Por Guzmán Pérez
Hace poco charlaba en Sevilla con algunos miembros de alandar sobre la manera de “llegar” a los jóvenes, sobre las posibilidades de suscitar experiencias de fe y de compromiso cristiano entre los jóvenes de hoy. Hablábamos de la dificultad que supone todo esto en nuestra cultura, pero aun así pienso que nunca ha sido fácil. Porque una experiencia profunda de “vida en el Espíritu” no surge así como así. Ni antes ni ahora.
En esa conversación que mencionaba, yo les apuntaba que el “camino de la interioridad” sigue abierto, y que es una de las vías por las que se puede acercar a los jóvenes a la fe, al Evangelio y al Reino. Con esto no pretendía descubrir el Mediterráneo —pues ése ha sido un camino espiritual a lo largo de los siglos— pero sí manifestar que hoy tiene más “tirón” y más posibilidades de “calar dentro” que las grandes causas y las grandes utopías, que quizá motivaron a muchos jóvenes de hace varias décadas. Propondré un ejemplo.

Bryn Jones en Flickr
Hace dos veranos descubrí una figura que me encandiló y ha sido objeto de mi lectura y reflexión desde entonces: Etty Hillesum. Una joven holandesa de origen judío que vivió en sus carnes el holocausto nazi, y murió ejecutada en Auschwitz un 30 de noviembre de 1943, cuando tan sólo tenía 29 años. Fue una entre los varios millones de judíos exterminados. Pero sobresale de modo extraordinario por la profunda vivencia interior que dejó por escrito en sus diarios y cartas. Una experiencia que podemos definir como “mística”, universal (no adscrita a ninguna religión), vivida en muy poco tiempo (apenas dos años), marcada por una asombrosa transparencia y honestidad consigo misma. Una historia narrada en primera persona, en un lenguaje sencillo y muy humano, con una sinceridad que a veces asusta, y sin duda “tocada” por el Espíritu, que sopla donde quiere (también fuera de la Iglesia). Una vida que me gustaría proponer como ejemplo de este “camino de la interioridad” que decía más arriba, como posible itinerario para recorrer personalmente la senda del sentido, de la vida plena, de la verdad con mayúsculas: de Dios.
«Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, en una larga conversación. Cuando estoy en algún lugar del campamento, con los pies en la tierra y los ojos apuntando al cielo, siento el rostro anegado de lágrimas, única salida de la intensa emoción y de la gratitud. A veces, por la noche, tendida en el lecho y en paz contigo, también me embargan las lágrimas de gratitud, que constituyen mi plegaria» (Carta del 18 de agosto de 1943). Son palabras que la propia Etty escribió desde el campo de concentración, tres meses antes de su muerte. Palabras que recogen su proceso interior, la intensa evolución espiritual que configuró su persona y su manera de contemplarse a sí misma, al mundo y a Dios.
Hasta alcanzar esa “meta”, en la singular historia personal de Etty hay diversos elementos. Muchos de ellos son comunes a otras experiencias místicas, y algunos otros son propios de su peculiar experiencia personal:
- El silencio, el retiro y la soledad “habitada”, para descubrir la voz de Dios que «apenas se distingue del silencio».
- El descubrimiento de lo que va brotando de su “fuente interior”, así como la libertad y el deseo de adentrarse en ella sin miedo, siendo «paciente con todo lo que aún no está resuelto en su corazón».
- Una purificación para “retirar las piedras y escombros que obstruyen ese pozo interior”, un “trabajo del corazón” que va dando forma a lo que hace, como un escultor. También un “combate espiritual”, una «lucha interior contra sus demonios personales».
- Una sincera “escucha hacia dentro” para encontrarse con el fondo de sí misma, buscar “el alma de las cosas” y al Viviente que habita y trasciende todo su mundo interior y exterior: «cuando digo que yo me escucho entonces es en realidad Dios el que escucha en mí. Lo más esencial y profundo de mí escuchando lo más esencial y lo más profundo en el otro. De Dios a Dios» (Diario, 17-9-1942).
- Una apertura a los otros como “templos de Dios”: «es preciso despejar en el otro el camino que lleva a ti, Dios mío (…) A veces, las personas son para mí como casas con las puertas abiertas (…) y debería ser posible hacer de cada una de ellas un santuario para ti, Dios mío» (Diario, 17-9-1942).
- Una aceptación serena del sufrimiento: el que le viene de fuera, el que otros viven en sus carnes y el que surge de sus propios conflictos internos. «Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento», dirá Etty, pero no por un estoicismo resignado, sino porque testifica que «la vida es hermosa, que tiene sentido, y que no es culpa de Dios, sino nuestra, que todo haya llegado hasta este punto» (refiriéndose a la guerra y al exterminio nazi. Diario, 7-7-1942).
- En esta situación, surge en ella la compasión por sus hermanos, que sufren injusta e inmensamente, y la solidaridad —sin odio ni rencor— como camino de redención en medio del dolor.
- Y al mismo tiempo, brota en ella la conciencia de tener que “ayudar a Dios”. Sus palabras expresan una imagen muy “moderna” de Dios y su Providencia: «Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida… Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti, y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior» (Diario, 12-7-1942)
Además de todo esto, hay en la vida de Etty un “instrumento” privilegiado del Espíritu: su terapeuta Julius Spier. Este hombre adulto (al que cita como “S” en sus diarios) comenzó suscitándole pasión y atracción, pero terminó siendo su guía, su acompañante espiritual, el hombre que despertó a Dios en su interior, “el partero de su alma”. La relación con él fue marcando su proceso interior, desde la seducción y exclusividad iniciales hasta un amor desprendido y libre. La madurez en su relación con Spier le ayudó a recomponer el resto de sus relaciones: su “espacio interior” se fue abriendo así a unas relaciones profundas, desprovistas de toda posesividad. Su amor fue recíproco: él buscó y promovió lo mejor de ella, así como ella sacó lo mejor de él. Todo ello les condujo de la sensualidad al amor, y del amor al mismo Dios. Su amor no consiste en mirarse el uno al otro, sino que se abre generosamente: «tengo que sacar fuerzas y amor de mi amor por él para aquellos que lo necesiten (…) Del amor que siento por él me puedo alimentar durante una vida entera y también alimentar a los demás» (Diario, 7-7-1942), pues «no se puede entregar todo el amor a una sola persona» (Diario, 10-10-1942).
Etty, en su corta pero intensa historia, aprendió a escuchar la voz de Dios en lo profundo de sí misma, a amar profundamente a Dios y a la humanidad, y quiso compartir esa profunda experiencia interior. Su itinerario puede ser un ejemplo para cualquiera de nosotros, si queremos descubrir sinceramente el camino y la verdad de nuestra vida.
Para conocer más sobre Etty Hillesum:
Etty Hillesum, Diario 1941-1943. Una vida conmocionada, Ed. Anthropos, 2007.
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