Tenía pendiente escribir este artículo desde hace tiempo. El motivo no era otro que haber encontrado en una revista un texto que hablaba de dos personas con trastornos alimentarios; una padecía obesidad y la otra, anorexia o bulimia. La lectura del mismo me abría los ojos a una realidad que muchas veces pasa desapercibida o se convierte en relevante si hay alguna noticia que hace saltar las alarmas sobre algún caso, principalmente relacionado con el mundo de la moda. Sin embargo, su onda expansiva va mucho más allá. Mientras escribo, todo está en calma, no me refiero al espacio que habito, sino a que los medios de comunicación están callados, adormecidos o sin dar importancia a estos tipos de problemas que tienen más trascendencia que los fichajes millonarios de los grandes equipos de fútbol.
En nuestro país, el número de personas obesas va en aumento cada año. Las nuevas generaciones crecen a lo alto y a lo ancho. Acuden al gimnasio para hacer deporte, también como culto al cuerpo o para quemar aquellas calorías que consumen de más. En el mundo ocurre lo mismo, con el agravante de que en países con ingresos bajos del continente africano o asiático está aumentando el número de personas con sobrepeso.
Por otro lado, existe una diversidad de dietas para perder kilos. Las hay de todo tipo: la mediterránea, vegetariana, orgánica, hipercalórica e hipocalórica. También están las raras como la dieta Zen o la de la Bella Durmiente, por nombrar algunas. La triste estadística de que un tercio de las niñas de diez años ya ha hecho algún tipo de dieta nos hace preguntarnos sobre qué les está pasando a nuestras chicas en su infancia y en la adolescencia. Una de cada 300 chicas entre 12 y 24 años sufre anorexia o bulimia. Detrás de todo ello hay una serie de factores o condicionantes como la influencia social, las modas o las presiones publicitarias además de una diversidad de cuestiones personales.
¿Cómo prevenir estos trastornos? Una de las claves es aprender a comer bien, pero además hay que crear un plan integral de prevención que incluya el ámbito familiar, escolar, laboral y social. En la familia hay que incluir alimentos saludables en la cesta de la compra. En los colegios, universidades y lugares de trabajo, los menús deben estar supervisados por un técnico en nutrición que vigile que son adecuados. Socialmente es conveniente fomentar el deporte y la actividad física. Una buena forma de gestionar nuestros impuestos es que los ayuntamientos fomenten espacios verdes, mejoren la accesibilidad a polideportivos y aumenten el número de instalaciones gratuitas. Es necesario desarrollar programas de salud comunitaria que, junto con los medios de comunicación, pongan énfasis en la importancia de una dieta saludable y del ejercicio físico.
Me preguntarán qué tiene que ver todo esto con las cosas de Dios. Les cuento donde encuentro el nexo: en el dolor y el sufrimiento que generan estos trastornos alimentarios. Porque muchas veces hablamos de los pobres, del hambre en el mundo, de las guerras… pero la lucha interna contra uno mismo, contra la incapacidad de controlar la ingesta de comida, de intentar una y otra vez el autocontrol y no conseguirlo… Todo esto, ¿quién lo acompaña? Este tipo de enfermedades se convierten en feroces enemigas. Dios, que se fija en la dificultad de cada uno, abraza también el estómago, ese órgano que nos ayuda a digerir los alimentos y las situaciones de la vida. También el aparato digestivo es templo del Espíritu y como tal debemos cuidarlo y cuidarnos buscando aquello que nos alimente en sentido pleno. ¿Y si probamos incluir en la dieta las proteínas de Dios?
Juan Carlos Prieto Torres
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