El año 2014 terminaba con la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida popularmente como la Ley Mordaza debido, precisamente, a que limita derechos fundamentales y deteriora el derecho de reunión y expresión. Entre muchos de los puntos que se tocan en dicha ley, se habla de las manifestaciones y las protestas sociales, considerando faltas graves (y, por lo tanto, sancionables) aquellas que se producen ante el Congreso, Senado o ante las Asambleas Legislativas de las comunidades autónomas y faltas leves las que se celebran sin autorización previa.
Puede que, con la presente ley, las típicas manifestaciones en las que miles de personas caminan detrás de una pancarta, bajo banderas de diferentes partidos, movimientos o sindicatos y gritando eslóganes pegadizos y fáciles de repetir sufran algún tipo de modificación. Lo que será imposible penalizar es y será una manifestación en la que las palabras brillen por su ausencia. Una manifestación, por tanto, en la que reine la paz y el silencio, el mismo que sufren millones de personas objeto de dichas reivindicaciones. Nos referimos a los círculos de silencio.
Los círculos comenzaron a funcionar en 2007 en la ciudad francesa de Toulouse gracias a la iniciativa de un grupo de frailes franciscanos encabezados por Alain J. Richard. Tal y como su fundador reconoce, se trata de «encuentros silenciosos que ponen de relieve la situación de los inmigrantes irregulares y de los ejecutantes de esas órdenes incompatibles con su propia dignidad».
Esta iniciativa suele asentarse en las principales plazas y calles de las ciudades. Su disposición, como su propio nombre indica no deja de ser curiosa. Las personas participantes, creyentes de cualquier religión, ateas o agnósticas (movidas, eso sí, por la no-violencia) se sitúan en un círculo amplio y en silencio durante, aproximadamente, una hora. El círculo se completa con fotos, pancartas e, incluso, representaciones artísticas sobre el hecho que se reivindica. Paralelamente, un grupo de participantes se quedan al margen para informar a la gente que, de forma, atónita, observa la concentración.
Durante ese silencio la gente puede elegir qué hacer, es decir, hay personas que, siendo creyentes, prefieren rezar; otras, en cambio, pueden meditar o escuchar su auténtico ser interior. «Para nosotros, los franciscanos, la oración es importante, así que oramos o meditamos silenciosamente por los sin papeles y por todos los que tienen una responsabilidad en la situación actual y por el porvenir de estas personas. Y también para obtener más luz sobre qué actos tenemos que poner en marcha en el camino de fidelidad en el que creemos».
Parece contradictorio que el silencio sirva para reivindicar algo. Sin embargo, el silencio interroga, incomoda y desconcierta. Durante años, los gobernantes han hecho caso omiso a las palabras, parece que éstas ya no bastan y que, incluso, se han vaciado de contenido. Además, tal y como reconocen algunas personas que participan en estos círculos, las manifestaciones basadas en el grito conducen, de un forma u otra, a la violencia. Y es que, ante todo, los círculos de silencio pretenden implantar una cultura pacífica, «quieren ser un medio de acción al alcance de todos, una interpelación a la dignidad de todos nuestros ciudadanos y a las autoridades», explica su propulsor, Richard. Y continúa: «El silencio debe ser un signo sin juicio, que grita que nos faltan palabras frente a la gravedad de los actos. Se trata de un silencio que busca respetar la dignidad y que expresa el propio grito de nuestra conciencia para decir lo innombrable de la dignidad humana herida.
Es en el país galo donde la iniciativa cuenta con más adeptos: unas 10.000 personas de más de 170 ciudades. Sin embargo, se ha conseguido extender por otros países de Europa y África. En España, en concreto, comenzó a existir en 2011 gracias al impulso de la plataforma A Desalambrar, una asociación de carácter cultural orientada al diálogo y a la formación que se basa en tres principios básicos encaminados a generar esperanza en el mundo de hoy: la promoción (entendida como la capacidad de todos los hombres y mujeres de protagonizar su propia liberación personal y colectiva), la no-violencia (en cuanto que se combate la espiral de violencia enfrentándose a la dinámica que la sostiene e invirtiéndola radicalmente) y la realidad de los últimos como punto de partida de toda reflexión y acción que se realiza.
Como hemos mencionado anteriormente, el objetivo de los círculos de silencio es denunciar la injusta situación que viven los y las inmigrantes en nuestro país. Más concretamente, la situación en la que se encuentran aquellas personas que, tras sufrir la pobreza, la guerra o el hambre, son hacinados en los CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) donde, en muchas ocasiones, son tratados de forma injusta e inhumana. Así las cosas, los círculos denuncian, entre otras cosas, que se hable de “sin papeles” y no de personas; la atención prestada por el Gobierno a los muros de contención y a las famosas concertinas y no a las personas que llegan a nuestro país; el uso de palabras como “avalancha” y “asalto”, con las que pretenden asustarnos; la frialdad con la que se tratan las noticias (obviando el drama humano de las personas que lo sufren); la odisea por la que pasan esos miles de personas (situación que se agrava con las ilegales devoluciones en caliente y la ignorancia al derecho al asilo del que muchos pueden participar al ser refugiados). En palabras nuevamente de Alain J. Richard, «estas prácticas suponen una pérdida de humanidad, no solo sobre quienes la padecen sino también sobre quienes las aplican y para quienes la toleran». Por ello, en definitiva, los círculos exigen la implicación de todas las personas que en España y en Europa tienen responsabilidades de gobierno y capacidad para transformar la realidad. «La banalización de algunas prácticas, la puesta en machar de varias leyes y reglamentos que pensamos que son destructores de humanidad, solo pueden existir por nuestra falta de incidencia política o nuestra negligencia».
¿Dónde y cuándo?
Burgos (1er lunes de cada mes, 19:30h, Pº Sierra de Atapuerca)
Granada (1er viernes del mes, 20:00h, Fuente de las Batallas)
Guadalajara (1er viernes del mes, 20:00h)
Jaén (3er miércoles del mes, 19h, Plaza de la Constitución)
Lugo (1er viernes del mes, 20:30h, Praza Maior)
Madrid (1er viernes del mes, 20:30h, Puerta del Sol)
Murcia (1er viernes del mes, 20:30h, Plaza de Sto. Domingo)
Salamanca (último jueves del mes, 20h , Plaza de San Marcos)
Sevilla (1er jueves del mes, 21h, Plaza de San Francisco)
Valladolid (1er viernes del mes, 20h, Plaza Fuente Dorada)
Vitoria-Gasteiz (1er jueves del mes, 20h, Plaza de la Virgen Blanca)
Zaragoza (1er viernes del mes, 20r, Plaza del Pilar)
Roquetas de Mar , Almería (1er viernes del mes, 21h)
Cartagena (1er viernes del mes, 19h, Plaza del ICUE)
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