Su espada es una pala, su uniforme unas botas de agua, para conquistar trozos de tierra abandonada en las ciudades. Plantan o esparcen semillas en espacios públicos, empujados por la necesidad de vivir en un jardín que sea de todos. Animados por el deseo de cuidar un patrimonio que no es personal, por la necesidad de convertir los lugares grises donde muchos vivimos en espacios bellos, dignos, vivibles. Por el pensamiento de que propagar la naturaleza es propagar la vida. Se inspiran en el movimiento guerrilla gardening (en google encontráis un montón de cosas en muchos países).
Ciudadanos que, espontáneamente, con acciones clandestinas, a menudo de noche para que no llamar la atención, ponen plantas y flores en los espacios comunes degradados, en plazoletas, donde una vez hubo un árbol y hoy sólo tierra seca. Pero no sólo plantan, podan los arbustos que prometen ser árboles y nacieron espontáneamente y los protegen con tubos de plástico, antes de que alguien los corte. Riegan los que sufren por la calle (aunque no los hayan plantado ellos). Cuelgan con una cuerda una botella en una fuente con un cartel que pone: “sirve para regar el arbolito de la acera, gracias por tu ayuda”. Ponen carteles en los árboles que podrían ser cortados por el servicio de limpieza: “No me cortes por favor” y muchas veces funcionan!
Muchos compran plantas de su bolsillo, otros hacen semilleros y tienen en el balcón o en la ventana viveros de arces, robles, encinas, adelfas, arbustos varios… resultado de la recogida de bellotas y semillas en otoño, o de los esquejes que sacaron raíces en el agua. Hay quienes recogen las plantas que la gente tira a la basura, para regenerarlas en sus balcones, hasta que puedan ser plantadas. Lo importante es que sean plantas resistentes al frío o al calor (según la zona), que no necesiten muchos cuidados.
A algunos no les gusta el nombre, prefieren el de critical gardening, porque, dicen, hay que hacerlo a la luz del día, buscando el contacto con las personas, la reflexión sobre el uso de los espacios comunes, sobre la participación ciudadana. Es sólo una propuesta, tiene sentido político, no ideológico. Tiene que ver con el ciudadano activo, que decide ocuparse de su ciudad (no sólo consumirla), no delegar siempre o quejarse de lo que no le gusta.
Jorge y sus amigos han plantado una ola de tulipanes en la rotonda de su barrio, que no tenía más que hierbajos. Eleonor y Merche prefieren plantar árboles para separar visualmente su pueblo de la autopista. Plantan chopos, arbustos, una barrera antismog y muy agradable. El terreno no saben de quien es, pero por ahora nadie se los ha cortado. Han descubierto que los chopos basta plantar una rama en invierno para que saquen raíces y están encantadas de no tener que gastar dinero en ello. Eso sí, se dan una paliza en agosto para regarlos con bidones y que no se sequen. La asociación de familias down de otro barrio ha llenado la calle de su sede con girasoles, plantados por los chavales en la base de los arbolillos que ha puesto el ayuntamiento. En septiembre se han comido las pipas con gran placer y entre tanto ha regado y cuidado las plantas como si fueran en su propio jardín. A Clara y Javier en cambio les gusta ir a pasear por la ciudad con los bolsillos llenos de semillas de caléndula, tajete, glicina, malva, melisa, … y los echan en lugares feos, con la esperanza de que agarren y florezcan solos.
La primera vez que supe que existían estos locos estupendos fue cuando ví la película “Green Card: matrimonio de conveniencia” con Gerard Depardieu. Un grupo de amigos iban por las noches a lugares degradados y dejaban un jardín maravilloso que la gente del barrio descubría al levantarse por la mañana. Me parecía reconocer a los ángeles en estas figuras pero creí que se trataba de una película. Ahora he descubierto que hay muchos. He descubierto que formo parte de un movimiento del que no sabía la existencia. ¡Qué bien! (¡Y yo que me creía que la Guerrilla Gardening era el movimiento de liberación de los enanitos de los jardines!)