La previa a la JMJ
El pasado 20 de julio de madrugada, una expedición claretiana partía de Sevilla rumbo Cracovia. Nuestro viaje tenía paradas en Loja y Granada y una vez que llegásemos a Alicante nos subiríamos al avión con destino Cracovia.
Atrás quedaban meses de ahorro, de venta de pulseras y demás estrategias para financiar la experiencia. En mi caso, la Erasmus tuvo un color especial, por eso de ir ahorrando cada mes y destinando una cantidad para la esperada JMJ. Nunca había ido a alguna, y a mis 20 años, en plena juventud y en mitad de la carrera, y deseosa de escuchar al papa Francisco en vivo y en directo, me decidí a vivir la aventura. Sabía que lo pasaría bien, estaría en familia con mis amigos y hermanos, a los que había echado de menos en Inglaterra este año, pero lo que más me emocionaba era escuchar al papa Francisco sin tener que leerlo en un periódico digital. Me emocionaba tanto porque conscientemente es el papa de mi juventud, al que intento seguir de cerca y el que me acerca a la Iglesia por su buen hacer y su manera de comunicar.
Por los demás, no esperaba más en ningún sentido. No sabía qué se hacía en una JMJ ni que debía hacer o cómo tenía que prepararme.
Sentir una JMJ
La experiencia consistiría en dos partes, la primera unos días en la ciudad de Lodz, en familia claretiana, y más tarde el segundo momento en Cracovia con los días y actos centrales.
Los días en Lodz fueron un regalo. El día lo pasábamos en la parroquia y la noche en las casas de las familias polacas que nos acogían. Creo que esto fue una de los aspectos más ricos de la JMJ, poder compartir e intercambiar los días con ellos. Las familias nos dieron todo, un lugar para descansar, todo tipo de comidas y espectaculares desayunos… Y sobre todo, nos mostraron su manera de vivir la fe, tradicional, cumplidora, casera… Y dieron todo para hacerse entender también, con un inglés medio conocido y alguna que otra frase improvisada en español. También nos pidieron una muestra de lo nuestro, lo español, lo andaluz… Fue espectacular cantar el “Corazón Partío” allí y bailar unas sevillanas.
Más tarde, y, en medio de la experiencia, tuvimos un encuentro con los peregrinos españoles en Chestokowa. Fue bonito encontrarnos todos aquellos que compartíamos una lengua y, la verdad, un alivio celebrar la eucaristía en español en mitad de ese aliño multilingüístico y cultural.

Pero si tuviese que señalar un momento que traspasara mis sentidos, sería aquel que se sucedió en el tiempo cronológicamente, la visita a Auswitchz el día después. Supuso para mí una experiencia digna de mención y reflexión. Caminé con muletas durante la JMJ debido a dos pequeños accidentes y, mientras cruzaba el campo de concentración, se hacía aún más pesado caminar. Sentir el vacío del terror programado con mis propios pies y leer los carteles que iban guiando el «recorrido» por aquellas sendas de arena y piedras. Sentí la responsabilidad sin reproches, como cristiana, de hacer de todo aquello un motivo de oración, por las víctimas, por ellas, inmensamente.
No encontré consuelo ni respuesta, ninguno, solo la mirada al frente y las palabras de una amiga, Elena, que me contó cómo hay que actuar y denunciar proféticamente todas estas barbaries…
Me detengo aquí porque, de seguir la celebración de las JMJ, debería ponerse en el centro la experiencia de dejarse tocar por el dolor y la injusticia. Dejaría un poco de lado el desfile de banderas y coloridos que se pueden ver en las jornadas que, oye, son fruto de la universalidad de nuestra fe, y animaría en las catequesis de las JMJ a los jóvenes a perseguir en sus trabajos y compromisos la unidad entre los pueblos, por ejemplo. Esto también es un trabajo de fondo en las pastorales pero lo que quiero decir es que convendría dejar de lado ese cristianismo «de salón» o «de desfile» que nos hace comprometernos solo parcialmente pero que el resto del tiempo es apresado por las ideas del éxito a todas costa o el egoísmo. Y también, que quizás sería bueno volver a plantearse la idea de JMJ, pues excluye a jóvenes pobres o con pocos recursos a participar de la experiencia por el precio elevado que supone.
