Después de un año viviendo solo en un apartamento de alquiler en Madrid se me ha ocurrido comparar la última factura de electricidad con la primera, fijándome en las lecturas del contador inicial (01/03/13) y final (28/02/14). La operación es sencilla y el resultado es de 2.163 kwh. Esto es lo que he consumido de electricidad en un año, en un piso en el que no hay gas, ni calefacción central, ni chimenea, ni placas solares y todo el consumo energético es eléctrico.
Y se me ha ocurrido también preguntarme por mi contribución a las emisiones de CO2 por esta electricidad consumida. Me siento ante el ordenador, le imploro a San Google y éste me envía a una dirección de la Red Eléctrica Española (www.ree.es) en la que se dice que «El factor de emisión del año 2013 asciende a 0’24 toneladas de CO2 por megavatio.hora, un 23% menos que el año 2012» (es una buena noticia que en 2013 los españoles y españolas hayamos emitido menos CO2 por cada Mwh consumido que el año anterior. ¡Ojalá siga la tendencia!).
Bien. Tomemos este dato: 2’163 x 0,24 = 0’519 toneladas de CO2 que me corresponden por la electricidad consumida en mi piso durante un año.
Bueno, esto ha sido en mi primer año en este piso, pues acabo de cambiarme a un proveedor de electricidad 100% renovable (cuando llegué a este piso, lo primero que hice fue bajar la potencia contratada y, al hacerlo, Iberdrola me hizo firmar un contrato nuevo con permanencia de un año). Después de un trámite facilísimo, a partir de la próxima factura, con unos precios prácticamente idénticos a los que tenía, la electricidad que consuma será suministrada por una cooperativa que distribuye electricidad generada de forma sostenible. No creo que por eso me dé por dejar de ser sobrio en el consumo eléctrico. Supongo que seguiré consumiendo lo mismo, pero ahora sabiendo que por ello mi aportación de CO2 será nula.
De acuerdo. Sé que mi contribución a la emisión de Gases de Efecto Invernadero no acaba en mi consumo eléctrico. Soy consciente de que estoy emitiendo CO2 cuando me muevo en metro o en autobús, cuando como cebollas cultivadas en Almería, cuando recargo el cartucho de tóner de la impresora y, en general, en tantas actividades cotidianas, cuyo impacto medioambiental es muy difícil de medir.
Bueno, algunas actividades sí son sencillas de calcular. Recuerdo que el año pasado hice, por motivos de trabajo, un viaje en avión: Madrid-Roma ida y vuelta, en un avión comercial y clase turista. Aquí no necesito preguntar a San Google pues conozco la «calculadora de carbono» de la página www.ceroco2.org, de la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES). Con esta herramienta obtengo que mi viaje a Roma en esas condiciones supuso 0’528 toneladas de CO2, una cifra muy parecida a las 0’519 toneladas de mi consumo eléctrico anual.
Es algo que ya sabíamos y que los números nos corroboran: el transporte aéreo es el medio de transporte más contaminante por kilómetro y pasajero. Un pasaje de ida y vuelta Madrid-Roma en avión emite tanto CO2 como todo el consumo eléctrico de mi casa en un año (en la que, repito, no hay otros consumos energéticos).
¿Conclusión? Evitemos el avión todo lo posible. El avión es el medio de transporte más contaminante de lo más contaminante. Viajemos en avión solo cuando no haya otro remedio y solo cuando no se puede hacer ese viaje por tierra. ¡Viajemos «con los pies en la tierra»!
«Con los pies en la tierra» es una sección mensual de la revista alandar, en la que José Eizaguirre colabora habitualmente.
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