Juan María Uriarte, vizcaíno de Frúniz, licenciado en teología y psicología, fue nombrado obispo auxiliar de Bilbao en 1976 y, en 2000, obispo de San Sebastián, al frente de cuya diócesis estuvo hasta 2010. Actuó como mediador en las conversaciones que el Gobierno de José María Aznar mantuvo con ETA durante la tregua de catorce meses entre 1998 y 1999. Su última publicación, en la editorial Sal Terrae, es La Reconciliación (2013).
Usted ha trabajado mucho por la paz. ¿Qué le ha movido a escribir ahora un libro sobre la reconciliación?
Ante todo, mi pertenencia vivida y sentida a mi pueblo. Ella me ha hecho muy sensible a su condición de comunidad plural, enfrentada, marcada largo tiempo por la violencia, y necesitada de reconciliación. También mi pasada responsabilidad episcopal en las diócesis de Bilbao y San Sebastián, epicentros de atentados terroristas, donde me tocó sufrir muchos y aprender, teniendo trato frecuente y empático con víctimas de signo diferente. Albergo, además, una viva conciencia de que contribuir a la reconciliación pertenece de lleno a la vocación de la Iglesia, de toda la comunidad cristiana. Ha influido también el papel que, a petición de ETA y del Gobierno español, tuve que jugar en un momento determinado. Asimismo, mi reflexión y mis lecturas sobre procesos de paz en el ancho mundo y mi trato con los diferentes actores de la confrontación. Este libro es una aportación modesta, pero no quisiera que fuera irrelevante. Creo que sus propuestas reclaman atención, bien sea para asumirlas, para desecharlas o para matizarlas.
¿Cómo ve la temperatura social ante el tema?
Pienso que una sociedad reconciliada se construye desde abajo -en la familia y en la escuela- y se consolida con aprendizajes que jóvenes y adultos hemos de asimilar. Circulan versiones excesivamente idealistas o despectivas respecto a la reconciliación. Algunos piensan y sienten que “no está el horno para bollos”. Hay todavía mucho sufrimiento, muchas heridas abiertas, mucha pasión no sosegada, muchas ideologías graníticas y muchos intereses creados. Percibo en la ciudadanía y, dentro de ella, en la comunidad cristiana, una conciencia afligida y preocupada, pero demasiado pasiva, respecto a la parálisis del proceso de paz. Pero ya es tiempo de realizar, siquiera a escala menor, acciones reconciliadoras. Existe abundante reflexión y experiencia y conocemos las dificultades y posibilidades. Hacen falta personas y grupos anticipadores de la realidad futura deseada, necesaria y posible. Quienes albergamos esta esperanza y nos atrevemos a hacer propuestas vamos a estar expuestos a la crítica. Que sea bienvenida si ayuda a mejorarlas.
¿Qué resistencias encuentran la idea y práctica de reconciliación?
El nombre mismo de “reconciliación” no les gusta a algunos porque lo consideran algo interpersonal, privado o religioso y prefieren términos más suaves como “convivencia pacífica”. Pero hay otras resistencias más frontales. Para unos, reconciliación se opone a “justicia”, que exige que “quien la ha hecho la pague”. Para otros, reconciliarse requeriría establecer una amistad imposible con los antagonistas de ayer. Según algunos, supondría ponernos de acuerdo a la hora de identificar el origen y la naturaleza de la confrontación armada iniciada por ETA y que ha durado 50 años. Hoy esto no es posible. Bastantes de quienes han perdido en ella a personas queridas consideran que reconciliarse con sus agresores constituye una infidelidad para con los suyos que fueron las víctimas. Muchas víctimas entienden que lo que se les pide pretende imponerles un perdón que no pueden o no quieren otorgar. Muchos agresores consideran que arrepentirse y pedir perdón es una humillación pública que les resulta sumamente costosa y les apea del pedestal en que sus más próximos les habían colocado.
¿Qué significa reconciliarse?
Según el noruego Johan Galtung, uno de los especialistas en Ciencias de la Paz, reconciliarse consiste en un proceso en el que los grupos enfrentados deponen una forma de relación destructiva y asumen una forma de relación constructiva.
¿Cómo son esas diferentes relaciones?
Quien mantiene una relación destructiva está convencido de que la causa que defiende tiene un valor absoluto y por ella puede utilizar, incluso, la violencia mortal; el adversario le parece sólo un enemigo, sin familia ni proyectos de futuro; y opina que toda la culpa de la confrontación la tiene el “otro”, mientras que “mi grupo y yo” somos inocentes. La relación constructiva repara el pasado, asienta el presente y prepara el futuro.
