Me está sucediendo a menudo, con motivo de funerales u otras celebraciones, encontrarme con personas que me hablan de religión. Son, en general, de mediana edad. Recibieron en la infancia una educación religiosa, la practicaron durante años y ahora ya han abandonado la Iglesia.
Se sienten cristianos pero no echan de menos la práctica sacramental, no piensan volver a “practicar” y la no adscripción a la Iglesia no les produce desazón alguna.
Por lo general, las personas a quienes comento esta situación alegan que ya es bastante si son buenas personas y hacen algo de provecho. No hace tanto tiempo, a los alejados que no se reconciliaban con la Iglesia les esperaba el infierno. Era urgente, por lo tanto, cumplir con el mandato de la parábola de Jesús: compelle intrare, fuérzalos a entrar. Pero ahora cualquiera está ya al tanto de que Dios nos salva a todos y que lo importante es hacer algo por el prójimo. ¿A qué, pues, tanta preocupación por los alejados?
Esta respuesta me deja tan poco convencido como la propia actitud de aquellos y confieso que escribo estas líneas para ponerme mínimamente en claro.
A lo largo de dos mil años la Iglesia ha mantenido viva la persona de Jesús. Sin ella, el predicador galileo hubiera sido engullido por la oscuridad de la historia, una más y no la más recordada entre las víctimas de la dominación romana. La Iglesia ha sido no sólo quien ha conservado su historia sino que por ella Jesús sigue estando vivo y repitiendo una y otra vez la invitación y la promesa que ya hizo en vida: sígueme y donde vayas da la paz, cura a los enfermos y repite el anuncio que yo mismo hice: el Reino de Dios está aquí. Si lo haces estarás sembrando una semilla, encendiendo una luz, abriendo una fuente que llegará a la vida eterna.
Esto es lo que hace la Iglesia y esto sólo lo hacen los que están en la Iglesia y no lo hacen los que se han alejado. De ahí mi desazón cuando tropiezo con esas personas.
Porque, quizá, nadie les explicó esto con claridad y entendieron que ser cristiano es únicamente ser bueno y hacer algo por los demás.
Porque acaso la Iglesia en la que vivieron no les mostró ejemplos suficientes o suficientemente atractivos.
Porque escucharon ese anuncio pero descubrieron, quizá, demasiada distancia entre las palabras y los hechos de quienes las pronunciaban.
Porque, tal vez, llegó un momento en que la violencia del mundo y su complejidad les hicieron dudar del anuncio de Jesús y de su realismo.
Porque, quizá, escucharon razones sensatas que invalidaban lo que supuestamente había dicho Jesús, que tal vez se engañó, que tal vez no lo dijo, que tal vez fue interpretado o mal interpretado.
O acaso, acaso, porque todo ese mensaje los sobrepasaba. Excesivo para una vida humana, excesivo para las urgencias de cada día, excesivo para las posibilidades personales. Mejor algo más tranquilo, más asequible, más al alcance de la mano: un poco de bondad, un poco de generosidad (e incluso así ya se lleva uno bastantes desilusiones).
Se puede ver en Youtube un vídeo profundo y divertido. Se llama Riccardo Mutti: el arte de la dirección musical y en él el director italiano expresa lo difícil que es hacer música y hablando de sí mismo añade: “Yo creo que estoy en la mitad del camino y estoy seguro de que nunca llegaré al otro lado del río porque detrás de las notas habita el infinito… que significa Dios. Y nosotros somos demasiado pequeños delante de Dios”.
Yo, ignaro y poco interesado en la música, necesito y agradezco que alguien me abra a su profundidad y me ayude a adentrarme en ella. Pero quienes la ponen en el tocadiscos y la escuchan mientras leen una novela nunca podrán hacerlo.
Recordando las palabras de Mutti pensaba: esos cristianos alejados nunca abrirán a nadie la riqueza del cristianismo. Una lástima.
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