El padre Alejandro Solalinde lleva años luchando por defender los derechos de las personas migrantes que intentan llegar a Estados Unidos cruzando México. Su albergue en Ciudad Ixtepec, en el estado de Oaxaca, recibe cientos de inmigrantes que huyen de sus países, la mayoría en Centroamérica, en busca de un futuro mejor.
Pero tanto el albergue como las personas voluntarias que allí trabajan y el propio padre Solalinde reciben constantes amenazas de autoridades locales, bandas de delincuentes y traficantes de droga que quieren que los defensores de las personas migrantes cesen su actividad en la región.
Hoy martes 22 de octubre a las 18:30h en la sede de Amnistía Internacional Madrid (C/ Génova, 9 -1º) el padre Solalinde explicará la situación de la población migrante en México y la manera en que se les puede ayudar.
Para más información:
http://www.es.amnesty.org/actua/acciones/mexico-padre-solalinde-peligro/
Hace dos años le entrevistamos en alandar y nos contó las dificultades que sufren las personas que atraviesan México en un éxodo para buscar una vida mejor. Rescatamos a continuación esa entrevista que realizó nuestro compañero J. Ignacio Igartua.
“Veo en las personas migrantes a mi Señor Jesús que llega”
Desde hace años, el padre Alejandro Solalinde vive amenazado y acosado; ha sido detenido y advertido por las autoridades mexicanas. ¿El motivo? Defender los derechos humanos de los migrantes centroamericanos –guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y nicaragüenses- que tratan de llegar a los Estados Unidos en busca de un futuro que les ha negado el destino y que en el camino son objeto de palizas, robos, secuestros, violaciones y asesinatos. Durante un mes y medio y bajo la “protección” de Amnistía Internacional (AI), Solalinde comparte en España su experiencia, denunciando la violencia y el silencio que se cierne sobre miles de personas.
¿Qué le viene a la mente cuando le digo migrante?
Un traslado, un éxodo forzado de personas que en sus lugares de origen no encuentran las condiciones indispensables para tener una vida un poco humana. Es un éxodo de pobres, que no pueden vivir en su país por cuestiones económicas, pero también por cuestiones de violencia social y que les obliga a pasar por esa frontera de 4.000 kilómetros terribles que es México.
Cuando habla con los inmigrantes, ¿qué es lo que percibe en ellos: temor, esperanza, incertidumbre, desesperación?
Lo que veo en ellos, desde mi fe, es a mi Señor Jesús que llega. Para mí es un honor recibirlos y servirlos. Es inexplicable que ellos, que no tienen nada, que cruzan por un México que les quita todo -ropa, zapatos, dinero, honra- y aún no conocen el lugar al que van, mantengan la esperanza. Pero también puedo ver en sus ojos mucho dolor, sufrimiento, secuelas de violencia, violación de sus derechos humanos. Esto es mucho más grave en el caso de las mujeres.
¿Cómo definiría el tren en el que viajan los inmigrantes y que llaman “la bestia”?
El tren es como las víboras, que de las decenas de variedades que hay solo el dos por ciento son venenosas, pero todos las temen. Igual sucede con el tren, que en sí es inofensivo, pero que resulta mortal cuando la policía mexicana y los funcionarios del Instituto Nacional de Inmigración hacen operaciones por las noches. La gente –que viaja en el techo- se tira en marcha. Como consecuencia de ello unos mueren, otros quedan heridos, muchos son detenidos y de ahí secuestrados, extorsionados. Nosotros hacemos de ese tren una bestia y un instrumento mortal.
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