¿De qué modo se establecen esas relaciones constructivas?
Reparar el pasado exige que una instancia imparcial y competente desvele todos los hechos gravemente violentos que hemos sufrido o hemos causado y que afectan al núcleo inviolable de los derecho humanos y reconocer el principio ético de que asesinar, torturar, secuestrar o envilecer a un ser humano no tiene justificación moral en ninguna circunstancia. Asentar el presente significa tomar ahora la decisión firme de no volver “nunca más”, por acción u omisión, a una relación destructiva. Y el futuro se prepara con acciones pedagógicas y medidas prácticas que garanticen ese “nunca más”. Las relaciones humanas constructivas reclaman una especial atención a las víctimas, a todas las víctimas.
¿Qué componentes tiene una auténtica reconciliación?
Verdad, justicia, diálogo y perdón. La verdad se sustenta en un relato riguroso del pasado, de los crímenes y de los delitos cometidos en respuesta a tales crímenes; eso supone una investigación imparcial y competente como la que se dio en la Sudáfrica de Mandela. Todas las víctimas tienen derecho a que se les haga justicia; si no se practica esa justicia, el orden moral y legal quedan desacreditados y permanece abierta la vía a nuevas transgresiones. Respecto al diálogo, es necesario preguntarse para qué, con quiénes y en qué condiciones ha de darse ese diálogo que genere acuerdos. El perdón generoso ofrecido sana a quien perdona y el perdón humilde demandado alivia el sentimiento de culpa; hay que ayudar y acompañar a víctimas y victimarios en esa doble actitud de ofrecer y pedir perdón, lo que no puede exigirse legalmente, pero es una exigencia ética insoslayable.
¿Cuál ha sido el comportamiento de la Iglesia en nuestro país?
Para ejercer una acción reconciliadora, la comunidad eclesial ha de empezar por reconocer las insuficiencias de su aportación en el pasado. Los máximos responsables de nuestra Iglesia, según reconocen en trabajos de investigación sus mismos críticos, fueron los primeros que reprobaron moralmente el terrorismo de ETA y los que han mantenido durante todo el tiempo tal reprobación. También, en mucha menor medida, censuraron las violaciones flagrantes de la lucha antiterrorista, hasta el punto de ser vituperados con el injusto sambenito de equidistancia. Pero he de confesar que, por lo menos en lo que a mí me concierne, fue deficitaria, tardía y escasamente explícita la especial sensibilidad debida al sufrimiento de las víctimas y la clara y exigente conciencia de la necesidad de reconocimiento, reparación y sanación.
¿Nuestra sociedad despertó demasiado tarde?
El conjunto de la sociedad, ciudadanos y dirigentes, tardaron demasiado en meterse en la piel de las víctimas de distinto signo. Tuvieron que darse barbaridades, como la de Hipercor y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, para vencer las resistencias provocadas por atrocidades, como las cometidas con Lasa y Zabala y los asesinatos del GAL y llegar a un punto de inflexión irreversible que condenara las acciones terroristas de ETA y todas las respuestas contraterroristas injustas y delictivas. Una sociedad que no despertó a tiempo tiene una deuda pendiente con la reconciliación y con las víctimas. No debe ampararse en una falsa conciencia de inocencia total. La pasividad, incluso afligida, no es la respuesta proporcionada a estas situaciones.
¿Qué tareas han de hacer ahora los agentes sociales?
Necesitamos que la Universidad investigue los factores que han hecho posible el pasado ominoso que queremos cancelar para siempre, que haga un estudio aquilatado de derechos humanos individuales y colectivos conculcados y una propuesta fundada de las vías legales, sociales y educativas que aseguren ese “nunca más” que sale hoy de las entrañas de nuestra sociedad. A los profesionales del derecho les agradeceríamos una valoración de la legislación antiterrorista y penitenciaria y unas propuestas más acordes con el humanismo y con las circunstancias de hoy día. La educación debe ayudar al alumnado a reconciliarse consigo mismo, a diferir la satisfacción y a tolerar la frustración y enseñar a dialogar, a defender al débil, a perdonar y a pedir perdón. Jóvenes y adultos precisamos alumbrar un pensamiento crítico y autocrítico sobre nuestras opciones políticas, revisar nuestra sensibilidad y praxis políticas y reforzarlas con actitudes éticas. El periodismo de investigación puede contribuir a construir la verdad completa de lo sucedido y los medios de comunicación, con su manera de relatar y valorar, a favorecer la reconciliación en vez de hacerla más difícil.
¿Qué hay que pedir a los partidos políticos y a quienes han tenido vinculación con ETA?