Los días siguientes serían los centrales. Estos días estuvieron marcados por numerosas historias en los trenes que conectaban Cracovia con los pueblos en los que nos alojábamos, colas para conseguir la comida con los tickets, caminatas hasta el parque Blonia donde se celebran los actos o mis aventuras haciendo autostop para que algún samaritano me ahorrase una caminata con las muletas… Y sobre todo, marcaron estos días los momentos que nos esperaban a cientos de jóvenes compartiendo en fraternidad y comunión con nuestro pastor Francisco.
Sería muy largo y complicado comentar cada palabra y cada intención que el papa nos ha hecho llegar, pero me encantaría compartir con vosotros las enseñanzas centrales que me llevo y todas esas cosas que quiero pasar por el corazón.
Me llevo eso del corazón misericordioso. Misericordia siempre había sido una palabra enorme para mí. Ahora, deseo tener un corazón así, que sepa acoger y acompañar los dramas de mi tiempo, quiero tener un corazón que sepa convertirse, dar marcha atrás y ser capaz de, siguiendo su esencia y sentir cristiano, ser amigo o al menos escucha, de todos aquellos que puedan estar más lejos de lo que creo y siento. Deseo conectar con el dolor del mundo y que mi oración sirva para huir del cristianismo «de salón», de ese que a veces veo que olvida a los pobres o se niega a escuchar o conversar con los que tienen una opinión diferente.
En el viacrucis con el papa nos invitaba a ejercitarnos en cuerpo y alma en la misericordia. Pero ¡ojo!, no solo en los días de la JMJ, en los que somos bendecidos con una euforia aplastante, sino, sobre todo, en los días de rutina que vienen después. No puedo olvidarme de la misericordia en mi familia o en la universidad cuando alguien está siendo apartado en un trabajo o se me ridiculiza por mi fe, cuando tengo que votar en unas elecciones o tengo que organizar mi tiempo y me olvido de mi relación con Dios y mi compromiso con los pobres…

La pregunta final del papa era que como queríamos vivir… No es una pregunta a responder en un segundo, por eso pienso que la JMJ debería incluir buenos tiempos de oración y reflexión personal. Es decir, en medio del jaleo festivo, que me encanta-,y del desfile de banderas, preguntarnos por qué nos hemos congregado allí tantos, si para una fiesta original de cantos y palmas o para, además de esto, adoptar o querer adoptar un estilo de vida como el de Jesús.
Ante esta pregunta están los miedos de Zaqueo, que, en mi opinión, cercana y admirablemente, expuso Francisco. Nos puede nacer el miedo de no sentirnos dignos o espiritualmente «bajitos» para acoger la palabra; podemos sentir vergüenza de decepcionar, que me pasa a menudo cuando cargo con mis incoherencias o siento mi mediocridad, y también me encuentro con el tercer obstáculo, un alrededor que muchas veces no es favorable. Un alrededor que quiere convencerme de que la fe es algo únicamente interior que se recluye en iglesias. Un alrededor que muchas veces mira con lupa qué hago bien y qué no hago bien. Todo esto no me pasaría si no hubiese sido «zaqueada», sí, como Zaqueo, descolocada, sorprendida, invitada a soñar alto y grande, con heridas ¿eh?, en mi rutina, en asambleas al exponer mi visión cristiana…
Ser «zaqueada» por Jesús supone enamorarse, recibir un sentido, peregrinar hasta Polonia y cada día a la búsqueda de la justicia, a la universidad valiente y segura de esta verdad que sé viva y fuerte dentro de mí, a pedir perdón por mucha razón que crea que tenga…
Para concluir
Me gustaría hacer balance de todo eso que he ido enumerando y relatando. No quiero dejar un mal sabor de boca o dejaros solo el sabor de la crítica que haya podido dejar entre estas líneas, porque de lo que más segura estoy después de esta JMJ en Cracovia es que yo también soy Iglesia, con mi búsqueda, mis enfados, mis críticas a la Iglesia y a los comportamientos que no me parecen evangélicos.
Enamorada de Jesús, joven, en el mundo y en varios ambientes, animo a todos los jóvenes a que se dejen «zaquear»…