Laicidad a la alemana

Foto. Diócesis de Mainz.Es sabido que Alemania decide hoy con mano firme y rigurosa los destinos de casi todos los europeos y europeas. Lo que no es tan sabido es que esas decisiones suelen estar bastante influenciadas por las instituciones religiosas, fundamentalmente católicas y protestantes, que dominan ampliamente en el país. Oficialmente, la república germana es laica. Pero, aunque su Constitución establece claramente la separación entre la Iglesia y el Estado, ambas aparecen con frecuencia entremezcladas sin que nadie proteste o se sorprenda.

Los líderes políticos suelen ser no solo creyentes activos, sino también dirigentes de organismos e instituciones religiosas que, a su vez, funcionan como lobbies e influyen en el devenir político. Así, política y religión se entreveran de tal forma que, a veces, es casi imposible desenredarlas. Al fin y al cabo, como señaló Angela Merkel el pasado noviembre ante el sínodo de las Iglesias protestantes de Alemania, el propio preámbulo de la Constitución comienza de esta guisa: “Consciente de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres (…), el pueblo alemán se ha otorgado la presente ley fundamental”.

Podría pensarse que esto es lo natural en un partido como la CDU de Merkel, que se dice de inspiración cristiana. Pero los demás responsables políticos, todos los bandos del espectro ideológico confundidos, no le van a la zaga. El presidente de la república, el independiente Joachim Gauck, primer prócer del Estado según el orden protocolario, es pastor luterano. El segundo, Norbert Lammert (CDU), presidente del Parlamento, es católico practicante. La tercera, Merkel, es hija de otro pastor luterano. El cuarto es el presidente del Senado, Winfried Krestchamnn, ecologista y también católico practicante. En calidad de tal, disertó en diciembre en la Academia católica de Berlín sobre La libertad religiosa activa: una separación cooperativa del Estado y de la Iglesia.

El quién es quién político-religioso alemán guarda más de una sorpresa para aquellas personas profanas que se guíen por clichés. ¿A qué partido dirían que podría pertenecer el autor de un reciente ensayo titulado La religión no es un asunto privado que, entre otras cosas, explica en la prensa que “la ausencia de religión puede ser peligrosa. Piensen simplemente en los peores criminales sin religión del siglo XX: Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot”? ¿A la democracia cristiana? ¿Al partido liberal? Mal. Ferviente católico, Wolfgang Thiese es miembro del izquierdista Partido Social-demócrata (SPD) y uno de los vicepresidentes del Parlamento. Como Katrin Göring-Eckardt, ecologista licenciada en teología que, a sus cargos políticos, añade la presidencia del sínodo de las Iglesias protestantes. Sí, el mismo que recibió a Merkel. Göring-Eckardt es, además, la candidata de los Verdes a disputarle el puesto de canciller en las elecciones generales de este año. Será que el reconocimiento religioso viste y da votos.
Hay más. El secretario general de la CDU, Hermann Gröhe, es también miembro del sínodo protestante. Thomas de Maizière, ministro de Defensa, habla casi con tanta frecuencia de la importancia del protestantismo en su vida que del compromiso del ejército alemán en Afganistán. Franck-Walter Steinmeier, presidente del grupo socialdemócrata en el Parlamento y líder de la oposición, es luterano ferviente. Y el candidato del SPD contra Merkel, Peer Steinbrück, explicó en la primera entrevista televisada tras su designación que rompió con la religión cuando era joven, pero que volvió al redil luterano hace algunos años.
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Las fronteras entre partidos y confesiones se diluyen en ocasiones y hacen que dirigentes de bandos opuestos se encuentren dentro del mismo lado religioso. Cuando Merkel organiza en la cancillería una cena para celebrar los 70 años de un antiguo dirigente protestante, Göring-Eckardt y Steinmeier figuran, por supuesto, entre las personas invitadas. Cuando Lammert viaja al Vaticano para tratar de la visita del papa a Alemania, se lleva consigo a su vicepresidenta ecologista.

Cuando el país entero se apresta a conmemorar, en 2017, el V centenario de la reforma luterana, el católico Lammert y el protestante Steinmeier lanzan juntos un llamamiento con el lema “Un Dios, una fe, una Iglesia” que propugna la vuelta de las personas protestantes al seno de la Iglesia romana.

Esta mezcolanza crea lazos e influye sustancialmente en las decisiones políticas. De forma directa, desde luego: en el discurso ante el sínodo protestante citado al principio, Merkel anunció que uno de los objetivos explícitos de la política exterior alemana será la lucha contra las persecuciones de las minorías religiosas en el mundo, especialmente los cristianos y cristianas. Y así se explica que asuntos como el matrimonio homosexual, aprobado estos días en Gran Bretaña y Francia, esté absolutamente descartado.

Pero también de forma más sutil y silenciosa: las asociaciones caritativas eclesiales gozan de ventajas fiscales por desempeñar tareas sociales que debería garantizar el Estado; las iglesias, segundas empleadoras del país tras el sector público, se rigen por normas laborales específicas que, entre otras cosas, no reconocen el derecho a la huelga; etc. Una concepción, cuando menos, curiosa sobre la laicidad.

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