«La JEC potenció en mí la escucha, la cercanía a las personas y el respeto a sus procesos»

Carlos Cabrera.

Cuando empecé en la Juventud Estudiante Católica (JEC) era un joven con bastantes inquietudes (religiosas y espirituales, sociales y políticas, culturales e intelectuales) y pensaba que podría desarrollar algunas de ellas en ese ámbito. Lo que no imaginaba es que el movimiento en el que me iniciaba a los quince años -y en el que permanecí durante gran parte de la década posterior- iba a dejar en mí algunas improntas decisivas para la vida posterior.     

No tengo sino palabras de agradecimiento para las personas que me acercaron a la JEC y para las que posteriormente encontré y fueron determinantes en mi trayectoria en la misma. Me transmitieron el legado al que se hacía referencia en la conmemoración reciente del LXXV aniversario del movimiento. Atendiendo a la petición que me han hecho, en estas líneas me concentraré en mi condición de profesor de secundaria durante más de treinta años, así como en la de animador cultural y de pensamiento, otra faceta a la que he dedicado gran parte de las energías que me restaban más allá de las labores profesionales o la tarea educativa con jóvenes fuera del instituto.

La pedagogía de la acción-reflexión y la espiritualidad de la Revisión de vida no solo han sido determinantes en mi trayectoria cristiana y en mis opciones eclesiales, sino que han impregnado los planteamientos educativos y culturales en los que me he embarcado. Expresión de ello son el vínculo con estudiantes, profesorado y ciudadanía en general; asimismo, lo son las sinergias y colaboraciones continuadas en el tiempo, tanto en el IES Cairasco de Figueroa de Las Palmas de Gran Canaria como en distintos proyectos de innovación y redes educativas. Finalmente, la labor desarrollada con personas y colectivos desde el Aula Manuel Alemán de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria y otras plataformas de diálogo fe-cultura, pensamiento crítico, reflexión filosófica y teológica y de colaboración interdisciplinar, ante todo en Canarias.

La JEC potenció en mí cierto talante personal de escucha, cercanía a las personas, respeto a sus procesos -en el ámbito individual y grupal- capacidad de análisis, actitud realista y esperanzada y determinadas opciones de compromiso y transformación de la realidad desde los intereses de las personas más desfavorecidas. La impronta conciliar y las dinámicas teológicas liberacionistas en las que se ha movido el movimiento, así como su cercanía a las pedagogías y el pensamiento crítico y emancipador, nos han dejado unas ópticas, actitudes y estrategias fundamentales también a la hora de afrontar la tarea educativa y reflexiva.

Comparto con exmilitantes jecistas la experiencia de tener asumidos e interiorizados muchos de los mejores planteamientos y herramientas con los que me he encontrado en mi tarea. La JEC nos ha enseñado a encarnarnos en el ambiente, partir de las necesidades de las personas y colectivos, analizar críticamente las causas de los problemas, discernir las mejores vías de solución no solo desde un punto de vista tecnocrático sino teniendo en cuenta una criteriología crítica y liberadora.

Me ha dado instrumentos diversos para ser capaz de adaptarme a situaciones y motivaciones (o carencia de las mismas) muy diversas, haciendo del aula un espacio de participación, colaboración y respeto que no fuera ajena a los problemas generales y a la necesidad de provocar el cambio de actitudes en aras a la tolerancia y la responsabilidad.

La JEC no solo propició en mí la defensa de un determinado modelo de educación, sino el fomento de una organización escolar participativa, inclusiva y no segregadora, favoreciendo una escuela encarnada en el contexto social de nuestra tierra y nuestra gente, sin perder de vista la referencia a la universalidad. Finalmente, la JEC me ayudó a acompañar tanto a personas con inquietudes religiosas y espirituales como a aquellas que estaban en las antípodas de las mismas. He procurado fomentar no solo espacios de reflexión y trabajo no confesionales integrándome en plataformas laicas de todo tipo, sino también lugares para compartir y confrontar las distintas fuentes de motivación de cada cual.

Por otra parte, el movimiento ha contribuido a que entendiera la labor de pensamiento como una búsqueda existencial, con la indispensable interioridad que le es concomitante que debe ir unida a la responsabilidad con la historia y el mundo. Asimismo, nos legó dinámicas de trabajo intelectual en un marco de diálogo, pluralismo y tolerancia, así como la experiencia de creación de redes en las que colaborar con ideologías, perspectivas teóricas y opciones políticas diversas.

De la JEC recibimos la necesidad de promover las búsquedas personales, la coherencia con los propios principios y la opción decidida por el cambio social en orden a la igualdad y el respeto a la diversidad y el fomento de la paz y la justicia; presupuestos todos que, si bien no son los únicos que han de guiar al pensamiento y la educación, a mi juicio resultan ineludibles.

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