Siempre he sido una persona que por la noche he tenido mucha actividad. No piensen mal, me explico. Siempre he soñado mucho, sueños muy bien estructurados y de los que luego, generalmente, me he acordado. A veces, el sueño se hace tan real que me despierto pensando que es algo que estoy viviendo.
Ahora llevo unos meses en los que he soñado en varias ocasiones que tenía que dejar mi casa. No sabía bien a dónde iba ni tan siquiera si podría volver. Tenía que irme. No podía llevar más que una maleta fácil de manejar y una mochila. No sabía a dónde iba. ¿Hacía frío, calor? Metía lo imprescindible. Lo primero que se me ocurrió fue coger una foto de mis padres y mis hermanos. No quería que se me olvidaran sus rostros. Debía tomar los medicamentos para la artrosis, no fuera a ser que los dolores no me dejasen tirar de la maleta. ¿Y si en algún momento tenía que dejar la maleta o la perdía? Llevaría lo más necesario y lo urgente en la mochila. Los documentos de identidad, el dinero, el móvil… ¿Y si no podía cargarlo? No quería perder el contacto con mis amigas, mis amigos, mi familia… Ahora no nos sabemos los números de memoria porque el teléfono hace todo por nosotros. Apunté los números que para mí eran más importantes en una libreta pero, ¿y si se moja y se me rompe? Todo aquello importante lo envolví en una bolsa de plástico. Ya podía salir, ya podía perder la maleta. Y, de pronto, me desperté. Al menos tres veces se ha repetido este sueño en los últimos meses.

Gran parte de los sueños que tengo tienen que ver con la actividad que tengo -o que no tengo- durante el día; con las cosas que me preocupan y que me ocupan. También este. Estos meses estamos asistiendo a un terrible espectáculo donde la solidaria y avanzada Europa cierra sus fronteras a los miles de refugiados que huyen de la guerra y, posiblemente, de una muerte segura. A mí me ha invadido un sentimiento de impotencia total. Casi no puedo ver las imágenes de esos seres dolientes: hombres, mujeres, niños… ¿Cuál va a ser el futuro de esos niños y niñas que están viviendo a tan temprana edad esta gran injusticia? ¿Qué tipo de persona dará continuidad a un ser maltratado, hambriento, humillado?
Ahora estoy leyendo un libro escrito por uno de los usuarios del Centro de Día de la Fundación Luz Casanova, Mohamed Bayoumi, La sonrisa del norte se titula y cuenta la historia de Yasmín, una mujer africana que deja su país para buscar un futuro mejor en Europa. En los comienzos del libro Mohamed se pregunta: “¿Cuál es la razón por la que el hombre deja su tierra natal y viaja por el mar en la oscuridad de la noche, arriesgando su vida entre las olas con muchas probabilidades de que pueda morir en el camino?… A nadie le gusta salir de su patria y dejar su familia y sus recuerdos en busca de un futuro mejor lejos de su tierra natal”.
Todas estas cosas me llevan a soñar, ahora bien despierta, con un mundo más solidario y, sobre todo, con una Europa donde el título del libro de Mohamed Bayoumi se haga realidad. Sueño con que la sonrisa del Norte sea lo primero que los refugiados y los emigrantes vean al llegar a nuestras fronteras.
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