
Los días en los que escribo esta Mecedora coinciden con un par de encuentros personales con Jon Sobrino. Entre manos tenemos un proyecto común que esperamos que pronto vea la luz, pero esto será motivo de otra Mecedora.
En nuestra conversación sale, no queda más remedio, la canonización de Romero. Yo le doy mi opinión sobre las canonizaciones y las causas de los santos: nunca me han gustado. Me parece que detrás de ellas hay mucha parafernalia, mucho dinero. Sobre todo (al menos hasta ahora) los santos que subían a los altares eran gentes buenas -eso no lo voy a negar- pero, casualidades de la vida, todas de una misma ideología. Fueron buenas personas que pasaron haciendo el bien pero que no interpelaron para nada al sistema. Vivieron en favor de los pobres pero sin denunciar el porqué había pobres; acogían a los excluidos o excluidas del sistema pero nunca lo cuestionaron… Creo que la frase de Helder Camara lo resume muy bien: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”.
Cuando, hace tiempo, le preguntaron al papa Benedicto XVI sobre la canonización de Romero, dijo que no era el momento adecuado. Porque, no se nos olvide, el Vaticano es un Estado y realiza funciones de Estado, mal que a muchas y muchos nos pese. Si hace años hubieran canonizado a monseñor Romero, el Vaticano hubiera tenido que invitar a la canonización al gobierno de turno, con lo que se daría la paradoja de que los propios asesinos de Romero estarían en la primera fila “celebrando” las virtudes de aquel que mandaron matar. Paradojas de la vida.
Estos días que he estado con Jon me ha dado una buena noticia, de la que me alegro un montón. Parece que el Vaticano va a abrir la causa de beatificación de Rutilio Grande. ¿Incoherencia la mía? Es posible. Pero lo que veo en este caso es que se va a hacer justicia a una persona que, siempre bajo mi punto de vista, ha sido de las más importantes, aunque no de las más reconocidas, en todo el proceso de la Iglesia en El Salvador.
Rutilio es poco conocido para la gran mayoría del pueblo católico. Era sacerdote jesuita, párroco en Aguilares, El Salvador. A pesar de las diferencias ideológicas, fue amigo de monseñor Romero desde que éste era sacerdote diocesano hasta el día que asesinaron a Rutilio, junto a un campesino y su hijo adolescente, el 12 de marzo de 1977.
En Aguilares creó las Comunidades Eclesiales de Base y formó a los Delegados de la Palabra. Se creó un movimiento campesino que encontró oposición entre los terratenientes y la Iglesia católica más conservadora, en la que entonces se encontraba Romero, al que veían como una amenaza a su poder.
Sus homilías de los últimos años fueron muy comprometidas. Jon Sobrino las publicó con posterioridad para darlas a conocer. En una de ellas decía: «Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no queden impunes tantos crímenes manchando a la patria, al ejército. Que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas«.
Rutilio significó un cambio importante. Porque, con su muerte, el Dios de los pobres se hizo presente en la vida de monseñor y esto fue el detonante de una Iglesia comprometida con el pueblo crucificado.