Para profundizar más en el tema del futuro de Europa hemos charlado con Jesús A. Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) y profesor de la Universidad Pontificia Comillas.
¿Hay razones para creer que aún es posible construir una Europa social a pesar de las medidas restrictivas que están adoptando algunos países? ¿Ha fagocitado la Unión Europea a esa Europa que, más allá de la geografía, se intuía como un referente generador de formas avanzadas de vida política y social?
No solo es posible, es necesario. La UE no es un concepto geográfico sino un espacio de valores y principios compartidos. Antes de entrar en las razones, quizá sea conveniente analizar el para qué la UE. En su origen, la Unión es un proyecto político que busca mejorar el bienestar y seguridad de sus ciudadanos y contribuir a un mundo mejor. Hoy se ha producido una deriva en esa aspiración de los ciudadanos a los mercados. Progresivamente -y más aún con la crisis actual- se ha producido un divorcio entre una élite pro europeísta y una ciudadanía profundamente defraudada. Solo el 31% de la población dice estar satisfecha y es posible que la primera fuerza política en las próximas elecciones sea la abstención. En definitiva, podríamos afirmar que la UE sufre una crisis existencial.
Más allá de los problemas que ocupan habitualmente los medios de comunicación, ¿existen otros de carácter más estructural que pueden arruinar por completo el proceso comunitario?
No se puede construir Europa sin ciudadanos convencidos que impulsen los valores más nobles que están en los fundamentos de la idea europea. Hoy, en general, los medios de comunicación y los responsables políticos no están asumiendo su responsabilidad pedagógica para crear una complicidad transversal en los veintiocho que evite que la agenda economicista neoliberal termine por destruir el modelo de Estado de bienestar. Dicho de otro modo, se está aprovechando la crisis económica para destruir lo que fundamenta a una sociedad democrática. Además, en mitad de un generalizado proceso de “sálvese quien pueda” (una actitud suicida, ya que nadie puede individualmente hacer frente a esta crisis) se estimulan movimientos populistas, con una alta carga de racismo y xenofobia, que incrementan las brechas de desigualdad y quiebran la cohesión social. Por último, la concentración mediática en asuntos financieros y económicos, al servicio de una visión mercantilista de la vida, deja de lado otros aspectos vitales de la construcción europea.
¿Somos los europeos “eurocentristas”? ¿Qué consecuencias tiene esto?
Todo ser humano tiende a contemplar lo que le rodea a partir de su propio interés y sus necesidades. La UE no puede escapar de la idea de pensar que lo que es bueno para ella debe serlo también para los demás y, por tanto, a la tentación de lograr que los demás terminen por aceptar esquemas que nos han convertido en el club más exclusivo del planeta. La clave está en entender que la UE no podrá ser más desarrollada y más segura si no contribuye activamente (y tiene muchos instrumentos adecuados para ello) a promover ese mismo bienestar y seguridad en quienes nos rodean. Desgraciadamente hoy la UE muestra una seria incoherencia entre lo que dice y lo que hace. Pero, aún así, sigue siendo el actor mejor equipado para hacer frente a los riesgos y desafíos que definen el mundo globalizado que nos toca vivir. Podemos hacer mucho por integrar plenamente a todos los que viven en su territorio y por mejorar la suerte de quienes habitan fuera de nuestras fronteras. Tenemos los medios, lo que falta es la voluntad política para ponerlos al servicio de un mundo mejor. Los acontecimientos vividos en Lampedusa, Ceuta o Melilla hacen visible esta incoherencia. Necesitamos comprender finalmente que el desarrollo y seguridad de los que nos rodean es nuestro desarrollo y seguridad.
¿Es posible una Unión que acabe por imponer la prevalencia económica y financiera frente a la solidaridad interna y con el exterior?
De hecho creo que estamos viviendo el último asalto de un combate en el que, aprovechando la crisis se ha iniciado un proceso de desmantelamiento del Estado. Y, por ahora, ese combate lo están ganado los que se alinean con el neoliberalismo.
Frente a un modelo que se basa, como decíamos, en la resolución pacífica de conflictos, el respeto por los derechos humanos, la consolidación de sociedades abiertas y democráticas… se está imponiendo un modelo que refuerza las inequidades, la exclusión de grandes sectores de población y que no tiene al ser humano como centro. Todo esto está produciendo un creciente rechazo ciudadano, al tiempo que se dibuja la imagen de una “fortaleza europea” que opta por intentar cerrarse al exterior.
Ante las próximas elecciones europeas, ¿qué debería buscar la ciudadanía en los programas electorales, qué propuestas y valores?
Creo que hay una gran necesidad de partidos políticos de ámbito europeo, que sean capaces de reconducir el rumbo para atender a las necesidades y demandas de la ciudadanía (no de los mercados). Es necesario también regenerar el espacio político y, para ello, el ejemplo es un elemento fundamental en aras de mejorar la credibilidad de una UE que hoy se percibe como muy lejana y subordinada a los intereses económicos. Al mismo tiempo, deberíamos demandar propuestas para hacer frente a las amenazas comunes que nos afectan (desde el cambio climático a la lucha contra la exclusión, sin olvidar la atención a los flujos descontrolados de población, las pandemias o el crimen y el terrorismo internacionales). Asimismo, convendría apostar por quienes apoyen la apertura de un nuevo proceso constituyente para volver a recuperar la visión originaria de la Unión antes de que nos convirtamos en irrelevantes.