El lento camino para frenar el cambio climático

Foto. Naila Jinnah.Quienes hacemos alandar hemos dado unas cuantas vueltas al nombre de esta nueva sección que ahora os presentamos. Decidimos llamarla Con los pies en la Tierra porque creemos que hace falta poner los pies en la tierra, actuar con el convencimiento de que el planeta que compartimos no es algo ajeno que cuidar, todo lo más, en las épocas de bonanza o cuando las otras cosas “más importantes” estén resueltas.

El modo en que organizamos nuestra forma de vida, cómo nos proveemos de lo que necesitamos, qué devolvemos a la naturaleza, todo eso es crucial si queremos que todas las personas podamos vivir dignamente. La naturaleza, su riqueza, sus límites, el fascinante y delicado equilibrio entre todo lo vivo tienen que estar en la base de las decisiones políticas y económicas y tienen que orientar la forma en que organizamos la producción, distribución y consumo de bienes y no al revés. En definitiva, que lo “verde” no es un cajón aparte, ni tarea única de los y las “ecologistas”.

Desde esta sección de la revista (no sólo desde ella, pero sí de forma más explícita aquí) queremos contribuir a este imprescindible cambio de mirada para que, juntos, pongamos los pies en la Tierra que sustenta la vida.

Y arrancamos con una reflexión sobre el cambio climático, uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos hoy en día. Ocasionado por nuestro desmedido consumo energético, sus efectos se hacen sentir en cada rincón del planeta, desde el Ártico a la Antártida. Deshielo, aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, sequías, inundaciones, efectos que sufren con mayor dramatismo las poblaciones de los países empobrecidos, quienes menos energía consumen y menos responsabilidad tienen.

El pasado mes de diciembre Cancún acogió una nueva conferencia mundial sobre el cambio climático. Casi nos hemos acostumbrado a las cumbres sobre el clima, desde que en 1992, en la primera Cumbre de la Tierra, se aprobara la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Casi 20 años ya desde aquel primer reconocimiento “oficial”, 20 años en los que el cambio del clima ha pasado de ser una amenaza a convertirse en una realidad que avanza con más rapidez de lo previsto. Aún así, los acuerdos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero logrados hasta la fecha siguen siendo claramente insuficientes para poner freno al cambio climático y llegar a tiempo de evitar sus efectos más catastróficos.

Con todo, Cancún ha devuelto la esperanza después del fracaso de Copenhague un año antes. Pero, pese al consenso y los pasos dados, hay que seguir negociando de cara a la próxima cita del próximo año. Durban (Sudáfrica), en diciembre de 2011, volverá a ofrecer una nueva “gran oportunidad” para lograr el acuerdo que el mundo necesita. Un acuerdo que fije unos límites ambiciosos a las emisiones de gases de efecto invernadero; un acuerdo que sea legalmente vinculante porque el tiempo de las promesas y las buenas palabras ya pasó; un acuerdo que sea justo y tenga en cuenta las distintas responsabilidades en la generación del problema y las necesidades de los países empobrecidos. Porque el cambio climático, al igual que otros problemas ambientales, nos sitúa a los países ricos como deudores ecológicos del resto del mundo, ya que nuestra sociedad del despilfarro se asienta en la expoliación de los recursos y en la contaminación generalizada de todo el planeta.
El camino para llegar a ese acuerdo está resultando tortuoso y lento. Desde la sociedad tendremos que ejercer toda la presión necesaria para que en 2011, en Durban, los responsables políticos pongan los pies en la tierra.

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