Juan, nuestro santo

Si alguien conoce el mundo académico alemán sabrá que Juan habría sido en él Herr Professor Doktor Juan Martín Velasco, con una cátedra en una facultad católica y probablemente un asistente  Entre nosotros fue durante años y años simplemente Juan de Dios, profesor universitario y adscrito a una pequeña parroquia de Vallecas.

Ordenado en 1956 defendió su tesis doctoral en Lovaina y amplió estudios en la Sorbona y el Friburgo de Brisgovia, especializándose en la fenomenología de las religiones. No hace falta detallar las instituciones en las que enseñó ni el hecho de ser director del instituto de pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.

Hombre callado, más bien tímido, escondía sin embargo esa fuerza de las personas de fe. En Alcalá fue delegado de emigración y a veces contaba que en su mesa tenía a un lado sus últimos escritos y al otro las facturas de los comestibles para la residencia de hijos de inmigrantes. Su fe le llevó toda su vida no sólo a pensar, sino a actuar de manera creativa.

En 1977 el cardenal Tarancón le nombró rector del seminario de Madrid. Reunió un equipo de colaboradores y puso en marcha un plan que animaba a los seminaristas a hacer pequeñas carreras que facilitasen un trabajo en caso de abandono del seminario. A la vez los últimos cursos vivían en parroquias de barrios, cerca de la gente. Juan el pensador se revelaba de nuevo como hombre de acción.

Entretanto había llegado el cardenal Suquía. Unas frases de Juan en una entrevista en Vida Nueva que no debían haberse publicado provocaron la presentación de su dimisión. Suquía la guardó y la utilizó cuando le convino. Eso provocó el movimiento de los 300 curas en Madrid para lograr que Andrés García de la Cuerda, el vicerrector, sustituyera a Juan. Sólo para que éste se pasase con armas y bagajes al nuevo régimen, en el que el Opus y los kikos empezaron a llenar el seminario.

Juan siguió con sus clases y sus reflexiones. No era persona que se negase a cualquier invitación y por eso son más seguramente las personas que le han escuchado de las que le han leído en sus libros. Hombre de profunda fe estaba convencido de que la crisis de la Iglesia no era una cuestión de estructuras sino una crisis de fe. Los cristianos no reflejábamos suficientemente nuestra hambre de Dios. Por eso nostalgia del infinito, experiencia de Dios, el encuentro con Dios, metamorfosis de lo sagrado, el fenómeno místico, orar para vivir… son frases y expresiones que se repiten en los títulos de sus obras y de sus artículos.

Los que le hemos escuchado muchas veces recordamos su palabra fluida, precisa, no brillante pero sí armoniosa, que iba llevando al auditor paso a paso hacia lo que defendía. Recuerdo su última clase magistral en la Universidad San Dámaso. Afirmaba Juan que todas las religiones hablan de un ser supremo, de un absoluto, de un Dios innombrable y en ese sentido todas son verdaderas. Después cada una buscaba sus propias mediaciones y ahí comenzaba el terreno del diálogo.  Estoy seguro de que ninguna de las autoridades que presidía estaba de acuerdo pero ¿qué hubieran podido oponer a una argumentación tan bien trabada?

En los últimos años tuvo una dedicación especial a la mística. No sólo por sus estudios de los místicos cristianos sino sobre todo por su convicción de que todos los creyentes debemos ser místicos. Pero la mística no es cuestión de fenómenos extraordinarios sino simplemente la experiencia de la presencia de Dios en nuestra vida. Y no sólo en el silencio o la contemplación sino en nuestras relaciones humanas.

Persona mística, hombre de fe, todos hemos sido tocados para bien por su persona. Es uno de nuestros santos.

Juan de Dios Martín Velasco. Foto: Ecocentro
Juan de Dios Martín Velasco. Foto: Ecocentro
Carlos F. Barberá
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