Un documento de la Conferencia Episcopal crea un gran revuelo entre los cristianos que practican zen.
La publicación a comienzos del mes de septiembre del documento Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española ha creado inquietud, tristeza e indignación entre las comunidades y creyentes que practican zen y técnicas de meditación derivadas de las tradiciones espirituales orientales. El documento señalaba que estas prácticas espirituales “no llevan a Dios”.

Al paso de las afirmaciones de los obispos han salido, entre otros, Ana María Schlüter, laica consagrada del instituto Mujeres de Betania y maestra zen de la Escuela Zen Zendo Betania; y algunos de sus discípulos, como el sacerdote y profesor del Instituto Teológico Diocesano de Albacete, Antonio Carrascosa. Ambos consideran que el documento, que al hacerse público obtiene el aval del conjunto de la Conferencia Episcopal, ignora “el espíritu del Vaticano II”.
En sus 40 páginas, Mi alma tiene sed de Dios alerta de la incompatibilidad entre oración cristiana y meditación oriental – que trata de “suplantar la auténtica oración cristiana” – e incide en el peligro que supone la confusión del cristianismo con otras religiones.
Los obispos comienzan el documento constatando que “la sed de Dios acompaña a todos y cada uno de los seres humanos”, pero que “la cultura y la sociedad actuales, caracterizadas por una mentalidad secularizada, dificultan el cultivo de la espiritualidad”.
Frente a esta realidad, dicen, ha resurgido una búsqueda espiritual que busca alcanzar “bienestar emocional, equilibrio personal, disfrute de la vida o serenidad para encajar las contrariedades”. Todo ello encierra un problema: si bien esta busca puede llevar al hombre a “encontrarse consigo mismo”, en muchas ocasiones “no lleva a Dios” y puede desembocar en “el abandono efectivo de la fe católica”.
Según los obispos, “el zen elimina la diferencia entre el propio yo y lo que está fuera, entre lo sagrado y lo profano, entre lo divino y lo creado… Cuando la divinidad y el mundo se confunden y no hay alteridad, cualquier tipo de oración es inútil”, afirman.
Para los obispos, solo el cristianismo salva. Según ellos, las llamadas teologías del pluralismo religioso no son más que la manifestación en el campo religioso del “relativismo que caracteriza la mentalidad de nuestro mundo”.
Remar mar adentro
Frente a esta visión de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, la laica consagrada y maestra zen Ana María Schlüter apuesta en un artículo publicado en Religión Digital por “remar mar adentro confiadamente”. Schlüter señala que la humanidad está pasando por un cambio de época que conlleva una profunda transformación de conciencia, lo que naturalmente produce tensiones, choque de mentalidades, incertidumbres y miedos, aciertos y desaciertos. En medio de estos tiempos difíciles, llenos de malas noticias, asegura, que “el buen capitán, navegando con confianza por mar agitada, enseña a seguir adelante y no intenta regresar al puerto de salida, no sea que se hunda el barco en el camino de vuelta”.
La fundadora de la Escuela Zen Zendo Betania cita el documento conciliar Nostra Aetate (la declaración sobre las relaciones Iglesia- religiones no cristianas):“La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en las diversas religiones hay de santo y verdadero (…) y por con siguiente exhorta a que con prudencia y caridad… reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales (…) que en ellas existen.” Schlüter cita también el documento Ad Gentes (el decreto sobre la actividad misionera), en el que el Vaticano II llama a “considerar con atención el modo de asumir en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio”.
La práctica del zen le ha servido para expresar con más hondura la lectura de la Biblia, la vivencia de los sacramentos o el compromiso con la justicia.
Para esta maestra zen la práctica del zen por parte de personas cristianas está plenamente justificada y es un buen antídoto contra el fundamentalismo. No se trata, según ella, de crear una nueva identidad religiosa, sino de “vivir una tensión fructífera entre zen y fe cristiana” que propicie un diálogo y un encuentro a nivel de fe que resulta “significativo para la paz y el bien de la humanidad y de la tierra”.
Después de describir qué es el criterio para un despertar auténtico al que lleva el zen bien orientado, dice que un zen desvirtuado efectivamente no puede estar en armonía con la fe cristiana. Schlüter admite que, como aseguran los obispos, dicho diálogo no se puede hacer a la ligera y que ella misma lleva tres décadas dedicada a guiar discerniendo. Sin embargo, esa tarea hay que hacerla “más como comadrona que como juez”. Y este es, según ella, un punto en el cual diverge su perspectiva y la del documento episcopal.
Schlüter es más prudente en su artículo que su discípulo Antonio Carrascosa, que asegura en una carta abierta a los obispos miembros de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española que dan una imagen del zen “completamente errónea (que) para nada responde a la realidad de esta espiritualidad”.
Además de los documentos conciliares citados por Schlüter, Carrascosa cita el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe aprobado en 1989 durante el pontificado de Juan Pablo II en el que se asegura que “la mayor parte de las grandes religiones que han buscado la unión con Dios en la oración han indicado también caminos para conseguirla… que no se deberían despreciar sin previa consideración”.
El sacerdote asegura que él no es un cristiano zen, si no un cristiano que practica zen y que a él, como a muchos otros, esta práctica le ha servido para expresar con más hondura la lectura de la Biblia, la vivencia de los sacramentos o el compromiso con la justicia.
Así pues, el documento de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe ha levantado algunas ampollas. La pregunta es si era necesario poner el dedo en una llaga que no existía.
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