Rostros e historias de Fukushima

“¿Cuál es tu nivel de radiación?” Cuando esta pregunta es parte habitual de las conversaciones, nada volverá a ser como antes. El 11 de marzo de 2011 la fusión de tres reactores de la central nuclear de Fukushima Daiichi hizo que la radiación se extendiera, invisible pero implacable, contaminando a personas y animales, casas y calles, cultivos y bosques. 150.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares a causa de la contaminación.

La radiación llegó para quedarse y cambió para siempre la vida de un pueblo cuyo respeto por la naturaleza podía palparse en la forma en que construían sus casas, trabajaban sus huertos y cuidaban su ganado.

El pasado otoño, el fotógrafo Robert Knoth viajó con Greenpeace a la región de Fukushima para mostrar al mundo los efectos del fantasma de la radiación. Knoth, que ya fotografió a los niños víctimas del accidente de Chernóbil, captó con su cámara el vacío de una región donde la radiactividad lo impregna todo. Tierras agrícolas hasta hace poco cuidadas con esmero y ahora agrestes, columpios solitarios que han perdido las risas de los niños, calles vacías y fantasmagóricas. Y captó sobre todo el sentimiento de unos rostros que miran al pasado con añoranza y al futuro con incertidumbre.

Tras su recorrido por el legado de Fukushima, Knoth manifestó que la sensación predominante era la de pérdida. Pérdida de cultura y tradición, de salud, de comunidad y de forma de vida. Una pérdida que se manifiesta en pueblos vacíos porque la contaminación radiactiva obligó a sus residentes a abandonarlos.

Tatsuko y Shin Ogawara
© Robert Knoth / Greenpeace.
Este matrimonio se ha dedicado a la agricultura orgánica desde 1985 en Funehiki, en la misma tierra donde su familia lo ha hecho durante seis generaciones. El 15 de marzo de 2011, cuatro días después del terremoto y tsunami, la alarma del detector que poseían desde el desastre de Chernóbil comenzó a sonar. Fue un momento terrible para la familia.

Pasaron los siguientes cinco días en el pueblo de Koriyama, pero decidieron volver, había que alimentar al ganado y a las gallinas. “Antes estábamos en contra de la energía nuclear pero no nos preocupábamos mucho. Y ahora que esto ha ocurrido, hemos comenzado a pensar que si no hacemos algo nosotros, ¿quién lo hará?”

Ayako Oga

Vecina y granjera del pueblo de Okuma Machi desde hace años, acababa de terminar su nueva casa cuando ocurrió el accidente. Fue evacuada junto con su marido. Pasaron los siguientes meses trasladándose entre casas de parientes y centros de acogida. No saben cuándo podrán volver. Por ahora se han establecido en Aizu, donde su marido ha encontrado trabajo. Están recibiendo algo de dinero del fondo establecido por Tepco –la empresa propietaria de la central de Fukushima– y otros organismos internacionales. De momento, Ayako y su marido han dejado de soñar con vivir en el campo y dedicarse a la agricultura.

Hiroshi Tada
© Robert Knoth / Greenpeace.
Encargado de mantener el santuario de Iitate, de 900 años de antigüedad y situado en esta localidad japonesa, fundada hace más de 2.000. Ambos están situados a más de 40 kilómetros de los reactores de Fukushima Daiichi y, aunque se encuentran más allá de los 20 kilómetros establecidos como perímetro de evacuación, están peligrosamente contaminados.

Los habitantes de Iitate y los pueblos cercanos se han marchado. También lo ha hecho la familia de Hiroshi, aunque él se ha quedado en el santuario para continuar con sus deberes religiosos y ayudar a los pocos que se han quedado. “El accidente ha destrozado nuestra comunidad. Todo el mundo se ha dispersado por la región”.

Ogunimaru
© Robert Knoth / Greenpeace.
Se gana la vida en su barco pesquero, llevando a turistas en viajes de pesca. De hecho, Ogunimaru no es su nombre real sino el de su barco, por el que todo el mundo le conoce. La mayoría de sus clientes son de Tokio pero, desde el desastre de Fukushima y los informes de vertidos de basura radiactiva en el mar, la mayoría no ha vuelto. “Tras perder nuestro trabajo, mis compañeros y yo solicitamos compensación del Gobierno. Aún no hemos recibido respuesta”.

Familia Kobayahi
© Robert Knoth / Greenpeace.
Vivían en el distrito de Iitate antes del accidente nuclear. Acababan de instalar unos paneles solares en el tejado de su casa cuando ocurrió el desastre y casi no habían podido usarlos antes de que el área fuese demasiado peligrosa para vivir en ella. Ahora viven en la ciudad de Fukushima. “El 11 de marzo plantamos un cerezo para celebrar el primer cumpleaños de nuestro nieto. Volvemos cada fin de semana para cuidar la casa y el jardín, pero ahora el árbol ha cobrado un significado muy distinto”.

Satsuki Ikeda
© Robert Knoth / Greenpeace.
Su familia ha vivido en Iitate durante nueve generaciones. Junto con sus hijos cuidaba una granja antes de ser evacuada a la ciudad de Fukushima. Metida en un centro de acogida, no podía dormir a causa del ruido y estaba destrozada por la pérdida de su pueblo y su trabajo. “La comunidad de Iitate está dispersa por diferentes ciudades, pero nos intentamos reunir cada dos semanas para hablar de nuestra situación y para celebrar nuestros festivales religiosos, que aún son importantes para nosotros.”

Sadako Monma

Tiene 48 años y es directora de la guardería Soramame en Watari, un barrio de la ciudad de Fukushima. “El gobierno está dividido entre los que dicen que la ciudad de Fukushima es segura y los que no. Cuando eso ocurre, marcharse es la mejor apuesta”.

La zona exterior y los alrededores de la guardería estaban demasiado contaminados para que los niños jugaran, de modo que trasladaron una parte de la guardería, un edificio de madera, hacia la calle principal, que registraba niveles menores de radiación. Aun así, los niveles no son tolerables y muchos padres han dejado de llevar a sus hijos. Sadako está planeando cerrarla y abrir otra en una parte menos contaminada de la ciudad. “Mucha gente se está yendo de la ciudad de Fukushima. Si continúan yéndose será difícil que la ciudad se recupere. Por eso sigo aquí”.

Sadako estuvo en Madrid con Greenpeace para presentar la exposición Los rostros de Fukushima. Es la primera vez que salía de su país, nunca pensó que viajaría para explicar en el otro extremo del mundo las consecuencias de un accidente nuclear.

Las lecciones de Fukushima

Un año después del desastre nuclear de Japón, Greenpeace ha analizado qué lecciones se han de aprender de lo sucedido. En un interesante informe titulado Las lecciones de Fukushima, elaborado por expertos internacionales, Greenpeace expone qué falló, qué ha ocurrido desde el 11 de marzo de 2011, en qué condiciones se encuentran las 150.000 personas desplazadas debido a la contaminación radiactiva y cuál ha sido la actuación de las administraciones y de la empresa propietaria de la central. Un año después de la catástrofe, Greenpeace ha querido recoger la experiencia de lo ocurrido, reiterando su petición de abandono de la energía nuclear para no tener que afrontar esta crisis nunca más en ningún lugar del planeta.

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