El agua, el alma de la vida, el elemento más original, polivalente y fascinante del universo es el más maltratado del planeta.

Joaquín Araújo, el campesino, el pastor arropado por las arboledas de Las Villuercas (Cáceres), el naturalista que ha plantado miles de árboles, autor de más de cien libros cuyo compromiso con la defensa de la naturaleza ha sido reconocido con más de 50 premios, el único español galardonado dos veces con el Premio Nacional de Medio Ambiente, afirma que “Somos agua que piensa” y así titula su último libro, un canto, un extenso poema al “origen de los principios, a la fundadora de todos los fundamentos y fundaciones, al alma de la vida, al elemento más original, polivalente y fascinante del universo, a la sustancia única que es la esencia misma de lo posible”, es decir, al agua. Esas son algunas de las definiciones con las que nos presenta el bien más común e imprescindible de nuestro planeta Tierra.
En el prólogo del libro Pedro Arrojo Agudo, actual relator de Naciones Unidas para los derechos humanos al agua y al saneamiento, define a Joaquín Araújo como “el poeta del agua” y a renglón seguido nos recuerda el relator que, actualmente, asistimos a una situación paradójica: vivimos en el llamado Planeta Azul, el Planeta Agua y, sin embargo, se calcula que más de dos mil millones de personas no tienen el acceso garantizado al agua potable, pero -afirma- “en su inmensa mayoría no se trata propiamente de personas sedientas, sin agua en sus entornos de vida, sino de personas empobrecidas que viven junto a ríos, lagos, acuíferos y fuentes contaminados”.
Para abordar esa situación, el relator ve necesario cambiar, modernizar y democratizar las instituciones gestoras del agua, por un lado y, por otro, modificar nuestra relación con los ríos, los humedales y los acuíferos, lo que significa variar radicalmente nuestras relaciones con el agua, incluyendo sus valores éticos, estéticos y lúdicos. En definitiva, se trata de un cambio cultural con respecto al agua, “una nueva cultura del agua».
Como afirmó Tales de Mileto “Todo es agua”, empezando por nuestros ojos -dos grandes gotas de agua- nos recuerda Joaquín Araújo; sin embargo, se trata del elemento más maltratado del planeta. El agua es vida, es decir, va ligada tan estrechamente a ella que un ser vivo puede morir en pocos días por deshidratación. El agua vida debería recibir la máxima protección, de ahí que el acceso al agua fue reconocido por Naciones Unidas como derecho humano en julio de 2010, porque ampara el derecho a la vida y permite el reconocimiento efectivo de otros derechos fundamentales.
Otra realidad bien distinta al agua vida es la que causa millones de muertes al año en todo el mundo –“las aguas asesinas que matan inclementemente”- y afectan, especialmente, a las personas más vulnerables. En efecto, el agua es fuente de vida y de muerte, en consecuencia, produce cuando menos consternación observar la falta de transparencia en la gestión del agua a la que se quiere desviar del cauce de la vida, para convertirla en mal (y no bien) económico y financiero, someterla a normas del mercado cuyos responsables ignoran derechos y deberes, obligaciones y responsabilidades; un mercado cuyos amos se olvidan, sin más, de las personas.
En “Somos agua que piensa” el autor afirma que hoy necesitamos fijar nuestra atención en el agua vida, “confluir con la vida y con todo lo que la hace posible”. Propuestas para lograr ese objetivo no faltan, pero “casi todas gobernadas por el demoledor dominio de lo útil y lo práctico”. Queda mucho por hacer, se lamenta el naturalista, en favor de lo más real, lo más bello y necesario para vivir, pero somos agua que piensa y tenemos la obligación de mantener la viveza del agua, los distintos rostros del agua que dibuja con poética precisión Joaquín Araújo: el agua como creadora del clima; como escultora de las nubes; como elemento invisible en la humedad de las arboledas; como protagonista de las tormentas mansas o furiosas; como regalo en forma de lluvia; como desinfectante y desinsectante en forma de nieve; como principal sustento de grandes ciudades en forma de hielo; el agua como ternura en forma de rocío, escarcha o cencellada; como niebla, emboscada e inquietante; en forma de sudor cuando llora la piel; como expresión de nuestros sentimientos más profundos saliendo por nuestros ojos en forma de lágrimas…
Ciertamente, queda mucho por hacer en favor del elemento vital por excelencia y argumentos no sólo biológicos, sino también religiosos, culturales o artísticos no nos faltan para ir aportando gotas de agua para la vida. Desde Alandar evocamos el valor que se otorga al agua en las religiones, porque -en palabras de Joaquín Araújo- “Todas las aguas son benditas no por bendecidas, sino por bendecir la existencia de la vida”. Ejemplos no faltan: sin ir más lejos, la Iglesia católica otorga un valor trascendental al agua del bautismo, como liberadora del mal y entrada en la comunidad eclesial; los musulmanes deben lavarse antes de entrar en el recinto sagrado; bañarse en el Río Ganges es un acto religioso. Además, resulta prácticamente inabarcable la presencia del agua en las expresiones artísticas -música, pintura, escultura, poesía…-, sin olvidar la que tiene en las palabras, concretamente, en las 70.000 que conforman el libro “Somos agua que piensa”, porque las palabras -para el autor- “Cumplen un propósito casi idéntico al de la lluvia sobre los secarrales”.
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