Hace unas semanas terminó una experiencia de esas que dejan marca, que crean cimientos para construir tu vida de fe y tu vida pública sobre roca y no sobre arena. Jóvenes de entre 20 y 35 años, según la inscripción, ya que se aceptó alguna excepción, nos juntamos en Venecia para convivir, compartir, crecer y dialogar sobre fe y política, bajo la propuesta y organización de los jesuitas a nivel europeo.
[quote_center]La propuesta facilitaba que un grupo de desconocidos que hablaban idiomas distintos se convirtiesen en una comunidad de fe[/quote_center]
No cabe duda de que juntar en la misma casa a una treintena de hombres y mujeres de diferentes países europeos tenía que ser, forzosamente, una experiencia política. Compartir tareas cotidianas, compartir dormitorios, sesiones teóricas o grupos de reflexión permite ejercer la tarea política en una de sus más nobles acepciones, aquella que implica relación entre seres humanos. Pero también fue una experiencia de fe: a fin de cuentas la llamada no dejaba lugar a dudas con respecto al perfil de los participantes y la propuesta facilitaba que un grupo de desconocidos que hablaban idiomas distintos se convirtiesen en una comunidad de fe.
Venecia, el lugar indicado
Sabemos que los hijos de San Ignacio de Loyola no dan puntadas sin hilo y, en este caso, hasta la elección del lugar del encuentro no se produjo a la ligera. Es Venecia una ciudad puente, puente porque está construida sobre el agua, pero también por el nexo de culturas que se vivía allí entre oriente y occidente (la catedral de San Marcos está preciosamente decorada con estilos bizantinos), un referente del comercio entre Europa y Asia. Fueron el hecho de ser arrastrados a vivir entre marismas, queriendo evitar saqueos e invasiones, lo que permitió a los venecianos establecer sus propias formas de gobierno. El máximo dirigente de la ciudad era elegido de forma democrática desde siglos antes de que en Europa se planteasen sistemas que ofrecieran representatividad.
Al mismo tiempo, es un espacio único para hablar de la relación entre fe y política. La actual catedral de San Marcos fue considerada, hasta la invasión napoleónica, tan solo la capilla privada de oración del dux, magistrado supremo de la República de Venecia, donde usaba su belleza y majestuosidad para cerrar tratos comerciales.
Así, no solo era la teoría la que nos quería educar en esta semana, sino que fueron la propia experiencia, la historia del lugar, las compañeras y compañeros quienes, al ofrecer nuestras vivencias y escuchar las ajenas, formaron un singular crisol donde encontrarnos y encontrar a un Jesús que está presente también en nuestro desempeño público.
[quote_center]Compartir permite ejercer la tarea política en una de sus más nobles acepciones, aquella que implica relación entre seres humanos.[/quote_center]
La DSI como método de discernimiento

El grupo del curso Venice faith and politics. Foto. Venice F+P
Los primeros días se gastaron en conocernos, no solo personalmente, sino conocer también la realidad de los ocho países que se reunieron en Venecia: Italia, Francia, Portugal, Ucrania, Irlanda, Reino Unido, Albania y Estados Unidos. Poder hacer una introducción a la realidad nacional o a la historia de cada una de las naciones que marcan el presente y el futuro de las sociedades. Entender también la situación individual, además de permitirnos viajar más allá de nuestro propio ombligo, nos permitió entender o acercarnos a situaciones un tanto excepcionales en países europeos como la Brexit o la guerra que se vive cada día en Ucrania. También permitió que el resto de participantes entendiesen la situación de gobierno en funciones que tenemos en España desde hace meses y lo que implican los últimos 40 años de democracia.
Después había una propuesta clara: la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) como el faro que puede iluminar nuestro camino en la vida política. La dignidad del ser humano como objetivo y medio para el desarrollo de la sociedad. Además de la adición de la encíclica Laudato Si’ como parte de la DSI y como una clara llamada a la protección de las personas empobrecidas protegiendo nuestra casa común.
Pudimos contar una tarde con experiencias políticas específicas, el trabajo de un religioso en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un joven concejal laborista de una localidad al norte de Manchester o la experiencia de Carmen trabajando en Lavapiés con migrantes, una joven madrileña que participó en la anterior edición de la experiencia veneciana.
Jesús como el ejemplo a la hora de ejercer el poder y la autoridad fue uno de los temas recurrentes cada día, pero llegó a su culmen el jueves, cuando pudimos visitar la catedral de San Marcos y tener tiempo personal para reflexionar.
Los últimos días pudimos contar con la presencia de Gragory Maniatis (consejero de Peter Sutherland, Representante Especial de las Naciones Unidas para las Migraciones). Nos habló de su experiencia, de su fe y de cómo podía combinar esta con su trabajo en campos de refugiados y en oficinas trabajando para intentar llevar algo de dignidad donde los conflictos quieren quitarla a aquellos seres humanos que dejan atrás sus casas en busca de un futuro incierto. También pudimos desarrollar un role play en el que pudimos representar a los interlocutores de distintos países europeos que dialogan sobre el drama de los refugiados y los cupos. Algunos pudimos sentir cómo las necesidades que debíamos buscar en nuestros roles nos hacían olvidarnos del Evangelio y nuestra fe.
A nivel personal
Al volver a “Galilea” y confrontar con la realidad solo tengo agradecimiento por todo lo vivido. Aunque sea una expresión algo manida, ser el único español, cambiar el idioma y comunicarte en inglés, relacionarte con gente distinta en muchos aspectos, cambiar la espiritualidad -ya que mi formación no es ignaciana- e incluso celebrar la eucaristía en otro idioma, pese a las facilidades que la organización ofrecía en todo momento ha sido una gran experiencia a nivel de fe, pero también una oportunidad de crecimiento.
Una experiencia de aprendizaje, pero también de fortalecimiento, de profundizar y que las raíces crezcan para obtener alimentos de nuevos terrenos, de nuevas personas.
Para el resto, una llamada a participar en los próximos encuentros (se celebran cada dos años), para continuar creciendo en comunidad, pensando globalmente y poder actuar localmente.
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