Albergo la esperanza de que todos los partidos sepan valorar y promover el inmenso bien común social de la reconciliación por encima de sus diferencias e intereses particulares. A un número creciente de ciudadanos les cuesta comprender que, en una situación en la que el cese definitivo de la actividad violenta de ETA ha llegado a un punto “sin retorno”, los partidos políticos no converjan en un consenso básico para promover la reconciliación. Es preciso que quienes han tenido vinculación con ETA reconozcan una especial cuota de responsabilidad en los delitos cometidos por aquélla y muestren la consiguiente voluntad de reparación. La inmovilidad de las instancias gubernamentales no es razón suficiente para que dejen de dar pasos decididos, incluso “unilaterales”, en esta dirección. Se los deben al pueblo al que pertenecen y a todos los damnificados, por la cobertura que en otros tiempos prestaron a la actividad armada de ETA. Estos pasos están requiriendo una transformación de actitudes intolerantes fraguadas durante décadas.
¿Son posibles cambios en las leyes y las resoluciones judiciales?
El Código Civil, en su artículo 3.1, establece que “las normas se interpretarán según… la realidad del tiempo en que han de ser aplicadas”. Comentaristas renombrados consideran este párrafo como “el elemento que más ha contribuido a la evolución en la interpretación y aplicación de las normas”. Las circunstancias han cambiado cualitativamente: hace ya más de dos años desde que ETA no ha cometido ningún atentado y su voluntad de no cometerlo es considerada como firme y probada por la gran mayoría de la sociedad de todos los colores políticos.
¿Debería cambiar también la actitud del Gobierno?
El Gobierno de España observa una reserva tan grande que su posición es considerada por muchos como inmóvil. Una vez que la actividad terrorista ha llegado a su término definitivo, atenuar la dureza de la política penitenciaria me parece más conforme con la naturaleza misma del derecho. Acceder a un tipo de contacto, siquiera indirecto y siempre discreto, con un grupo en esta situación ayudaría tal vez a acelerar su desaparición y rebajaría la crispación que se observa en las filas del nacionalismo más radical que experimenta grandes resistencias a dar unos pasos ante la inmovilidad del Gobierno. No llego a ver ninguna debilidad en esta actitud más abierta, siempre que el Gobierno sepa estar en su sitio y exija que ETA esté en el suyo y no en una posición simétrica “de poder a poder” ni de pretendida legitimidad.
¿Caben medidas de gracia respecto a los presos de ETA?
Las posiciones de los expertos en derecho no son coincidentes. Yo no veo que la amnistía sea compatible con las exigencias de una reconciliación que postula el esclarecimiento de la verdad y la aplicación de la justicia. Respecto del indulto parcial o total muchos autores son menos exigentes. Según ellos, la verdad quedaría salvaguardada. En su opinión, la aplicación de la justicia podría salvarse, dadas las circunstancias, a la luz del criterio jurídico antes señalado por el Código Civil, artículo 3.1, conmutando, por ejemplo, la pena por exilio, servicios comunitarios o sanciones económicas.
¿Qué valor cívico y cristiano tiene la reconciliación?
El espíritu reconciliador es una virtud cívica. Hay especialistas en ética que han subrayado el valor antropológico y social de la reconciliación. El profesor de ética Galo Bilbao es autor de un trabajo iluminador sobre la perspectiva filosófica del perdón. El perdón es, con la verdad y la justicia, pieza clave para la reconciliación. Es preciso reconocer que el cristianismo ha elaborado un pensamiento de una gran riqueza, cuya fuente originaria es Jesús, en cuyo mensaje el perdón es un punto central. Su testimonio y su exigencia de perdonar y pedir perdón no tienen parangón en la historia de las religiones. Un autor judío, Levine, afirma: “El mandato de amor a los enemigos es único y original de Jesús”.
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“Una sociedad que no despertó a tiempo tiene una deuda pendiente con las víctimas”
Mi comentario es simplemente que el libro de Uriarte, es incompletísimo. Si me permiten la ironía les digo que el obispo y el comentarista parecen de pueblo. Del suyo, claro. Que a estas alturas haya alguien que solamente se acuerde de las víctimas cercanas y se ponga a escribir de reconciliación de la Iglesia, sin recordar que hubo y sigue habiendo víctimas de la guerra civil y de la posguerra (cosa que es mucho peor)… ya es mala memoria. ¿Cómo van a pensar en la «memoria histórica» si la historia local les absorbe tanto? Lo siento, pero por mucha teología que exhiban la iglesia va a seguir cayendo bastante mal a esta gente olvidada. Un saludo
LOLA CABEZUDO