Varios encapuchados esperan escondidos tras las columnas de un aparcamiento a un ejecutivo banquero. Cuando éste llega a su coche lo rodean y le exigen que saque el monedero. Con unas tenazas parten por la mitad una de las monedas más pequeñas: es todo lo que quieren, para luchar contra la pobreza. Es un vídeo que puede encontrarse en YouTube, protagonizado por el actor británico Ben Kingsley y que forma parte de la campaña para implantar en el Reino Unido, y en todo el mundo, el Impuesto Robin Hood, o Robin Hood Tax, en inglés.
Es la versión 2010 del mito del arquero del bosque de Sherwood: robar a los ricos para dar a los pobres. En palabras de hoy, que la banca financie el desarrollo. Los partidarios de la Tasa Robin Hood piden que se imponga a las transacciones financieras un impuesto del 0,05%: un impuesto pequeñísimo, pero que podría producir hasta 400.000 millones de dólares para luchar contra la pobreza en todo el mundo.
Transacciones volátiles
Hay quienes creen que se trata de una propuesta sencillamente inviable, como el banquero que en otro de los vídeos de la campaña encarna el actor Bill Nighy. Las entidades financieras no quieren más control ni responsabilidades. Pero, tras los episodios vividos en los últimos años, con una crisis financiera que ha requerido el gasto de miles de millones de las arcas públicas para rescatar a los bancos, cada vez más personas están de acuerdo en que éstos deberían hacer algo por el bienestar de todos. El espectáculo de los especuladores financieros repartiéndose exultantes sus primas anuales durante el mismo año en que habían causado el colapso del sistema ha sido difícil de tragar para la opinión pública occidental.
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz fue de los primeros en apoyar la reclamación de la tasa Robin Hood: “Los beneficios son dobles. En general, la filosofía de un impuesto debería ser gravar las cosas malas en lugar de las buenas, es decir, que la contaminación debería ser más gravada que el trabajo y los ahorros. De las transacciones financieras a corto plazo se derivan muy pocos beneficios para la sociedad. Producen una extrema volatilidad. Cualquier cosa que desincentive el “cortoplacismo” es recomendable. Y, al mismo tiempo, el dinero recogido se puede usar para cumplir una función socialmente útil.”
Las transacciones financieras especulativas son el núcleo de esta propuesta. “¿Alguien cree de verdad que ocurre algo cuando se produce este tipo de transacción en microsegundos?”, se pregunta Stiglitz. “Es una función de la velocidad. No se invierte, no se crean puestos de trabajo. Las finanzas tienen un papel social vital, que es aportar capital, generar sistemas de pago, engrasar las ruedas de todo lo que hace la sociedad. Pero los banqueros abandonan esa función socialmente útil y, por ello, la economía mundial ha sufrido.”
La campaña, iniciada a principios de 2010 en el Reino Unido, cuenta con muchas simpatías por su ingenio, su creatividad y, también, por conectar con el malestar social generado por las empresas financieras. Aderezada por un conjunto de vídeos que ponen a Robin Hood en nuestro tiempo, pone en evidencia las posibilidades que se abrirían a un coste virtualmente ridículo, si lo comparamos con las primas de los financieros o las inyecciones de fondos para el rescate del sector puesto por los gobiernos. Pero, a pesar de esta corriente de opinión que va creciendo, la puesta en marcha de esta tasa requeriría poner de acuerdo a países, gobiernos, empresas e instituciones que no se caracterizan por su sentido de la justicia.
Robin no es Tobin
La tasa Robin Hood es diferente de la conocida Tasa Tobin, propuesta por el economista James Tobin en los años 70 con el objetivo de regular la actividad financiera especulativa. Se trataba de controlar y regular los mercados de divisas, mientras que el objetivo de la tasa Robin Hood es generar ingresos para luchar contra la pobreza. Pero ambas comparten el diagnóstico de que las transacciones financieras especulativas son un perjuicio para la economía mundial y, por ello, es imprescindible gravarlas.
La propuesta Tobin tropezó desde el inicio con las fuertes resistencias de los poderes económicos y políticos. Pero son muchos los que piensan que, de haber llegado a implantarse en su momento, la crisis financiera no hubiera alcanzado las cotas que hemos visto en los últimos años. La resistencia al control de estos mercados especulativos ha sido, y aún es, muy fuerte. Pero la crisis ha visibilizado el problema y sus terribles efectos, por lo que resulta más difícil cerrarse a cualquier propuesta de control y redistribución medianamente razonable.
Para los más pobres
Aunque la propuesta de la tasa Robin Hood es muy reciente, ya existen organizaciones que la impulsan en varios países del continente europeo (Reino Unido, Italia, Austria, Francia y España) y es de esperar que sean algunos más los que se sumen. Y ya no se trata sólo de iniciativas de la sociedad civil, sino de declaraciones de dirigentes europeos.
Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra, catedrático de la Universidad de Columbia y asesor especial de Naciones Unidas, comentó positivamente las propuestas del G20 a principios de este año, cuando se abrió la posibilidad de implantar un impuesto a las transacciones bancarias. “Europa tiene una función primordial que desempeñar en esta cuestión. Varios gobiernos importantes, entre ellos Francia, Reino Unido y Alemania, se muestran ahora partidarios de gravar las transacciones, al igual que el Parlamento Europeo. La idea cuenta con un amplio apoyo popular. Los líderes europeos deberían tomar la iniciativa, e intentar por todos los medios que EE UU se adhiera, pero seguir adelante de todos modos, incluso si EE UU no lo hace. Una parte considerable de la tasa bancaria debería utilizarse para reducir el déficit, como reflejo de la perentoria necesidad de solvencia fiscal en todos nuestros países. Pero parte del mismo debería utilizarse para los más pobres entre los pobres del mundo.”
En palabras de Jeffrey Sachs, “la catástrofe financiera podría así suponer el principio de una verdadera reforma financiera en lugar de otra burbuja más. Un impuesto bancario dedicado a la reducción del déficit y a los pobres del planeta mataría tres pájaros de un tiro. Las operaciones bancarias realizadas por las principales instituciones financieras y otras empresas importantes volverían a ser consideradas como lo que deberían ser en realidad, un servicio público, y nos rescatarían al menos en parte de la orgía de avaricia desatada por la liberalización imprudente. Los criterios bancarios se armonizarían mejor en todo el G-20 y avanzaríamos hacia una situación de equilibrio regulatorio en lugar de la reciente carrera hacia el mínimo entre Nueva York, Londres y otros centros monetarios. Y se haría algo de justicia al demostrar que estamos dispuestos a cumplir nuestra palabra, cuando no cumplirla significa hambre, enfermedad y la muerte de millones de las personas más pobres del mundo”. Ni Robin Hood lo diría mejor.