El 2 de abril de 2013 pasará a la historia como el día en el que la ONU aprobó por 154 votos a favor, tres en contra (Irán, Corea del Norte y Siria) y 23 abstenciones (entre ellas Rusia, China e India y bastantes naciones latinoamericanas) el Tratado sobre el Comercio de Armas, un mercado que mueve más de 70.000 millones de dólares al año. Supongo que en breve declararán este día como el nuevo Día Mundial Sin Armas (que ahora mismo se celebra el día 9 de julio). Estoy por empezar yo una recogida de firmas en change.org aunque, pensándolo bien ¡que más me da cuándo se celebre! Lo importante es erradicar el comercio y el uso, erradicar las guerras y destruir las armas. Y, además, ya tenemos un día mucho más importante, al menos para mí, pues se celebra en positivo: el 30 de enero, día mundial de la paz.
Calendarios aparte, creo que hay que dar las gracias a las amnistías, intermones, acnures, asambleas por la paz y demás organizaciones que llevan años y años detrás de esta conquista. El 2 de abril fue un día para celebrar, para disfrutar y para regocijarse de lo conseguido: A pesar de que todos sabemos el poco caso que se le hace a la ONU y a sus declaraciones; a pesar de que es un tratado poco práctico que comienza un larguísimo recorrido de ratificaciones particulares por cada Estado firmante, que es libre de hacerlo o no; una cosa es hacerse la foto en el edificio de la ONU durante la asamblea y otra es volver a casa y convencer a los tuyos y los no tan tuyos de que hay que firmar y hacer caso. A pesar de los pesares, ¡gracias y felicidades!
Estaba yo en casa por la noche ese día, tras la cena, tratando de explicarle a mis hijos por qué era tan importante esto que había pasado en la ONU y por qué teníamos que estar tan contentos cuando tuve que bajar el volumen de la televisión, cambiar de canal y mandarles a dormir rápidamente, para no quitarles la ilusión. Ese mismo día 2 de abril en el que 154 países se habían comprometido a no vender armas a aquellos otros que no respetan los derechos humanos, el ayuntamiento de un pequeño pueblo de Estados Unidos aprobaba una ordenanza por la cual todos sus habitantes debían tener un arma en casa. En efecto, los concejales de Nelson, un pueblecito de Georgia (EEUU) con apenas 1.500 habitantes habían llegado a la conclusión ¡por unanimidad! de que la mejor forma de protegerse era obligar a todo el mundo (excepto expresidiarios y enfermos mentales) a tener un arma en casa. La Ordenanza para la Protección de la Familia, que así se llama la susodicha, establece que cada hogar debe tener un arma y munición para “proveer y proteger el bienestar y la seguridad general de la ciudad y sus habitantes”. Alguno de sus defensores ha llegado a comparar esto con la típica pegatina que pones en casa para avisar de que dispones de una alarma. Vamos, que el antiguo cartel de “¡cuidado con el perro!” ahora se ha convertido en “¡cuidadín con el rifle!”
¿Cómo explicarles esta contradicción a Martín y Miguel? ¿Cómo decirle a dos niños de 5 y 7 años que a pesar de lo contentos que estábamos en casa porque los traficantes de armas internacionales se enfadaban y buscaban cómo salvar su gran negocio, mientras tanto el dueño del supermercado de Nelson se frotaba las manos pensando en el incremento de ventas de rifles y pistolas con sus correspondientes balas? ¿Cómo cuentas a tus hijos que los tratados de la ONU son, a menudo, papel mojado y que el día a día de tu vecino es lo que cuenta? M&M se fueron contentos a la cama pensando que el mundo ayer había dado un gran paso en la construcción de la paz. Su padre y su madre se acostaron desilusionados y perplejos al comprobar, una vez más, el cinismo de la raza humana.