El próximo 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer que, según la Convención de Belém do Pará realizada en Brasil en 1994, “constituye una violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales y limita total o parcialmente a la mujer el reconocimiento, goce y ejercicio de tales derechos y libertades”.
En relación a esta problemática, la socióloga peruana Virginia Vargas afirma que “la violencia contra las mujeres es un escándalo ético y un escándalo democrático y es expresión de las relaciones de género marcadas por desigualdades de poder, que impactan a su vez en todas las estructuras e imaginarios de una sociedad”. En este sentido las mujeres no son víctimas sino sujetos entrampados en relaciones subjetivas empobrecedoras y peligrosas.
Por su parte la antropóloga mexicana Marcela Lagarde acuñó el término de “feminicidio”, que engloba “al conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros y las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional estatal que favorece la impunidad”. De esta forma “el feminicidio es un crimen de Estado” que acontece “en condiciones de guerra y de paz”.
Ahora bien, más allá de las fructíferas aportaciones realizadas por los movimientos feministas latinoamericanos, que permiten pensar a la mujer desde una perspectiva intersubjetiva, social y política, actualmente Latinoamérica continúa siendo una sociedad patriarcal y machista en la que -como sostiene Eduardo Galeano- casi “no hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son todas ingratas; según los tangos, son todas putas -menos mamá”.
En esta comarca del mundo, como afirma la psicóloga catalana Victoria Sau Sánchez, “millones de criaturas, nacidas de mujer, se asoman a un modelo de sociedad que les reserva una cuna de espinas” en donde la pobreza, la falta de ingresos propios, el desempleo, la discriminación por su origen étnico y la vulneración de sus derechos humanos, son problemáticas que les afectan en mayor medida a la población femenina que a la masculina.
Así, por ejemplo, casi la mitad de las latinoamericanas carece de ingresos propios; el 50% de las bolivianas padecen violencia física por parte de su pareja; una tercera parte de las mexicanas sufre violencia económica; el 52% de las brasileñas sufrió algún tipo de acoso sexual laboral; El Salvador, Jamaica y Guatemala son los países con mayor número de feminicidios a nivel mundial y solo el 16’8% de las indígenas que habitan Paraguay terminaron la educación primaria frente al 83’7% de las mujeres no indígenas.
En conclusión, podría afirmarse que -a semejanza de María cuando proclamó el Magnificat– los movimientos feministas latinoamericanos critican las estructuras sociales y promueven la construcción de democracias inclusivas e equitativas, si bien América Latina transita un sinuoso camino para alcanzar en el año 2015 el tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio, consistente en promover la igualdad de géneros y la autonomía de la mujer.