Camino de Santiago: una experiencia de libertad en familia

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En el Camino de Santiago descubrimos que nuestras vidas son similares. Como todos los años, aunque el año pasado no nos lo permitieron desde instituciones penitenciarias por un problema de imagen política, los presos de la cárcel de Navalcarnero y gente de la parroquia de la Sagrada Familia de Fuenlabrada hemos realizado juntos el camino de Santiago. Esta vez lo hemos iniciado en Tui y han sido 120 Km de libertad, de familia, de fraternidad y de esperanza hacia el futuro. Han sido siete días donde, como dice San Pablo, no ha habido esclavos ni libres, sino que todos nos hemos sentido familia.

Hace tres años que comenzamos esta experiencia y, desde el primer momento, se ha querido plantear con un estilo de fraternidad, no un camino de presos ni de gente de la parroquia, sino un camino de integración, como la vida misma, donde los obstáculos, las dificultades, los proyectos y las ilusiones sean los mismos para todos. El Camino de Santiago es como el camino de la vida. Partimos desde situaciones interiores diferentes, pero todos nos vamos encontrando, porque vamos descubriendo que, en el fondo, nuestras inquietudes son las mismas. En algún momento podemos desfallecer, todos necesitamos de todos, todos nos ayudamos y, en definitiva, no hay nadie más que nadie. En el Camino de Santiago descubrimos que nuestras vidas son similares pero que todos podemos encontrarnos y cambiar. Descubrir que se puede ser feliz con poco, que lo más importante es compartir con los demás. “Todos somos hijos de Dios”, ha sido una de las frases más repetidas en nuestro camino y también, por supuesto, más vividas.

Resumir estos siete días es difícil porque ha habido momentos para todo, momentos de risa, de encuentro, de compartir nuestras vidas y, sobre todo, de reconocer cómo somos cada uno. Nuestras vidas son distintas, nuestros recorridos y “caminos” también, pero hemos descubierto que todo se puede cambiar, que el camino se puede volver a reencauzar; y en cada conversación, en cada ampolla, en cada caída, en cada ánimo y desánimo estaba la mano del compañero para invitarnos a seguir y, por supuesto, también la mano de Dios presente en cada uno de nosotros, un Dios que también apuesta por todos, un Dios Padre que nos tiende la mano en cada momento de nuestra vida, que no juzga, que no discrimina, un Dios que integra y que nos invita a integrarnos cada día.

Cuando lo planteamos la primera vez en el centro, todos decían que era una experiencia arriesgada y casi de locos, pero desde la capellanía nos ha parecido siempre una apuesta, una experiencia de creer en algo diferente, ¿difícil?, claro que sí, pero es que en la vida misma tampoco hay nada fácil. Sin duda lo más importante es descubrir la capacidad que todos tenemos de cambio y apostar por ella; y, como en cualquier familia, todos tenemos nuestro puesto y nuestro espacio. Han sido días de esfuerzo y de cansancio, pero de libertad esperanzada: 120 km de camino de vida. Al volver a entrar en la cárcel, más de una lágrima, pero también más de un abrazo de ánimo y, en el centro de cada ánimo y cada abrazo, la mano de un Dios Padre-Madre que nos abrazaba a todos, porque todos somos sus hijos y sus hijas.

Gracias a todos los que han hecho posible de nuevo esta experiencia de libertad, gracias a los muchachos de Navalcarnero, a la gente de la parroquia, a los que han aportado donativos, a la dirección de centro penitenciario… y gracias al Dios de la vida que nos mira con cariño, nos sonríe y se sigue fiando de nosotros.

*Francisco Javier Sánchez González es el capellán de cárcel de Navalcarnero y párroco de la Sagrada Familia en Fuenlabrada (Madrid)

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