El pasado 1 de abril cerré por completo la llave de gas de mi casa. Llevo, pues, medio año gastando solo el mínimo obligado, cual impuesto revolucionario, que en mi caso son ocho euros cada dos meses. En el camino hacia la soberanía y la autosuficiencia energética decidimos poner una instalación de tubos de vacío que calientan el agua de ducha y radiadores con el calor del sol y que mantiene la casa a una temperatura confortable en esos meses primaverales y otoñales en los que aún no nieva ni hiela. El ahorro es grande, aunque me joroba pagar a Gas Natural esos ocho euros, pero haberme dado de baja en abril y volver a conectar el contador en octubre suponía una penalización de ¡más de 80!. Estoy temiendo que llegue el frio invierno y, a pesar de los tubos solares, las ventanas aisladas, los jerséis dentro de casa (no hay porqué estar de manga corta, creo yo, ¿no?) y demás medidas de eficiencia energética, haya que prender la llamita y volver al gas durante un rato.
No lo hago por ahorro. O no solo. La verdad es que viviendo al pie de unas montañas el invierno es duro y la factura es (era) abultada: hay días de enero que no sube el termómetro de los cinco y por la madrugada hay hasta -15 grados. Pero no. La principal razón no es ahorrar unos euros sino generar energía limpia y, sobre todo, tuya. El viento, el sol, el agua son bienes comunes que pertenecen a toda la humanidad, que debemos cuidar todas las personas y que todas tenemos derecho a utilizar con un uso racional, comedido, responsable. Es lo que algunos llaman el procomún o los recursos compartidos, que, incluso, hace unos años mereció que a una de sus principales impulsoras le dieran el Nobel de Economía (Elinor Oström, la primera mujer que ha tenido ese honor, en 2009). Tradicionalmente estos bienes de todos y de nadie han sido olvidados, pues lo que no es de nadie no hay porque cuidarlo, aunque yo me aproveche como el que más de ello.
Esta lucha entre la prioridad común frente a los intereses individuales no es nueva: existe desde que el ser humano es humano y ha sido fuente de conflictos permanente. El ultimo que yo conozca viene, creo yo, derivado de la pérdida de poder que muchas compañías experimentan cuando ciudadanos y ciudadanas, consumidores al fin y al cabo, deciden ejercer sus derechos soberanos y hacer uso (otra vez, responsable, comedido, racional..) de un bien común. ¿Pero que se han creído? ¿Quiénes son ellos para usar el viento, el sol, el agua sin pagar un peaje? Las grandes empresas energéticas de nuestro país han visto las orejas al lobo de unos cuantos, unas muchas personas que gota a gota iban desconectándose de sus redes y trataban de ser autosuficientes. ¿Perder ellas mercado? ¡Nunca! ¿Permitir que unos cuantos energetiflautas se salgan del guion establecido y jueguen a las casitas calientes y confortables sin pagar aranceles y tributos? ¡Imperdonable!
Así que han llamado a las puertas del Gobierno que les da de comer y han iniciado lo que han venido a llamar reforma energética y que no es una reforma en pos de una energía más verde, barata, eficaz, al servicio de la ciudadanía, sino un aferrarse a sus privilegios y un no permitir que nadie haga lo que desee fuera del tiesto, de su tiesto. ¿Quieres energía solar producida con placas en tu tejado? Paga. ¿Quieres ser autosuficiente, soberano y producir tu propia energía? Paga. ¿Quieres no depender de intereses empresariales lejos de los tuyos y de los de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas? Paga. Paga, paga, paga por ser valiente, por arriesgar en buscar formas diferentes de calentarte, de pensar y de decidir. ¿Quién eres tú para decidir por tu cuenta? Conéctate, enchúfate a nuestra red, paga y nosotros te proporcionamos el confort, la comodidad y la energía que producen los bienes de todos, los comunes que todos debemos cuidar y usar sin que nadie pueda aprovecharse de ellos. Salte de la línea establecida y el Gobierno te multará, te penalizará por no hacer lo que sus amigos quieren que hagas.
Hay muchas formas de desobediencia energética. No te pido que pases frio ni que comas los alimentos crudos. Pero sí que busques formas diferentes, alternativas, creativas, ciudadanas de ejercer tu soberanía. Y si no puedes poner placas solares o molinos eólicos en casa, al menos cambia de compañía a una de esas cooperativas como Som Energía (y otras) que han surgido como respuesta al oligopolio eléctrico. No dejes que se apropien del sol que calienta a todas las personas. Ni del aire que sopla igual para todos, ni del agua. ¡Hazte desobediente energético!