Dios padre y, ¿por qué no madre?

Foto. Casandra Pola Parì.Se recomienda leer antes del artículo la parábola del hijo pródigo: Lc. 15, 11-32

Cada vez está más claro que el tema de Dios como padre (sexo masculino) es una cuestión puramente cultural. Por tanto, Jesús, en medio de una sociedad patriarcal como era la que Él vivía entonces, no podía dirigirse a Dios (Yahavé) de otra manera. Sin embargo tengo el pleno convencimiento que en general, pero sobre todo en ciertos momentos, era la realidad de Dios como madre (sexo femenino) la que estaba en su mente.

Es más, creo que hay ciertos discursos de Jesús y sobre todo algunas parábolas que resultan del todo incomprensibles si no lo hacemos desde una visión femenina y materna. El caso más patente para mí es la parábola del Hijo pródigo, donde, sin la experiencia de gestar y de parir, no se puede llegar a comprender en grado extremo el amor y la misericordia hacia un hijo perdido y reencontrado después.

Ahora bien, no corrían buenos tiempos para la mujer en la época de Jesús. Por tanto, no le quedó más remedio que decir: “Había una vez un padre…”.

No se puede dudar que el trasfondo de la parábola es totalmente maternal y femenino. Ahora bien, el lugar y el momento necesitaban de un padre. ¿Por qué? En el Israel del tiempo de Jesús, como en tantos pueblos y países de hoy en día, la «patria potestad» sólo la tiene el padre de familia (el hombre = sexo masculino). Por tanto, sólo él podía declarar heredero a un hijo o rechazarlo. Y sólo al padre podía dirigirse el hijo para reclamarle la herencia. Lo cual quiere decir que habría sido desafortunado por parte de Jesús y, a su vez, la gente no lo habría entendido, el hecho de haber presentado a la madre como la poseedora de la herencia y, por lo mismo, la única que podía otorgársela al hijo.

«Todavía estaba lejos, cuando el padre lo vio, se compadeció y, corriendo, llegó hasta él abrazándole y cubriéndole de besos”. Si os fijáis, la descripción coincide con una actitud totalmente maternal. Por tanto femenina. No significa que un padre no sea capaz de compadecerse, de abrazar y de besar, ¡sólo faltaba! Pero, en general, yo diría que sería capaz de hacerlo después de haber restablecido su sentido de autoridad que tan truncada había dejado el hijo, cuando éste le reclamó la parte de la herencia.

En cambio, este detalle de que el padre exija que se restablezca antes su autoridad perdida no aparece en la parábola. Por ello, la descripción de la vuelta del hijo cuadra mejor en la visión de una madre que nunca se siente herida, por muy grave que sea la acción que le haya podido infringir su hijo. Desde esta perspectiva se comprende de manera especial que sea ella quien dé el primer paso y salga al encuentro del hijo que vuelve. Es ella quien se avanza y además de manera gratuita, pues en ningún momento tiene conciencia de haberse sentido despreciada o herida interiormente.
Ponedle el mejor vestido y el mejor calzado”. Dos detalles que corroboran aún más esta visión femenina. No es que el vestido exterior y el calzado no importen a cualquier padre. Y, más aún, si nos imaginamos el aspecto exterior en qué debió volver aquel hijo. Pero la parábola es muy detallista en este sentido; no sólo habla de vestirlo para salir del paso, sino de estética (el vestido mejor, la ropa mejor, la túnica más rica, según las diferentes traducciones), lo que está más cerca sin duda de la delicadeza de una madre.

Pero hay un detalle muy importante que no debemos olvidar: al hijo que ha vuelto, además de acogerlo, hay que regenerarlo, para lo cual el anillo era un elemento imprescindible. Aquel hijo necesitaba recobrar la dignidad, es decir, volver a convertirse en hijo y diferenciarse de los criados. Esto se manifestaba de forma visible en el anillo puesto en el dedo. Semejante acción solamente podía hacerla el padre que era quien poseía «patria potestad».

Finalmente, el evangelista Lucas nos recuerda que el padre preparó una fiesta por todo lo alto; cosa que indignó al hermano mayor. Según una versión “el padre salió a rogarle que entrase”. Otras, en cambio, describen la escena en la línea de salir el padre a dar explicaciones al hijo que se niega a entrar. Personalmente, considero ambas actitudes fuera de lugar en una sociedad tremendamente patriarcal. En cambio, sí que están en perfecta sintonía con una madre que es capaz de rebajarse hasta lo indecible, si con ello consigue la paz familiar y la avenencia entre los hermanos.

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