aislado de todos. Sin embargo, mi hermana cuando me separé me abrió su casa y me acogió cuando pasó todo. Le estoy muy agradecida”, explica Estrella.
Cuantificar el dolor
Es difícil conocer datos reales de la situación pero en la Macroencuesta de violencia contra la mujer de 2015, elaborada por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, los datos reflejan que el grupo de mujeres mayores de 65 años edad y en adelante es significativamente el que menos denuncia (un 13’3%) y las que menos se han sincerado sobre su experiencia, solo el 62’7% de ellas han comentado los hechos con alguna persona conocida, frente al 77’8% del resto de mujeres.
En las Macroencuestas anteriores se constataba una baja declaración de violencia de género por parte de las mujeres mayores. Según la Macroencuesta de 2011, el 6’7% de las mujeres encuestadas mayores de 65 o más años dijo haber sufrido este maltrato alguna vez en la vida frente a la media del 10’9% en el total de encuestadas.
Hay salida
“He pasado muchas veces miedo. Porque después de toda una noche dando vueltas con una escopeta por la casa, hay que imaginar la noche que se pasa y antes de que amanezca hay que ir a limpiar casas diez o doce horas. Estoy segura de que él también quería, por eso se portaba tan mal, porque es tan cobarde que quería que tomase yo la decisión, pero luego quería obligarme a firmar unos papeles que yo no quería firmar. Ahí también el miedo me atenazó. Pero fue una buena decisión”, recuerda Lucía.
“Hoy vivo sin temor, tranquila. Estoy contenta, sobre todo porque el hombre con el que me casé vive a ochocientos kilómetros de donde vivo yo y sé que no me lo voy a encontrar escondido entre los coches espiándome. Tengo mi jubilación y ahora ayudo a otras mujeres, porque siempre se puede salir y empezar de nuevo”, asegura Lucía.
Estrella siente algo parecido. “Ahora estoy tranquila, salgo a pasear, que me encanta, y hago todas las actividades que me apetecen sin tener que explicar nada a nadie, ni discutir. Solo echo mucho de menos a mis hijos y a mis nietos”, dice Estrella .
“Además, tengo un problema añadido –continúa Estrella- y es que la sentencia de la separación nos asigna el disfrute de la casa familiar dos años a cada uno. ¿Cómo voy yo a mi edad a andar de mudanza cada dos años? Lo he hecho pero, francamente, es una locura tener que ir llevando en mi carro de la compra en el metro mis cacerolas y mis sábanas, porque yo ni conduzco, ni tengo coche y luego ponte a limpiar la casa. Estoy pensando que cuando me vuelva a tocar pagaré la comunidad y me quedo donde estoy. La verdad es que nunca he entendido la sentencia”.
“Mi marido murió hace mucho –explica Cecilia- y cuando me preguntan por qué no me he vuelto a casar, me río y digo: con una vez ha bastado para todas. Hoy estoy tranquila. Ya jubilada, pertenezco a una asociación de mujeres y eso me ayuda mucho. Cuando he hablado con algunos psicólogos sobre el maltrato, siempre les digo: “Ustedes saben de eso más que yo, pero yo no siento que mi marido me maltratase, solo que echó a perder mi casa”.
Más de 20 años de ayuda
La Fundación Luz Casanova, una organización sin ánimo de lucro, se creó en 2007 por las Apostólicas del Corazón de Jesús para ampliar el trabajo que esta congregación realizaba desde 1924.
En la actualidad, hay dos colectivos a los que la Fundación dedica sus esfuerzos: las personas sin hogar y las mujeres y menores víctimas de violencia de género.
A lo largo de su amplia trayectoria han ayudado a miles de personas en situaciones de riesgo porque, como explica Elena Valverde, coordinadora del área de Igualdad de la Fundación Luz Casanova, “ la violencia no se puede resumir en un número anual de víctimas. La violencia es un problema real de toda nuestra sociedad y está fomentada por la educación que se recibe dentro y fuera de casa”.
La Fundación trabaja en esta línea tanto en su centro de emergencia, Luz Casanova, como en el servicio de atención a adolescentes, Mercedes Reyna.
Un proyecto pionero
El programa “Hazte visible, hazme visible” es un proyecto pionero en nuestro país y lo es por varias razones.
“La primera es que implicará no solo a las mujeres que sufren violencia de género sino a diferentes personas de su entorno y los profesionales de distintas disciplinas que están junto a ellas –explica una de las psicólogas que trabaja en este proyecto. Y es que en este programa se trabaja esta lacra social como un problema de toda la sociedad y no solo de las víctimas.
“Además, hay que señalar que no existen recursos específicos para la atención a víctimas de violencia de género mayores de 65 años”, continúa.
Está previsto que se beneficien de este programa, que se ejecutará en Madrid capital, unas 160 personas de manera directa y más de 500 indirectamente.
Salir del infierno
“Las consecuencias de la violencia ejercida contra las mujeres por parte de sus parejas son diferentes en cada mujer. Los efectos de la violencia permanecen más cuanto más tiempo haya durado el maltrato. Poner fin a una relación de violencia y llegar a tomar la decisión de abandonar al maltratador es un proceso largo y doloroso y, muchas veces, no se logra en el primer intento”, explican desde la Fundación Luz Casanova. Como señala la socióloga, experta en mujeres y relaciones de género, “cuando las esposas confrontan a sus maridos con su violencia y, sobre todo, cuando realizan alguna acción concreta para poner fin a la relación, los hombres adoptan el papel de sufridos y, desde esa posición de seres incomprendidos incapaces de valerse por sí mismos y necesitados de ayuda, hacen grandes chantajes. Es muy fácil que las mujeres caigan en el juego y asuman entonces el papel de reparadoras”.
Elena Valverde, coordinadora del área de Igualdad de la Fundación Luz Casanova, explica que “la especial situación de vulnerabilidad de las mujeres a las que, además de la violencia de género, se une la edad y, en muchos casos, la dependencia económica del agresor, hace importante apoyarlas para contribuir a la ruptura del silencio y a proporcionarles un apoyo eficaz”, de ahí la importancia del programa “Hazte visible, hazme visible”.
“Es imprescindible que la mujer mayor maltratada sea capaz de identificar el problema y que conozca los recursos que están a su disposición para prevenirlo y ponerle freno, pero también que el conjunto de la sociedad los conozca”, asegura Valverde.
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