A las afueras de la gran ciudad, pero conectados más que nadie a la realidad, viven Lola y Daniel. Son un matrimonio joven con cuatro niños pequeños que se lanzaron, hace apenas año y medio, a una gran aventura: la acogida de hombres subsaharianos en la localidad madrileña de Tres Cantos. La casa, en plena carretera de Colmenar, pasa desapercibida. Poca gente puede imaginar que entre esas cuatro paredes siete hombres -procedentes de Camerún o Nigeria- luchan por tener una segunda oportunidad. Como una gran familia, Lola y Daniel han conseguido crear un nuevo hogar que tiene por nombre Misión Emmanuel porque en cada hombre que acogen ven el reflejo de ese “Dios con nosotros” en el que tanto creen y del que tanta fuerza han recibido.
Sin embargo, esta inquietud por África les viene de lejos. Ambos, pertenecientes a una comunidad de laicos combonianos, estuvieron trabajando en el hospital de Saint Joseph del Chad durante seis meses. A su vuelta a España se dieron cuenta de que tenían que seguir en esa línea y dar respuesta a esa África que nos va llegando y se queda fuera del sistema. Daniel y Lola tratan, por tanto, de aterrizar a estas personas que, tras unas infancias terribles y un viaje largo lleno de expectativas e ilusiones, han llegado a nuestro país y se encuentran sin un techo en el que vivir, sin dinero, sin comida, solos y sin hablar el idioma. Como nos explica Daniel, “Misión Emmanuel es una especie de trampolín que disminuye el impacto y les intenta hacer independientes lo antes posible. No estamos lejos de la ciudad pero sí lo suficientemente apartados para poder realizar actividades de terapia ocupacional que les ayuden a despejar su mente y entretenerse para no pensar en su situación». La casa tiene un pequeño huerto y unas cuantas gallinas que también les permiten autogestionarse gracias a la recolecta de verduras y hortalizas y a la venta de huevos. “Así se les estimula al trabajo y se les motiva para que no tengan que depender de nadie. Ellos tienen que ser protagonistas de su historia”, insiste Daniel. Después de aprender el idioma y adquirir una formación de nivel de bachillerato, se encargan de buscar ofertas de trabajo. Lo más fácil a nivel burocrático es el empleo doméstico. Sin embargo, es muy difícil encontrar familias que estén dispuestas a ofrecer un contrato laboral a estas personas y ser el cauce necesario para que consigan sus papeles, regulen su situación y sean totalmente independientes.
Misión Emmanuel suele organizar coloquios y talleres de sensibilización impartidos, a veces, por los propios chicos porque, como insiste Daniel, “hay que darles voz”. En nuestra visita tuvimos la suerte de hablar con todos ellos. Musha es senegalés y es quien más tiempo lleva en la casa porque perdió sus papeles y hay que volver a empezar desde el principio. Sin embargo eso no quita para que nos reciba con una gran sonrisa antes de irse a vender globos al desfile de Carnaval de Madrid y feliz porque estemos interesados en conocer esta iniciativa que a él le ha cambiado la vida. Hervé, en cambio, es uno de los chicos que recientemente ha conseguido un empleo como trabajador doméstico. Este joven, procedente de Camerún, tiene una historia larga y difícil. Tras pasar más de un año en Marruecos, saltó la valla de Melilla rumbo a lo desconocido. “Estoy profundamente agradecido a este matrimonio. Tienen mucho coraje que, en los tiempos que corren, dediquen tiempo a los africanos mientras mantienen una familia y unos trabajos.
Hemos sufrido mucho tanto en África como en España, pues pensábamos que aquí el dinero se recogía como las patatas en el campo. Pero aquí, si no hablas el idioma, no eres nadie”. También están Marcial -que recientemente ha empezado a trabajar como peón de demolición- o Víctor, que apenas lleva dos meses y todavía el español se le hace cuesta arriba. Sin embargo, lo más importante es que los siete chicos que actualmente viven en la casa han aprendido a cuidarse y a compartir todo lo que tienen. Son ellos quienes se encargan del día a día de la casa mientras Daniel y Lola no están: de la limpieza y la comida, del cuidado del huerto y de las gallinas, etc. El sueño de la pareja es una casa más grande donde compartir la vida con ellos y acoger a más gente que hoy vive en la calle.
La familia y los amigos, nos explica Lola, “tratan de justificarse diciendo que a nosotros nos gustan estas cosas y que tenemos facilidades porque tenemos enchufe con el de arriba. Pero no es cierto, tenemos dificultades como todos los demás. Nos apoyan de manera verbal pero es cierto que llevamos una vida distinta y hemos decidido tomar unas opciones que tienes que acatar para bien o para mal. Misión Emmanuel es un compromiso, no es un voluntariado que si te gusta sigues y si no lo dejas. Hay vidas en juego y estás haciendo un camino con mucha gente a la que no puedes abandonar”. Y es que su opción de vida la tienen muy clara. Ninguno de los dos se cansa de decir que es una “obligación como cristianos y creyentes en un único Dios que nos ha creado y nos ha hecho hermanos, actuar en consecuencia”. Y esa es la educación que quieren dar a sus hijos.
No saben qué va a ser de ellos el año que viene. Aunque tienen la cesión de la casa por un periodo de cinco años, se les queda muy pequeña. Además, no pueden tocar nada, ni siquiera instalar calefacción, por lo que el gasto eléctrico es enorme. Su mayor dificultad, por tanto, es la económica. Misión Emmanuel depende única y exclusivamente del sueldo de Daniel y Lola y de pequeñas donaciones particulares que les ayudan a costear la comida y el transporte de los chicos. No quieren tener sueños, solo vivir el día a día con la misma confianza con la que empezaron, sabiendo que Dios va fraguando esta historia. Daniel concluye la conversación de la mejor forma posible: “Si es lo que tiene que ser, Dios lo hace posible. Si Dios quiere que esta gente no se pierda, pone a su gente en funcionamiento. Y su gente es quienes queremos ser su gente, nadie especial, sólo los que de verdad queremos salir al encuentro. Él lo dejo muy claro: tuve hambre y me disteis de comer, fui extranjero y me acogisteis…”.
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