No son ellas

Sigo con mucho interés los artículos de Chema Caballero, tanto en alandar como en el blog 3.500 millones y en otras publicaciones. Suelen gustarme mucho y celebro que haya, al fin, una voz que conoce África en toda su diversidad y presenta una visión profunda sobre la misma, alejada de los tópicos y simplificaciones que son tan habituales sobre el continente.

También me gustó mucho el artículo publicado en el número de enero de alandar, en el que se hacía eco de la buena noticia que representan los avances en la lucha contra la mutilación genital femenina. Sin embargo, hubo una frase que me chirrió en el texto, cuando Chema afirma que “son, en definitiva, las propias mujeres, que controlan esta práctica, las que con más firmeza podrán terminar con ella”.

Entiendo que se refiere en su artículo al hecho de que son las parteras tradicionales o las ancianas quienes, en muchas ocasiones, llevan a cabo las ablaciones y mutilaciones en los órganos genitales de las niñas. Sin embargo, no es lo mismo quien ejecuta un acto que cuáles son las causas estructurales por las que dicho acto se produce. Y, en el caso de las mutilaciones genitales, estamos hablando de una práctica indesligable del sistema patriarcal, pues tiene como fin garantizar el control sexual y reproductivo de las mujeres.

Esto es independiente de que la ejecución de la práctica se haga por mujeres –que, por supuesto, también establecen relaciones de poder y de influencia social. Al igual que las madres, que tal vez son quienes toman la decisión de practicar la ablación a sus hijas, pero que con toda seguridad lo hacen para que esas niñas puedan casarse en un futuro y ser aceptadas por sus maridos.

Me niego a que, además de soportar la lacra de estas prácticas, las mujeres africanas tengan que soportar la carga de la responsabilidad sobre ella.

Me revolvió tanto la frase que, después de leer el artículo, he estado documentándome y buscando información. Uno de los artículos más interesantes que encontré fue el documento “Mutilación Genital Femenina: combatirla sin demonizar”, un texto de Maite Aranzabal, coordinadora del Grupo de Trabajo de Cooperación, Inmigración y Adopción de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap).

Esa publicación también me interesó en muchos puntos, pero me indignó en muchos otros, como cuando afirma –minimizando en cierta manera el horror que supone esta práctica– que no todas las mujeres que la han sufrido pierden el placer sexual o que no hay evidencia de relación entre mutilación y mortalidad infantil o materna durante el parto.

No me parece en absoluto aceptable que se minimice el tema solo por que no todas las mujeres pierden totalmente el placer, porque también entra en juego el derecho a la integridad del cuerpo de las niñas y todos los impactos que la mutilación tiene a nivel físico y mental. Y no sé qué tipo de evidencia es necesaria, porque se ve en la práctica que determinados tipos de mutilación afectan el canal del parto y eso puede complicar los partos, aumentar el sufrimiento fetal, etc. Pensando en que estas mujeres no darán a luz en uno de nuestros equipadísimos hospitales del Norte sino que, en la práctica, muchas mujeres pasarán por ello sin contar con atención sanitaria cualificada, no creo que puedan minimizarse las consecuencias.

En suma, celebro los avances de los que se hace eco Chema Caballero, pero queda aún mucho camino por andar y el peso de esa andadura no se debe cargar únicamente sobre las mujeres africanas, sino que ha de ser compartido con las instancias políticas, las organizaciones no gubernamentales y las instituciones educativas, que es donde probablemente está la clave.

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