Si no hubiera parroquias

Sólo hace falta echar una ojeada alrededor para encontrar padres que asisten a misa los domingos, hijos que han abandonado esa práctica y han derivado a la indiferencia y nietos que ya no están bautizados ni han recibido ninguna iniciación religiosa. Y no hace falta ser muy avispado para prever que ese proceso lleva a la desaparición del catolicismo en un par de generaciones.

Entretanto, se consagran obispos que hacen lo mismo que hacían sus predecesores y se ordenan presbíteros que repiten lo que los curas han hecho siempre.

Alguna vez he contado que un cura de Madrid ya fallecido, Julio López Sainz de Rozas, lanzó en una reunión de su arciprestazgo la pregunta siguiente: ¿qué haríamos si no existiesen las parroquias? Nadie recogió el guante y solamente hubo algunos comentarios amistosos y evasivos: cosas de Julito.

Mi impresión es que el único que está intentando responder a ese interrogante es Francisco con la convocatoria del Sínodo.

No digo que quienes luchan por la renovación de las estructuras de la Iglesia no tengan toda la razón del mundo y ojalá consigan sus objetivos. Creo, sin embargo, que la pregunta va más al fondo. Por ejemplo ¿qué haríamos en una Iglesia con mujeres ordenadas si no hubiera parroquias?

Sin duda esta cuestión debería suscitar una lluvia de ideas. Yo sólo quiero exponer una que tiene que ver con la presencia pública de la Iglesia.

Estamos en un mundo competitivo en el que empresas, asociaciones, partidos políticos, confesiones… luchan para atraer clientes, seguidores o militantes. La Iglesia católica concurre necesariamente en ese mercado. En el caso de España, con sus ventajas y sus inconvenientes, que todos conocemos y no es menester recordar aquí.

Mi propuesta parte de la paradoja de que la Iglesia católica en España aporta muchísimas acciones a la sociedad y, sin embargo, es vista como una organización privilegiada, aprovechada, rebañadora, que saca todo el beneficio que puede de su influencia y su poder. ¿Cómo es posible que en Madrid el 90% de los comedores sociales los sostengan asociaciones cristianas y eso ni se diga ni se valore?

Cabe recordar que la Iglesia tiene universidades, colegios, centros de formación, albergues, comedores, centros de reunión… De todo ello informan los obispos cuando llega el IRPF, pero a cualquiera de esas instituciones se les pueden oponer objeciones que, en parte, devalúan su eficacia testimonial.

Sin que esa información se abandone, mi propuesta es muy sencilla. A la iglesia apenas se la oye y cuando se habla de ella es sobre algún asunto negativo. Pues bien, llega el momento de hacerse oír. No dentro de los templos sino fuera de ellos. ¿Por qué se escucha al padre Ángel, ese genio del marketing? Probablemente porque hace cosas interesantes, se implica personalmente y las da a conocer. ¿Por qué en cambio no se escucha a los obispos? Porque sus mensajes son documentos que nadie se molesta en leer.

En estos años yo he echado de menos una voz episcopal que tocase a rebato ante la COVID, diciendo por todos los medios: católicos, a echar una mano, a ayudar a quien lo necesite, a compartir el dinero con quien ahora no ingresa nada, a cuidar a quien se ha quedado aislado, a multiplicar los cuidados por todos los medios.

Cuando la crisis energética de nuevo he echado en falta una voz fuerte, repetida por todos los medios de difusión: católicos, ahorrad energía, programad mejor los calentadores, apagad las luces innecesarias, pasad un poco más de frío o de calor.

Parece que estamos en tiempo de cuidados. Una voz potente debería convocar: católicos, empezad a cuidar a una, dos o tres personas.

Y algo más difícil. Ante las guerras, los terremotos, la llegada de refugiados: parroquias, conventos y fieles católicos, empezando por los obispos: acoged a quienes podáis, compartid vuestros espacios, sostened a alguna familia, tomad contacto con inmigrantes.

Y así con el agua, con los plásticos, con los cuidados mutuos…

Pasado un tiempo, esos objetivos se deberían revisar: ¿se ha notado en el conjunto de la población que diez millones se han puesto a la tarea? Porque no se trata de que se pongan en marcha las cuatro personas de las Cáritas parroquiales sino la Iglesia entera. Y eso exige una Iglesia de militantes, que hay que formar desde ahora.

¿Qué haríamos si no hubiese parroquias?… Formar católicos militantes -sinodales, si se quiere-, convocar a tareas comunes y revisarlas.

Es mi idea y me parece bastante buena. Y no es pasión de padre.

Carlos F. Barberá
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