Me acabo de enterar de la muerte de Pedro Casaldaliga. Cada vez más justos nos preceden en el encuentro de Dios Padre/Madre. Desde allí, ahora nos seguirá acompañando porque, estoy totalmente segura, Casaldáliga seguirá vivo entre quienes le conocimos, unas personalmente, otras a través de sus escritos, todas a través de esa vida coherente y evangélica. Porque si algo ha sido Pedro para todas ha sido eso: evangelio encarnado
Soy de las afortunadas que ha tenido la suerte de estar en dos ocasiones con Pedro en Sao Felix do Araguia. La primera de ellas fue en 1994. Entonces coordinaba yo el departamento de comunicación de Manos Unidas y fue el primero de los viajes que, a partir de ese momento, haríamos con periodistas para ver in situ el trabajo de la organización.

Fue un viaje inolvidable por muchas cosas: por ser el primero que hacíamos con periodistas y que vivíamos como un reto; por conocer y poder compartir con Pedro Casaldáliga y con el equipo de la Prelazia de Sao Felix de Araguaia el trabajo, el buen trabajo, que estaban haciendo; por poder participar en el proyecto que Pau y Circo tenían por todo el Araguaia y que financiaba Manos Unidas.
Pero lo que hoy quiero recordar es lo que supuso para mi encontrarme con la figura del obispo Casaldáliga (os recuerdo que en Madrid teníamos entonces a Rouco Varela, de inolvidable recuerdo y no precisamente bueno) Encontrarme con un hombre cercano, sencillo, que nos recibió en su sencilla casa –y subrayo lo de sencilla–, nos la enseñó como enseñamos la nuestra cuando recibimos a amigos, incluida su habitación. Me impresionó todo: su habitación, su modo de vestir, llevaba las clásicas chanclas de goma para meter el dedo que todos los pobladores, campesinos e indígenas llevaban. En la cocina los alimentos, el arroz, las judías… estaban guardadas en latas recicladas… todo de una gran austeridad.
En su dedo el anillo de obispo no era ni de oro ni de plata, era un anillo hecho de la semilla de una palmera de la Amazonia llamada Tucum. Para muchas ese anillo se ha convertido en el símbolo de nuestro compromiso con los más excluidos, con los desheredados y desheredadas de la tierra.

Pedro era uno más. La puerta de la casa estaba abierta, cualquiera podía entrar, cualquiera entraba …
Compartimos la eucaristía en medio del patio-jardín que rodeaba la casa, una eucaristía cercana, fraterna… abierta al mundo en aquel lugar remoto y preferencialmente a los más pobre y excluidos.
Para mí fue el descubrimiento de la verdadera iglesia de Jesús. Un descubrimiento que empezó en 1991 con mi viaje a Guatemala y que ha tenido un camino progresivo a lo largo de los años. La iglesia de los pobres, la que cree y lucha por la justicia, la igualdad… La que da pan al hambriento, pero denuncia a quienes acumulan riquezas a costa de las vidas y sacrificios de los pobres. Una iglesia que ha costado muchas vidas por ser fiel al evangelio.
El segundo viaje al Mato Grosso fue con un equipo de TVE. Íbamos a grabar un documental para la serie Los Excluidos, dirigida por Carmen Sarmiento. Esta vez el obispo salió a recibirnos al sencillo aeropuerto de Sao Felix.

Pasamos varios días con él, hablando, grabando… Estaba al tanto de todo y en todo estaba su máxima preocupación: los indígenas, los campesinos sin tierra, los obreros, las multinacionales que todo lo invaden, lo que estaba pasando en África, en Europa… y todo sin abandonar nunca su actitud crítica frente a los poderosos.
Y pude comprobar nuevamente su sencillez como persona y su sencillez de vida. Y para mi este es el verdadero espíritu evangélico
Pedro sigue vivo y seguirá mientras recordemos su vida y su obra. Descansa en paz hermano
En el documental que os dejo aquí abajo, a partir del minuto 23 podéis comprobar cuanto aquí digo:
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